Cada semana sus columnas de opinión publicadas en Voces invitan a una reflexión de fondo sobre varios temas que hacen a la realidad contemporánea. En entrevista con La Mañana, el abogado Hoenir Sarthou consideró que las bases políticas del mundo industrial están siendo alteradas por el impacto tecnológico en el trabajo y señaló que los políticos uruguayos “acatan recetas a la hora de legislar” aunque valoró que el actual gobierno “redujo el peso de la bancarización obligatoria”.
¿Cuáles fueron tus primeros vínculos familiares con la política?
Viví en un hogar muy integrado con mis abuelos, del lado materno él era constructor y ella había sido modista. Por el lado Sarthou eran más excéntricos; mi abuelo era pintor y poeta, batllista militante, masón, teósofo, de origen anarquista que había nacido en Argentina y mi abuela maestra de izquierda. Discutían entre ellos, él compraba El Día y ella alguno de los de Fasano.
Mi padre Helios empezó con un origen anarquista. Fue siempre de izquierda, nunca militó en el Partido Colorado, sino que comenzó en la militancia estudiantil, donde coexistió y mantuvo buenos vínculos con gente como Jorge Batlle y Zelmar Michelini, también con José Claudio Williman, que eran de su generación. Podían tener una distancia en lo ideológico, pero mantenían un trato afable. Con Batlle coincidieron en el Senado muchos años después y hay conversaciones entre ellos que son muy divertidas.
¿Qué te influyó más a vos?
Mi viejo en el fondo de su alma era batllista, porque era políticamente liberal y en economía partidario del intervencionismo. No era el típico marxista cuadrado y además tenía la formación en Derecho. De todo eso mamé mucho, de esa impronta de época que se expresaba en el batllismo, en el socialismo de Frugoni. Yo sigo siendo liberal.
El Uruguay era batllista salvo las familias blancas específicamente de tradición. A mí me hace mucha gracia el prestigio que se le asigna a John Rawls en el mundo, como teórico de la justicia, cuando sesenta años antes de él las cosas que decía se habían hecho en Uruguay, en Suecia, en Noruega y Alemania.
Tu padre Helios fue uno de los fundadores del Frente Amplio, pero en el final de su vida abandonó el partido de manera muy crítica. ¿Cómo fue esa trayectoria?
Esto lo aclaró él, pero mi padre no fue fundador formal del Frente Amplio porque en ese momento no tenía un rol partidario, porque el FA se crea como un acuerdo de partidos y él no estaba en ninguno, pero sí lo apoyó de entrada. Estaba con la gente de Marcha. El candidato a diputado era Julio Castro porque Quijano nunca quiso ser el referente. Luego fue diputado, senador por el MPP y se distanció por diferencias con la conducción. Al final de su vida tuvo un enorme peso social, no había conflicto sindical o problema laboral donde no lo consultaran. Él decía en broma ‘a mí me aprecian mucho pero no me votan’.
¿El Frente Amplio se alejó de la izquierda y del batllismo? ¿O es al revés?
Creo que el Frente Amplio hizo casi el mismo proceso que el batllismo, solo que en tiempo récord. Al batllismo le llevó 50 años ser un partido que incorporó un sector social antes marginado, para llevarlo a la política. Alguna vez Hierro Gambardella me dijo que el batllismo había sido la incorporación del tango y el prostíbulo a la política, es decir, del barrio, y es verdad. Pero ahora el batllismo es la expresión de un pequeño sector de clase media alta, empresarial o profesional, pero sin peso social real. Y el Frente Amplio hizo lo mismo porque implicó el acceso a la política de sectores sociales excluidos y después muy rápidamente el propio FA se plegó a las reglas de juego del poder económico, fundamentalmente del poder económico trasnacional. No se puede decir que el Frente Amplio sea el vocero ni de la oligarquía rural ni del sector industrial nacional. La influencia que recibe es directamente de organismos internacionales y de fundaciones bancadas por el capital financiero.
¿Entonces deja de tener sentido el eje izquierda y derecha en Uruguay?
