En estos días circuló en las redes un video del Sr. Yuval Noah Harari, un historiador devenido en “futurólogo sociopolítico”.
El Sr. Harari dice en su vídeo cosas que son ciertas, como que hay jóvenes que dedican mucho tiempo al consumo de drogas y a los juegos de computadora. Y se pregunta, “qué hacer con toda esa gente inútil” (…), “cómo encontrarán algún sentido a sus vidas, cuando son básicamente intrascendentes, sin valor alguno”. (…) “Una vez que eres superfluo, no tienes poder”, remata.
Preocupantes afirmaciones… ¿Quién le dijo a Harari que en el mundo hay personas inútiles, intrascendentes, sin valor, superfluas? Ese pensamiento, entre hitleriano y estalinista, está muy lejos del que siempre promovió la civilización occidental y cristiana.
Además… ¿quién decide quiénes son los “sin valor”, los “superfluos”? ¿Son los que no tienen poder? ¿Qué poder y para qué? ¿Poder económico? ¿Material? ¿Poder para manipular a las masas? ¿Poder para decidir quién es eutanasiable y quien no, quiénes son dignos y quiénes no?
También dice Harari que nos acostumbramos a “pensar en las masas como poderosas”, por las revoluciones que promovieron en los siglos XIX y XX; pero que eso ya no es así. Según él, hoy estamos ante una segunda revolución industrial donde “el producto (…) no serán textiles, ni máquinas, ni vehículos, ni siquiera armas. Esta vez el producto serán los propios seres humanos. Básicamente estamos aprendiendo a producir cuerpos y mentes. Cuerpos y mentes van a ser los dos productos principales de la próxima ola de todos estos cambios”.
Esta concepción tan peculiar de la persona como “producto” es coherente con la idea de Harari de que hay seres humanos “superfluos”, “sin valor”: sobrantes. Precisamente por eso es tan preocupante y peligroso el pensamiento de este señor. Sobre todo, si tenemos en cuenta que este “pensador” en la actualidad trabaja como asesor del Sr. Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial y principal promotor del “Gran Reinicio”.
El Sr. Harari llega a decir en ese video que “la muerte será opcional”; que de aquí a 50 o 100 años, los pobres seguirán muriendo, mientras los ricos obtendrán “la exención de la muerte”. Él cree que una vez resuelta “la interfaz directa cerebro–computadora, cuando los cerebros y las computadoras pueden actuar directamente, ese será el fin de la historia, (…) de la biología tal como la conocemos”. (…) “La nueva actitud es tratar la vejez y la muerte como problemas técnicos: no es diferente en esencia, a cualquier otra enfermedad”.
Al final, el Sr. Harari dice que la familia hoy es muy pequeña comparada con la gran familia extensa que se está derrumbando –lo cual es cierto–. Por eso cree que en el futuro, la mayoría de los roles que desempeñan hoy la familia y la comunidad, los asumirá el Estado, brindando policía, educación, salud… “No necesitas vecinos, hermanos o hermanas para cuidarte cuando estás enfermo. El Estado te cuida”.
Por supuesto, Harari cree que el ser humano es solo materia. No cree ni en Dios ni en la existencia de un alma humana espiritual. Sería bueno saber cómo explica el amor que anida en el corazón del hombre, y que ha llevado y lleva al sacrificio de tantos y tantos hombres por su familia, por su Patria y por su Dios. ¿Acaso cree que es una reacción química lo que ha llevado a tantos hombres y mujeres al martirio a lo largo de la historia? ¿No será más bien una operación espiritual que –si el obrar sigue al ser– sólo es capaz de realizar un alma espiritual?
Harari no parece saber que el hombre lleva inscripto en su naturaleza el poder de descubrir la verdad con su inteligencia, de elegir el bien con su voluntad, de contemplar la belleza, de ejercer su libertad. No sabe o no cree que, con la gracia de Dios, el hombre es capaz de lograr lo imposible. Tampoco parece entender que el hombre, para vivir, además de simple justicia, necesita amor. Por eso, cualquiera que tenga un familiar al que ama, preferirá morir en su compañía que cuidado por el “Estado” –sobre todo, si en ese Estado está legalizada la eutanasia–.
Los dichos de Harari nos recuerdan lo que muchos decían del Titanic al momento de botarlo: “¡No hay peligro de que el Titanic se hunda! ¡El barco es insumergible! ¡Ni Dios podría hundirlo!”. La soberbia mata… No podríamos decir cómo ni cuándo, pero estamos seguros de que estos delirios transhumanistas se hundirán. Y que de Harari quedará menos rastro que del Titanic…
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