Se cumple un bienio de la muerte de Luis Eduardo Aute, uno de los artistas más polifacéticos de nuestro tiempo. Aunque más conocido como cantautor, su creatividad incansable abarcó poesía, pintura y hasta cine. Su casa, sus conciertos en vivo y la generosa solicitud con que se relacionaba con la gente ya son parte del pasado; pero queda un importante legado artístico a preservar y difundir.
Un artista total
Su nacimiento en Filipinas, en donde pasó toda su infancia, le hizo recibir una formación más libre y universal, lejos del rigor austero que se vivía en la España de aquel tiempo. La pintura apareció en esos años como su primera vocación, reafirmada cuando, ya adolescente, se establece con sus padres en Madrid, en donde visita museos, exposiciones y devora libros de arte.
Luis Eduardo obtiene un temprano reconocimiento como pintor, pero también escribe poemas y es con uno de ellos, “Aleluya”, un largo recitativo acompañado de una melodía sencilla, que logra un inesperado éxito en el mundo de la canción. Sin que esto debilite su sostenida labor como pintor, a lo largo de toda su vida continúa componiendo canciones en que letra y música están en total acuerdo sin que ninguna prevalezca sobre la otra, en un raro equilibrio no tan frecuente entre los llamados “cantautores”.
Es en los años sesenta, durante su estancia en París, que la poesía entra de lleno en el quehacer artístico de Aute. Es el tiempo en que se escuchan las canciones de Bob Dylan, con letras cargadas de contenido, y las de Leonard Cohen, otro de sus grandes referentes.
Si bien casi todas las letras de las canciones de Aute están llenas de poesía y muchas de ellas son poemas en sí mismos, él nunca ha dejado de reconocer el espacio específico del poema, razón por la cual también escribió poemarios como “La matemática del espejo” publicado en 1975, “La liturgia del desorden” (1976) y “Templo de carne” (1986), tres obras que después serán reunidas en “Volver al agua”, que obtiene el III Premio Internacional de Poesía Ciudad de Cartago.
En cuanto a su pintura, si bien tuvo más de treinta exposiciones individuales en varios países y participó en importantes Bienales como las de París y San Pablo, Aute tenía la sensación de que su actividad poética musical eclipsaba un poco su labor pictórica. Si bien hay que tener en cuenta que una pintura, por excelente que sea, no puede lograr la difusión masiva de una buena canción.
Tanto en sus cuadros como en su poesía la iconografía religiosa es muy frecuentemente aludida, en particular en los dieciocho poemas que integran las letras de “Templo” (1987) en que lo místico y lo erótico se unen de manera tan indisoluble como respetuosa. Resulta impactante cómo de manera profunda y sincera, reutiliza elementos de la liturgia y también vocabulario de la tradición cristiana. Cáliz, transfiguración, sacrificio, corona de espinas, crucifixión, incluso frases bíblicas como “encomendaré mi espíritu” “no soy digno de entrar en tu morada” o la palabra “tentación”, son retomadas con un sentido que sugiere más una elevación de lo carnal que una profanación de lo religioso.
También el cine, otra de sus pasiones, le llevó desde muy joven a participar como ayudante en algunos rodajes, experiencia que le será útil para la creación de varios cortos y del largometraje “Un perro llamado dolor” (2001), muy relacionado con el mundo de la pintura, y en donde usa, al igual que en “El niño y el basilisco” (2012), la animación de sus propios dibujos, logrando que imagen, música y poesía se integren de un modo insuperable.
Lo que ya no está
Extrañamos sus conciertos, en los que por más público que hubiese él siempre se las arreglaba para hacer que todos nos sintiéramos en la intimidad de una rueda de amigos. Sentado en un taburete, con cálida sencillez, sin dejar de regalarnos las canciones más esperadas, como “La Belleza”, “De alguna manera”, “Las cuatro y diez” “Sin tu latido”, siempre nos mostraba algo nuevo y solía terminar el recital nada menos que con “Al Alba”, cantada a capela.
La que era su casa, que compartía con su mujer y sus hijos, ubicada a metros del parque de la Fuente del Berro, uno de los más bonitos de Madrid, ha sido recientemente demolida. Con el comentario de “¡Qué pena de país que no se guarda la memoria!”, circuló mucho por las redes sociales el video de la pala retroexcavadora destruyendo la casa mientras la voz de Aute canta “De alguna manera tendré que olvidarte”. Pero los que hemos tenido el privilegio de visitarla, difícilmente podremos olvidar esa casa, en que Aute tenía su taller de pintor, y en la que reinaba una armonía especial en cada uno de sus rincones.
Lo que vendrá
El Parque de la Fuente de Berro, que era el paseo cotidiano de Aute en las semanas que no estaba de gira, será colocada, para honrar su memoria, una placa con uno de sus poemas y en una sala del Centro Cultural, ubicado en el mismo parque, tendremos una exposición permanente de su pintura.
Otro proyecto que se aguarda con gran expectativa e ilusión y que está muy cerca de concretarse, es la edición de un libro escrito por el pintor gaditano y crítico de arte Antonio Álvarez del Pino, en el que se reproduce, analiza y comenta en profundidad la obra pictórica de Luis Eduardo Aute. Este volumen será publicado por editorial Gong, de Gonzalo García Pelayo, quien fuera durante años productor musical de Luis Eduardo.
Ya mismo, en el mes de mayo, tenemos un ciclo de conferencias en la sede de la Sociedad General de Autores y Editores de Madrid, en las que se hablará de todas las vertientes de la gran riqueza creativa de Luis Eduardo Aute.
*Columnista especial para La Mañana desde Madrid
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