Yo no creo que deje de tener todo sentido, porque siempre es posible en todo conflicto detectar posturas que son exclusivistas, que tienden a la concentración del poder en pocas manos y posturas que tienden a democratizar el poder y la riqueza. Lo que pasa es que ha surgido un nuevo eje que no se puede manejar en términos de izquierda y derecha que es el eje que tiene que ver con la opción entre el globalismo, es decir, el proyecto político que impulsa los intereses económicos de alcance global, y el soberanismo, o sea, que el país siga funcionando de acuerdo a sus propios intereses. Conozco gente blanca, colorada, frenteamplista o de la UP que está indignada por el peso y predominio que tienen acá el FMI, el Banco Mundial o la OMS; y conozco también gente de todos los partidos que está fascinada porque dice que el mundo va para ahí.
Las encuestas desde hace varios años señalan que el nivel de confianza de los uruguayos en los partidos políticos es muy bajo. ¿A qué lo atribuís?
Tengo una explicación simple y clara. Todos nos damos cuenta de que los partidos no están pensando en el país ni dando respuesta a los problemas que realmente se viven, sino que se están aplicando recetas. Entonces dicen ‘tenemos que cambiar el código del proceso penal’ porque es lo que se usa en el mundo, ‘tenemos que ser inclusivos’, ‘tenemos que ser abiertos al LGTB’, ‘tenemos que ser abiertos al comercio’. Me preguntó cuánto hace que no vemos a un político uruguayo decir ‘me desperté con esta idea y me parece que es buena porque resolveríamos tal problema’. Eso generaría confianza, el pensar la realidad y buscar soluciones con la propia cabeza.
Uno ve que los proyectos de ley vienen prácticamente redactados, hay que comparar la redacción de las leyes más o menos relevantes en los países de la región y son iguales, por ejemplo, con la bancarización o la privatización de servicios públicos, así como los planes de reforma del Estado. Esas reformas no son inocentes y están financiadas por organismos internacionales. Según dicen, están pensadas para adaptar al país a la inversión extranjera. Entonces después tenemos fenómenos como los contratos de UPM2, que nadie puede decir que fue un buen negocio, o lo de Katoen Natie, cuyo argumento fue que se hacía para evitar un juicio y ahora nos presentan juicio del lado de Montecon. Nuestros políticos no piensan en soluciones, acatan recetas a la hora de legislar y firmar contratos. Y mucha gente ni siquiera se atreve a exteriorizarlo, pero se da cuenta.
¿La Constitución sigue siendo una herramienta válida de defensa de la soberanía?
Si se cumpliera sería una herramienta válida, lo que pasa es que no se cumple. La última reforma que se hizo en 2004 para impedir que se privatizara el agua es un chiste, porque luego se aprobó una ley bajo el Frente Amplio que permite privatizar el agua y se otorgó a UPM el uso preferencial del agua del Río Negro, por poner un ejemplo. Nuestra Constitución tiene algún hueco, uno que está siendo usado pésimamente es el de la contratación del Estado. Se establece que los tratados internacionales tienen que ser aprobados por el Parlamento para tener validez, pero no dice nada sobre los contratos con empresas. Ninguna norma habilita al Poder Ejecutivo a firmar contratos con empresas, pero convengamos que hay una realidad y se hace, entonces habría que regularlo y establecer en qué condiciones puede hacerlo. Como no está regulado han firmado cualquier cosa, en secreto, sin pasarlo por el Tribunal de Cuentas, ni por el Parlamento, sin difundirlo en la prensa porque cuando uno se entera, ya está firmado.
Con un grupo de personas integramos el Movimiento Uruguay Soberano e impulsamos una reforma constitucional justamente para regular la contratación del Estado, para los mega contratos de inversión que nos someten a jurisdicción extranjera, que implican contraer deuda más allá del periodo de gobierno, cosa prohibida por la Constitución. Sucede que el presidente no puede en la ley de presupuesto establecer gastos que vayan más allá de su periodo de gobierno, pero entonces se hace una trampa y se contrata con una empresa comprometiendo gastos por 50 o 60 años. Esto es absurdo, se es electo por cinco años, pero se puede comprometer el presupuesto nacional por 50 años sin pasar ni siquiera por el Parlamento. Esto no puede seguir más así.
Uno de tus perfiles profesionales como abogado tiene que ver con el derecho laboral, ¿cómo ves el tema de la protección de los trabajadores en este tiempo?
