Al mencionar a Juan D’Arienzo en una conversación nunca falta quien acote “¡El Rey del Compás!”, aunque es obvio para la mayoría que ese apodo se debe a su música de tempo rápido e inflexible que invita a disfrutarla bailándola, muchas veces se ignora o se resta importancia a D’Arienzo como un músico innovador que influyó muy profundamente en el género.
Dos por cuatro
Nació en Buenos Aires en 1900, aunque él se definía tanto uruguayo como argentino (en sus palabras: “nunca quise salir del país. No cuento al Uruguay porque, aunque yo nací aquí, soy medio uruguayo también. Estuve muchos años allá y quiero muchísimo a los orientales”). Su carrera musical comenzó a una temprana juventud, habiendo registro de una actuación de importancia como bandoneonista de una orquesta típica a los 19 años, pero 1935 fue un año clave en la “creación” de D’Arienzo que todos recordamos. Esto ocurre cuando al incorporarse a su orquesta Rodolfo Biagi, un pianista que había tocado con “Pacho”, que había acompañado a Gardel en algunas grabaciones, y que había tocado también con Juan Bautista Guido y con Juan Canaro. D’Arienzo actuaba por entonces en el Chantecler.
La incorporación de Biagi significó el cambio de compás de la orquesta de D’Arienzo, que pasó del cuatro por ocho al dos por cuatro; mejor dicho, retornó al dos por cuatro, al compás rápido y juguetón de los tangos primitivos. El piano tan prominente y trabajado que escuchamos y recordamos de la orquesta de D’Arienzo es fruto de Biagi. Poco antes de morir, en una entrevista, el rey del compás llegó a confesar: “La base de mi orquesta es el piano. Lo creo irremplazable. Cuando mi pianista, Polito, se enferma, yo lo suplanto con Jorge Dragone. Si llega a pasarle algo a éste no tengo solución”. (Reportaje del Diario de Tres Arroyos, La Voz del Pueblo, 23 de diciembre de 1975).
Por su parte, Rodolfo Biagi, en una entrevista en 1960 realizada por Carlos Álvarez, dice: “Respecto a mi estilo, siempre tuve inquietudes en ubicar el piano en un plano distinto al que se lo había empleado en las orquestas típicas, exclusivamente de acompañamiento. Y cuando llego a D’Arienzo pude materializarlo”.
En el mismo reportaje del Diario de Tres Arroyos también detalla cómo conformaba su orquesta, la fuerza y la “masividad” que producía su conjunto es una importante diferencia con el tango de la vieja escuela del que hablaré más abajo: “El violín de cuarta cuerda aparece como un elemento vital. Debe sonar a la manera de una viola o de un cello. Yo integro mi conjunto con el piano, el contrabajo, cinco violines, cinco bandoneones y tres cantores. Menos elementos, jamás. He llegado a utilizar en algunas grabaciones hasta diez violines”.
Rey del Compás
D’Arienzo irrumpe de manera definitiva y permanente en la escena del tango en 1936, trayendo consigo una forma de dirigir muy distinta a sus contemporáneos. Él ha expresado que su estilo es una suerte de “vuelta a las raíces” del tango de la vieja guardia, aunque en mi opinión personal, y la de otros más calificados que yo para esto, D’Arienzo crea un estilo totalmente propio. José Gobello describe de forma concisa y comparativa su estilo: “Frente al ritmo marcial de Canaro, a la trivialidad un tanto murguística de Francisco Lomuto, a los arrestos sinfonistas de De Caro, D’Arienzo aportaba al tango un aire fresco, juvenil y vivificador. El tango, que había sido un baile alardoso, provocativo, casi gimnástico, se vio un día convertido, al decir de Discépolo, en un pensamiento triste que se puede bailar… Se puede… El baile había pasado a ser subsidiario hoy; sólo que entonces había sido desplazado por la letra y por los cantores y ahora lo es por el arreglo. Y bien: D’Arienzo devolvió el tango a los pies de los bailarines y con ello hizo que el tango volviera a interesar a los jóvenes. El Rey del Compás se convirtió en el rey de los bailes, y haciendo bailar a la gente ganó mucho dinero, que es una linda forma de ganarlo”.
Quiero destacar esta reveladora cita de D’Arienzo sobre qué es el tango: “A mi modo de ver, el tango es, ante todo, ritmo, nervio, fuerza y carácter. El tango antiguo, el de la guardia vieja, tenía todo eso, y debemos procurar que no lo pierda nunca. Por haberlo olvidado, el tango argentino entró en crisis hace algunos años. Modestia aparte, yo hice todo lo posible para hacerlo resurgir. En mi opinión, una buena parte de la culpa de la decadencia del tango correspondió a los cantores. Hubo un momento en que una orquesta típica no era más que un simple pretexto para que se luciera un cantor. Los músicos, incluyendo al director, no eran más que acompañantes de un divo más o menos popular. Para mí, eso no debe ser. El tango también es música, como ya se ha dicho. Yo agregaría que es esencialmente música. En consecuencia, no puede relegarse a la orquesta que lo interpreta a un lugar secundario para colocar en primer plano al cantor. Al contrario, es para las orquestas y no para los cantores. La voz humana no es, no debe ser otra cosa que un instrumento más dentro de la orquesta. Sacrificárselo todo al cantor, al divo, es un error. Yo reaccioné contra ese error que generó la crisis del tango y puse a la orquesta en primer plano y al cantor en su lugar”.
“Además, traté de restituir al tango su acento varonil, que había ido perdiendo a través de los sucesivos avatares. Le imprimí así en mis interpretaciones el ritmo, el nervio, la fuerza y el carácter que le dieron carta de ciudadanía en el mundo musical y que había ido perdiendo por las razones apuntadas. Por suerte, esa crisis fue transitoria, y hoy ha resurgido el tango, nuestro tango, con la vitalidad de sus mejores tiempos. Mi mayor orgullo es haber contribuido a ese renacimiento de nuestra música popular”.
“La mía siempre fue una orquesta recia, con un ritmo muy acompasado, muy nervioso, vibrante. Y fue así porque el tango, para mí, tiene tres cosas: compás, efecto y matices. Una orquesta debe tener, sobre todas, vida. Por eso la mía perduró durante más de cincuenta años. Y cuando el Príncipe me puso ese título yo pensé que estaba bien, que tenía razón”, agregó D’Arienzo.
“La juventud busca eso: la alegría, el movimiento”
D’Arienzo no escapó a la crítica de sus contemporáneos, que lo tildaban de crear un tango “demagógico”, sobre estos comentarios declaró en entrevista en para la revista La Maga: “A mí la juventud me quiere. Mis tangos gustan porque son movidos, rítmicos, nerviosos. La juventud busca eso: la alegría, el movimiento. Si usted les toca un tango melódico y fuera de compás es seguro que no les va a gustar. Eso es lo que pasa. Ahora hay buenos músicos y grandes orquestas que creen que lo que están haciendo es tango. Pero no es así. Si les falta compás no hay tango. Creen que pueden imponer un nuevo estilo y ojalá tengan suerte, pero yo sigo pensando que si no hay compás no hay tango. Como profesionales los respeto a todos. Pero lo que hacen no es tango. Y si estoy equivocado quiere decir que hace más de cincuenta años que estoy equivocado”.
Fuente de las citas: Revista La Maga, 13 de enero de 1993 y reportaje del diario de Tres Arroyos, La Voz del Pueblo, 23 de diciembre de 1975).
D’Arienzo devolvió el tango a los pies de los bailarines y con ello hizo que el tango volviera a interesar a los jóvenes.
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