Por fin concluyó la cada vez más obsesiva campaña proreferéndum, donde los impulsores de la derogación del paquete de leyes que constituía el cerno de las medidas legislativas con que debutó el gobierno de la coalición republicana, actuó con tal virulencia que podríamos afirmar, sin exagerar, que su efecto devastador operó en el ánimo de la población a la par de la inesperada pandemia.
En la embestida por imponer en nuestro país esa visión que llega impuesta del extranjero –tal paquete de Amazon–, no se respetó a nada ni a nadie. Ni a las oficinas públicas, ni a los centros educativos, ni a los policías… En el contexto de este gran teatro, que el NO haya resultado ganador puede verse algo así como un milagro. Pero para los que creemos en el legado del Protector de los Pueblos Libres, esto es una señal más de que se mantiene viva la fibra de esos curtidos orientales que acompañaron a Artigas en el Éxodo.
Uno de los tantos exabruptos cometidos consistió en ocupar espacios visibles en varios centros de estudio con carteles de grosero corte político. “En la Universidad votamos SÍ”, rezaba la consigna que adornaba varias facultades de nuestra Universidad de la República, violando cualquier interpretación que se le dé al principio de laicidad. Al respecto, un refinado espíritu docente reflexionó inmediatamente: “Los colectivos nunca deberían aplastar a los individuos. Afirmar ‘en la Universidad votamos SÍ’ es hablar en nombre de miles de voluntades inconsultas. En la Universidad no se elige en bloque ni SÍ ni NO. Una casa de estudios brinda herramientas para elegir qué votar”.
En otras épocas, una medida y respetuosa respuesta como la mencionada hubiera hecho sonrojar a cualquier autoridad universitaria con un mínimo de dignidad profesional. Pero los tiempos cambian, y nuestra Universidad ha caído nuevamente en manos de una legión acostumbrada a predicar su credo político financiado con dineros públicos, abusándose de una insana relación de poder que deriva de su posición académica y que intenta someter el noble idealismo de los jóvenes al servicio de sus propios intereses materiales, por más que intenten enmascararlo detrás de esas mismas consignas con que en el pasado condujeron a muchos jóvenes a una muerte tan temprana como imperdonable.
Ha trascendido que el salón de actos de la Facultad de Arquitectura luce el nombre de Comandante Ernesto Che Guevara. Y si bien este homenaje al guerrillero argentino-cubano no es de ayer, es, sí, mucho más reciente que la historia reciente con que se trafica en todos los centros de estudios más menudos. Donde se les inculca a los niños un relato falso sobre lo que aconteció en nuestro país hace 50 años. Evocar a Guevara sin hacer mención a que fue uno de los principales intérpretes de la teoría del foco armado como única alternativa de asaltar los gobiernos de América Latina es seguir ocultando la verdad de lo que sucedió en Uruguay. Es no recordar las consecuencias que las directivas de la Conferencia de OLAS de la Habana de 1967 tuvieron en el derramamiento de sangre uruguaya.
¿No había ninguna figura dentro de nuestras fronteras con vocación por lo sublime del arte arquitectónico, cuyo nombre calificara para presidir la sala donde se convoca asiduamente a las grandes solemnidades de la actividad estudiantil o profesional? ¿Un Eladió Dieste, por ejemplo? Tal vez era un profesional demasiado destacado, y quizá como portador de un mensaje profundo –que no se derrumbó con el Muro de Berlín– estaba desprovisto de odio y violencia.
Pero la pista de la Facultad de Arquitectura nos lleva quizás a comprender un poco mejor el proceso de manipulación a que viene siendo sometida la ciudadanía uruguaya y las oscuras tramas que se tejen detrás de algunos intereses periodísticos. Porque como todos, algunos periodistas también tienen intereses, a pesar de que sean pocos los que se atrevan a levantar el velo… Quizás haya pasado inadvertido, pero el decano de la Facultad de Arquitectura pertenece a una de esas familias privilegiadas por el régimen que gobernó el país durante quince años. Nos referimos al arquitecto Marcelo Danza, hermano del director de Búsqueda, y socio de un conocido estudio de arquitectura con fuertes vínculos en la intelligentsia frenteamplista.
No vamos a decir que el Arq. Danza haya llegado a su posición de decano gracias a los vínculos de su familia con la dirigencia frenteamplista. Tampoco podemos decir que las múltiples obras con que se ha beneficiado su estudio tengan algo que ver con las redes de influencia de su vinculado hermano. No nos ocurriría pensar que los edificios construidos por su estudio para ANCAP en la tan “odiada” refinería de La Teja guarden alguna relación con el traje de baño y el colchón comprados por Raúl Sendic con la tarjeta corporativa. Toda una maravilla descubierta por ese periodismo investigativo uruguayo que disputa el sitial con Bernstein y Woodward… Tampoco correspondería vincular el gran contrato obtenido con la ASSE de la Dra. Graciela Muniz para convertir al Edificio Libertad en hospital público. Mucho menos imaginaría que la ausencia de cobertura periodística sobre esto tenga algo que ver con un blindaje fraterno.
Soy muy respetuoso de las reglas de juego de nuestro país y sé que algo como lo anterior sería imposible. ¿Cómo alguien podría pensar que el director de Búsqueda fuera en realidad un operador de intereses de la izquierda? Ya sé, algunos me quieren hacer acordar de todo aquello de “garganta profunda”, la rentable apología a la introducción de cannabis en Uruguay y otras yerbas más. Pero yo sigo tranquilo con mi creencia de que sería imposible que un periodista con el micraje de Danza cayera en eso de mirar la paja en el ojo ajeno. ¿Por qué insistir con eso de los periodistas mandatados? Es una verdadera injusticia…son unos buenos muchachos intentando ayudar a su familia, hay que dejar vivir un poco…
Jacinto W. Pangallo
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