Es un tema impresionante ese. Me formé en el estudio de mi viejo que se dedicaba al derecho laboral casi exclusivamente. Lo que siempre ocurrió es que el derecho laboral es un reflejo de la correlación de fuerzas existente en la sociedad. Uno ve períodos de legislación obrera con el batllismo, después un retroceso; cuando asumió el Frente Amplio hubo un impulso, pero rápidamente estos mismos echaron para atrás y empezó a restringir y hoy claramente estamos en un periodo de retroceso. El derecho laboral se maneja mucho en base a principios y la interpretación varía mucho según el clima político. Y lamentablemente tenemos un Poder Judicial muy dependiente de las corrientes de opinión dominantes y del poder político.
Pero además todo esto está mediado por otro factor que creo que es determinante porque hay señales de que el trabajo humano tiene cada vez menos peso en la sociedad con la robotización y la inteligencia artificial que están desplazando puestos de trabajo. Cuesta asumir esto. Y no es casual que en el mundo se haya relanzado el debate sobre la renta básica universal. Sé que hay un discurso optimista de que la tecnología crea nuevos trabajos, pero no vas a reemplazar una fábrica de 6000 obreros con 6000 programadores, no es real. Tampoco habría que negarse a esto. Sería un horizonte fascinante poder dedicar el tiempo a cosas creativas que no fueran perjudiciales. Pero realmente esa no parece ser la dinámica en la que estamos, sino que se va hacia que una masa muy grande de la población del mundo sea considerada excedentaria.
¿Qué implica ese cambio políticamente?
Es un cambio como lo fue la revolución industrial, donde el trabajo deja de ser la base de la riqueza y pasa a serlo la tecnología. El problema se traduce en quién administra esa renta de la tecnología. Parece claro que quienes tienen el control de la tecnología aspiran a concentrar la ganancia. ¿Pero qué hacemos con la gente que queda desocupada? Porque el salario sigue siendo el gran factor de distribución de la riqueza. Si esto cambia, es un problema que solo puede tener resolución política.
En la pandemia hemos visto que la paralización liquidó mucha empresa chica y permitió que las grandes concentraran. Amazon liquidó a un mundo de pequeñas empresas que vendían cosas al por menor. La tecnología elimina fuentes de trabajo, no importa si hay o no competencia, porque para competir hay que estar en el mismo patrón tecnológico. Entonces, el problema es cómo se va a resolver la distribución de la riqueza si el trabajo deja de ser necesario. Esto trae consecuencias sociales y políticas abrumadoras, porque la democracia, el sindicalismo, el principio de igualdad, la libertad de expresión, todo es hijo de un mundo industrial, donde los trabajadores eran necesarios y había que reconocerles derechos sociales, económicos y políticos. Pero ahora esa masa pierde un arma de negociación brutal.
Cambian las bases de ese pacto…
Exacto. ¿Cuál fue el gran mensaje de la pandemia? ‘Quedate en tu casa’, es decir, ‘no te precisamos, primero está la salud’. Pero las empresas realmente grandes, las que funcionan tecnológicamente, siguieron trabajando y ganando, el sistema financiero, las telecomunicaciones, la farmacéutica. ¿Quiénes perdieron? Las pequeñas empresas y los trabajadores, que perdieron salario, fueron al seguro de paro, etc. Como experimento social se vio que se puede prescindir del trabajo y el capital centralizado funciona, gana igual y hasta crece.
¿Qué valoración haces sobre la bancarización en Uruguay?
Estamos ante un proyecto de reorganización del mundo, que se expresa muy bien en el libro de Klaus Schwab, el portavoz del Foro Económico Mundial, titulado El gran reinicio. Se propone hacerlo desde la economía, creando una especie de autoridad mundial con el lema de que los problemas globales requieren soluciones globales y su tesis es que la pandemia ha demostrado la incapacidad de los gobiernos nacionales para hacerlo. Es algo que de alguna manera ya ocurre, pero la idea es asumirlo oficialmente. Y la bancarización es parte de ese proyecto, con la desaparición del dinero físico, convertido en registros del sistema financiero, con el argumento de que es más barato, que no hay riesgo de que te roben en la esquina y supongo también porque los billetes son sucios.
