La crisis mundial que se desató el 24 de febrero de 2022 con el estallido de la guerra entre Rusia y Ucrania ya ha replanteado radicalmente las relaciones comerciales y financieras. En poco tiempo, los bancos rusos fueron desconectados de SWIFT y se retiraron de Europa, muchas empresas occidentales se fueron de Rusia, NordStream 2 fue “suspendido”, se cerró el espacio aéreo y los países de la OTAN congelaron los activos del banco central ruso, al tiempo que procedieron a confiscar la propiedad privada de los ciudadanos supuestamente cercanos al Estado ruso. La congelación de las reservas del banco central constituye, de hecho, un default técnico de Occidente hacia Rusia, aunque los activos bloqueados sigan devengando intereses.
En resumen, Rusia ha sido efectivamente excluida del mundo financiero occidental, en maneras que no afectan los fundamentos de su economía demasiado gravemente y que seguramente fortalecerán los elementos industriales-militares de su orden político. El motor de esta nueva división del mundo no es la propia Rusia, sino la respuesta asimétrica, sobre todo financiera y económica, de las potencias de la OTAN a las acciones rusas en Ucrania. Con el respaldo de China, Irán, Bielorrusia, Kazajistán y la estudiada neutralidad de la India, se está creando un nuevo sistema financiero internacional. Esta creación no es de la propia Rusia, sino de los principales responsables políticos y pensadores estratégicos de Estados Unidos.
En la crisis actual, los líderes políticos occidentales se han visto sometidos a presiones extremas para ejercer poderes que no tienen, con el fin de mostrar una determinación que quizá no sientan. Hasta ahora han conseguido abstenerse de asumir riesgos militares fatales, mientras que han desplegado toda la fuerza de los medios de guerra de la información. Asimismo, se han concentrado en un régimen de sanciones que forma parte de un conjunto de herramientas bien conocidas, y que en el caso ruso ha demostrado ser más costoso para sus diseñadores que para su blanco.
Parece que la próxima vuelta de tuerca de las finanzas mundiales se producirá en Europa, sobre todo en Alemania, a medida que se hagan evidentes las consecuencias de los altos precios de la energía y la perpetua escasez de suministros. La competitividad de Alemania está ligada a los recursos rusos y a los mercados chinos; por otro lado, sus vínculos políticos y financieros pertenecen a la alianza atlántica. Es difícil creer que Alemania vaya a subordinar permanentemente su industria, tecnología, comercio y bienestar general a los deseos de Washington y Wall Street, incluso en aras de los altos principios que ahora declaran con tanta elocuencia sus políticos y medios de prensa. Esta tensión entre las fuerzas económicas y políticas solo puede crecer con el tiempo, conduciendo a la desindustrialización o a una nueva relación con el Este euroasiático, una nueva Ostpolitik, por así decirlo.
James K. Galbraith, en “El sistema del dólar en un mundo multipolar”, Institute for New Economic Thinking
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