Un lutier es una persona que construye y repara instrumentos de cuerda. Se trata de un oficio antiguo que, en el mundo de la inmediatez y el descarte, va lentamente hacia la extinción. En Colonia del Sacramento vive Pedro Oteguy quien, con sus propias manos, elabora guitarras clásicas, bajos acústicos, mandolinas, cavaquinhos, violines y violas da gamba. Pero realiza también instrumentos antiguos como guitarras barrocas o renacentistas, réplicas de instrumentos históricos que todavía se conservan en museos europeos y que hoy viajan desde Uruguay al mundo.
¿Se imagina usted cómo sonará un jacarandá? ¿Y un cedro rojo? Tal vez no sea tan difícil idearlo. Basta evocar un canto de una guitarra flamenca, ese sonar de las cuerdas que retrotrae a latitudes lejanas. O tal vez sí, quizá sea necesario ir mucho tiempo atrás en la historia y, a través de la madera, llegar al sonido de la corte de Luis XIV. Este es el trabajo que realiza Pedro Oteguy, uno de los pocos lutiers que hay en el país, y el único en realizar instrumentos renacentistas y barrocos a medida desde Colonia para todo el mundo.
Su oficio no proviene de familia, pero sí la música. Su padre, su abuelo y sus tíos son músicos y, de alguna forma, Pedro Oteguy siempre tuvo contacto con la guitarra. Este instrumento, al que considera familiar, fue el que lo impulsó a mudarse desde Juan Lacaze a Montevideo para estudiar profesorado de música. Ya en la capital, vio un aviso en un diario que anunciaba el inicio de un curso de lutier. Como en ese momento no contaba con el capital suficiente como para comprarse una guitarra, se anotó para construir la suya propia. A partir de entonces, no paró. Luego viajó a Europa para especializarse en Holanda y Francia de la mano de maestros lutiers.
Hoy, ya radicado nuevamente en Colonia, tiene el taller en su propia casa. Desde allí charló con La Mañana y brindó las claves y los secretos de su labor. Es en este lugar donde moldea maderas de diferentes procedencias –a menudo llegadas desde África o Europa– y utiliza herramientas similares a las de un carpintero, pero específicas para su oficio. Allí se vuelca a su pasión durante las tardes, tamizando sus días con clases de música que brinda en el liceo de la ciudad.
Si bien Oteguy indica que no es necesario ser músico para ser lutier, en su caso el correr por ambos oficios le otorga una herramienta extra, una especie de oído para darse cuenta de si el trabajo realizado es el correcto o si hay algo más que afinar, y que va más allá de la estética en sí.
La paciencia de los viejos tiempos
En el mundo de la inmediatez y del descarte,Oteguy es parte de un oficio que poco a poco va desapareciendo en el tiempo. Es que realizar un instrumento tiene una demora de casi dos meses si se trabaja todos los días. “A veces hay quienes no saben comprender que se trata de un instrumento que lleva su proceso y que se diferencia de algo realizado en una fábrica. Más allá de que se supone que las máquinas son perfectas, estas no tienen la sensibilidad o la intuición que tienen las manos de un artesano que desarrolla un oficio”, explica.
Dentro de las ventajas de una guitarra hecha a mano sobresale la comodidad, pero también la durabilidad que permite que esta pase de generación en generación a lo largo de los años. Un hecho que lo demuestra es la conservación de instrumentos realizados en el siglo XI, por ejemplo.
Además del sonido, la principal diferencia entre una guitarra común y un instrumento antiguo está en los números de cuerda. Mientras que una guitarra renacentista tiene cuatro, la barroca cinco y la clásica, seis. Los materiales, las formas, el tamaño y la afinación también difieren.
Aprender con antiguos planos
Si bien Oteguy no es el único lutier del país, sí es uno de los pocos que quedan y el único que realiza instrumentos antiguos. Fue su paso por Europa lo que lo acercó a los museos, donde conoció de primera mano los instrumentos que se tocaban en el palacio de Luis XIV. “En Europa existen muchos lutiers que se dedican a realizar estos instrumentos porque hay un mayor mercado y conocimiento de la música antigua”, indica. Allí a los planos de instrumentos que, asegura, nunca hubiera imaginado que existían. Conoció también a maestros lutiers con los que convivió y de los que absorbió conocimientos. En el viejo continente realizó su primera guitarra barroca.
Del mundo a Colonia y de Colonia al mundo
Los pedidos locales son principalmente de reparaciones de instrumentos. Pero también hay otra dimensión de trabajo, el artesanal. Tanto los clientes como las maderas provienen de todas partes del mundo. El ébano, por ejemplo, llega de África, mientras que el jacarandá de India y el cedro rojo de Estados Unidos. El ciprés proviene de España y desde Alemania llega el pino abeto.
De esta forma, en un instrumento se pueden combinar maderas de varios continentes, aunque el verdadero secreto está en la sonoridad que estos brindan. Es que en el oficio es necesario encontrar el tipo de sonido ideal para el instrumento. Por ejemplo, para lograr algo más dulce se utiliza el jacarandá, y si se busca algo más agudo se debe elaborar el instrumento con un ciprés. Las maderas, a la vez, deben elegirse con bastante cuidado, pues es necesario que tengan al menos 15 años de estacionamiento. Además, es menester que cuenten con una característica física y acústica de flexibilidad y con una memoria elástica para que no se deforme. No se debe olvidar que, por más arte que haya en ella, no deja de ser un material orgánico.
El arte que hay detrás del saber elegir se lo traspasaron sus maestros y luego estuvo lo empírico, la experiencia. “Tenés que desarrollar una sensibilidad especial para poder reconocer si es la madera adecuada. Golpearla para conocer su acústica y palparla para saber si es flexible”, advierte en entrevista.
Pero, a pesar de este método, Oteguy se separa del hecho de ser un artista y, por el contrario, se identifica más con un técnico. “Creo que el arte en sí está en la música producida por el músico que luego toma la herramienta. Tal vez, el arte que realizo esté solo en la ornamentación”, observa. En el tallado de la madera –en ocasiones también del nacar– experimenta a través de distintos pasos hasta llegar a un producto que luego será único.
En tanto, el acto de la construcción, dice Otheguy, es “algo mágico”, y en este sentido amplía: “Cuando construyo un nuevo instrumento las horas pasan volando. Estoy metido en el proceso descubriendo, superándome a mí mismo siempre. Son el primer objeto que tomo al levantarme. Es un oficio al que atesoro porque me brinda un vínculo especial con la música. Además, tiene ese trato especial con la gente, porque quienes vienen a probarlo quedan maravillados y saben que le durará mucho tiempo”. Confiesa: “Uno de mis alumnos tiene 70 años y le está elaborando una guitarra para el hijo, que le quedará toda la vida. Esas son las cosas especiales, profundas, que me dan la gratificación de ser lutier”.
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