Los billetes dan privacidad. Si todo se hace a través de las tarjetas y registros virtuales toda operación queda registrada, tus intereses y movimientos, generando una posibilidad tremenda que es la de aplicar sanciones por vía del congelamiento de cuentas. Esto ya pasó con los camioneros de Canadá que estaban en conflicto y que les confiscaron con un dedazo las cuentas porque hacían disturbios. Entonces, mañana, porque no te vacunaste o porque no declaraste tal cosa te pueden trancar el acceso a tu cuenta. Es un poder desmesurado en manos del sistema financiero.
Particularmente, creo que una de las cosas valiosas que hizo este gobierno fue reducir el peso de la bancarización obligatoria al habilitar que se hagan operaciones menores a US$ 100.000 y permitió que todo un flujo de la economía se hiciera de forma directa sin pasar por el sistema financiero. Porque hay otra gran mentira cuando te dicen ‘es gratis’. Cuando pagás con tarjeta le descuentan al comerciante y eso lo pagás en el precio, porque el comerciante no lo va a perder. Además, le bicicletean el dinero pagando a treinta o sesenta días y eso tiene un costo que lo paga el usuario. Y con tu cuenta, si tenés exceso de movimiento te cobran, si hacés pocos movimientos te cobran, si te mandan la tarjeta te cobran, si transferís desde otros bancos te cobran, cualquier cosa te cobran. El sistema financiero no hace nada gratis y se encarece la vida, aunque no nos demos cuenta por estar diluido en el precio final.
¿Qué opinás de la política de libertad responsable que asumió el gobierno frente a la pandemia?
Uruguay y concretamente Lacalle me parece que usó los márgenes de flexibilidad que tenía. El mandato de encerrar y paralizar era global. Y Uruguay hizo lo que pudo, si uno lo compara con las medidas de Alberto Fernández en Argentina, con Pedro Sánchez en España o el gobernador de Nueva York, fue un alivio y podría haber sido mucho peor.
Alguna gente me decía ‘por qué vas a pensar que la pandemia es algo planificado, fijate lo que pierden las compañías aéreas o la industria turística’. Y el problema es que eso no importa porque los dueños de las compañías aéreas son los mismos que de los laboratorios o las empresas de telecomunicaciones. Nosotros creemos que estamos en un mundo de competencia del sistema capitalista y es mentira. Toda la economía está controlada por un mismo centro, que son las empresas administradoras de fondos de inversión. La más poderosa es Vanguard Group, también está Blackrock, Blackstone y State Street, entre otras. Estos fondos son dueños prácticamente de todas las empresas del mundo, a través de pequeños montos de acciones. Aunque tengan un 15%, la controlan, porque si no logran imponer su plan de gestión y sus directores entonces hacen saber que se desinteresan de la empresa, lo que significa que caen las acciones y al mismo tiempo a esa empresa le será muy difícil acceder al crédito bancario que aquellos manejan.
En cuanto a la libertad de expresión, ¿cuánto se ve afectada en este tiempo de ‘cancelación’ y ‘corrección política’?
Desde la pandemia para acá hemos vivido una censura mediática importante. Esto lo experimenté yo. En lugares donde era invitado regularmente, cuando empecé a poner dudas sobre las vacunas o la pandemia me dejaron de invitar. También recibí entrevistas violentísimas, de forma casi incivilizada. No solo a mí, nos pasó a muchos.
Además, se dio la censura en las redes sociales, que era el gran escape. Hoy tenemos los medios para que todos podamos tener toda la información del mundo y además publicar información. Pero claramente la línea no es de amplitud de comunicación, porque todas las empresas tecnológicas se han lanzado a censurar descarnadamente. Empezaron con toda información que beneficiara a Trump en la campaña de EE.UU., incluyendo bloquear al propio presidente en Twitter y Facebook. ¡Hay que darse cuenta el grado de poder que eso implica! Y después no se podía poner en duda que había un origen natural del virus y luego a las vacunas. Yo estuve suspendido días y semanas.
En resumen, estamos viviendo la instalación de un proyecto político que no es nacional, es global y tiene entre sus pautas el control financiero, comunicacional y de los gobiernos a través de las presiones a los gobernantes y las campañas. Nos queda usar los espacios de libertad que hay.
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