Es verdad, Guido Manini es militar. A pesar de que los tres principales partidos políticos de Uruguay fueron fundados por distinguidos militares, el ingreso a la arena política del candidato de Cabildo Abierto fue recibido con sorpresa por algunos e inquietud por otros que aún no terminan de digerir el hecho. Como el mito de Prometeo, el gran pecado de Manini es haber desafiado a los “dioses” de la política para hablar directamente con la gente.
Es verdad también que Manini decidió a los catorce años hacer la carrera militar, y dentro de tantas especialidades, escogió la de paracaidista. El paracaidista entra en combate lanzándose desde el aire, normalmente en la oscuridad y con armamento ligero. Solo una misión exitosa y la victoria de su ejército aseguran que vuelva invicto. Se los prepara fuertes física y mentalmente, adquieren un gran espíritu de cuerpo y son capaces de actuar solos en una situación de crisis. Estas condiciones hacen que los paracaidistas puedan desarrollar dotes de liderazgo excepcionales.
Se equivocan aquellos que piensan que atacándolo van a ablandar su voluntad de conducir a los uruguayos a un futuro mejor. Por el contrario, los constantes ataques contra su persona no hacen más que fortalecer su intención de seguir adelante, y consolidan su prestigio entre los más humildes y desprotegidos. No logran entender que Manini fue preparado para el combate cuando todavía era un adolescente, y que las guerras solo se ganan cuando el enemigo pierde la voluntad de combatir. Esto recién empieza para el General y para el movimiento político que conduce.
El sistema político uruguayo no estaba preparado para acoger un partido y una conducción con estas características. Un partido que se preocupa más por resolver los problemas concretos de la gente que por las etiquetas y las definiciones autoreferenciales. Manini revaloriza el legado artiguista, un legado rico en valores y que une en lugar de dividir. Los politólogos se tienen que remontar a décadas para encontrar un líder que hubiera tenido una llegada directa a la gente como la que exhibe Manini en una carrera que tiene poco más de seis meses.
Todo esto explica por qué gran parte del sistema político se resiste a la entrada en escena del candidato de Cabildo Abierto: Manini le está sacando votos a todos. Pero esta reacción era esperable y está dentro del juego democrático. Más sorprendente ha resultado la tímida reacción de la oposición –salvo alguna honrosa excepción- frente a la maniobra de claro contenido político que a través de la Fiscalía se pergeñó contra Manini.
Danilo Arbilla, días pasados, en su columna de El País titulada: “¿Quién le teme a Guido Manini?” expresa lo llamativa que resulta la indiferencia de la oposición ante la ostensible judicialización de la política. “¿No les preocupa? ¿No les parece que el Ejecutivo ha actuado mal y que inquieta el proceder del fiscal? ¿Hay cancha libre para el Frente Amplio? ¿No saben de la doctrina y el dogma a que se aferran y no ven lo que hacen y han hecho a lo largo de la historia sus correligionarios?”. Según Arbilla es a estas cosas que hay que temerle y no a Cabildo Abierto o su candidato.
El sistema político, sin darse cuenta, está siendo funcional a intereses económicos que buscan debilitarlo. Está la fuerza de gobierno que exhibe un repertorio de métodos y procedimientos que trae malos recuerdos a los uruguayos memoriosos, desde un uso de los medios con reminiscencias de la DINARP, hasta la manipulación de una Fiscalía que se ha arrogado las funciones del Poder Judicial, reinstaurando de hecho el Ministerio de Justicia de la dictadura. El gobierno preparó un libreto a ser ejecutado a semanas del acto eleccionario. A pesar que intentaron hacer un drama, la pésima ejecución lo ha convertido en una comedia de mal gusto.
Esta notoria incomprensión solo se puede explicar por los varios intereses que se sienten afectados por la agenda de Cabildo Abierto. Son varios los temas de interés nacional en los cuales Manini y su partido han quedado solos en el espectro político.
Para empezar, Cabildo Abierto es la única fuerza política claramente contraria a la ley que legalizó el consumo de marihuana. Manini fue el único candidato que se presentó en la oficina de UPM y dejó una carta escrita manifestando su rechazo a algunos aspectos del negocio firmado con Uruguay, que más que una inversión parece una entrega. Cabildo Abierto ha desafiado abiertamente la creciente hegemonía cultural propagada con complicidad por medios y agentes culturales. Ni que hablar del nuevo Código de Proceso Penal, que inexplicablemente recibió los votos de la oposición.
Manini prometió un análisis a fondo de todos estos aspectos y negocios, lo que despierta suspicacias en el status-quo económico, político y social de las últimas tres décadas.
Como sugiere el politólogo Oscar Bottinelli en El Observador, daría la impresión que la mesa ya estaba armada y todas las sillas estaban ocupadas cuando la ciudadanía, harta de que todo cambie para que todo siga igual, sentó a Cabildo Abierto. Esta vez no solo han dejado el país hipotecado económicamente, como ocurrió en el 2002. Este se encuentra en un estado de degradación de valores, simbolizado con el olor a marihuana que domina las calles de Montevideo. Y con niños de siete años que cambian de sexo incitados por un Estado adicto a los rankings internacionales y la aprobación de los extranjeros, olvidando el interés de sus ciudadanos.
El sistema político debería entender que Cabildo Abierto no vino a confrontar ni a adherir a ideologías confrontativas, sino a componer voluntades en busca de una solución que les permita a los uruguayos encontrar una salida a los graves problemas que acucian a la población.
Así como Hércules liberó a Prometeo, la ciudadanía uruguaya respaldará a Manini con su voto el 27 de octubre. Los mandaderos de Zeus lo saben, y atemorizados, van pegando golpes en el aire como un boxeador noqueado.
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