En la época del mayor resplandor y poderío de la Unión Soviética, un eminente politólogo francés calificó como excepcional acierto de su propaganda, un slogan que anunciaba un inmenso cartel en la más importante avenida de París, “La URSS potencia de paz, amiga de Francia”. Destacaba el acierto de quien lo había acuñado, por la síntetis y la eficacia, al recordar el secular mito del gigante bondadoso, exhibiendo el ánimo de amistad que a Francia le dispensaba, sin reservas, una de las dos superpotencias mundiales.
Lejos de pensar nadie –eran momentos, en que competía con EE.UU., exhibía su arsenal atómico y ganaba la carrera espacial con Gagarin– en la posibilidad de la implosión que derrumbó para siempre el sistema que prometía la universal redención de las clases populares.
Tampoco significó, como anunciaba Fukuyama el fin de la historia, pues la historia no tiene fin.
Pero, en cambio terminó con el ilusorio sistema que implica el sacrificio de la libertad para acceder a una economía igualitaria y redimir al proletariado satisfaciendo todos sus reclamos.
Naturalmente, que no se le puede negar al marxismo su énfasis en la importancia del factor económico, pilar fundamental en el éxito de todo gobierno. Es muy claro que la economía de mercado, que anda muy bien en el sistema de liberalismo político, también puede hacerlo en un sistema autoritario: la experiencia que parcialmente, lleva a cabo China lo está demostrando.
En cambio, el sistema colectivista aplicado a la economía no ha funcionado en los regímenes autoritarios, como lo demuestra Cuba, sumida en la miseria y el atraso, la URSS y su implosión irreversible, Corea del Norte que se mantiene por un rigor salvaje, sin citar a Venezuela y Nicaragua que, más que nada son cleptocracias populistas.
Pero tampoco el colectivismo ha funcionado en una democracia, como lo demostró el Chile de Allende.
Queda en claro, que lo que falla es el sistema; sin el afán de lucro, verdadero motor de la economía, la producción, las finanzas y el comercio, los países no crecen y el “hombre nuevo” que quería Guevara, algo parecido a una versión moderna del buen salvaje de Rousseau, no pasa de ser una utopía racionalista.
Maurice Duverger, profesor de la Sorbona decía: “El capitalismo se mantiene por lo que contiene de socialismo”, aludiendo a que una mayor distribución de la riqueza, es lo que permite una economía en expansión y, por ende, mayor paz social. Y consideraba que más que la utilidad, las empresas buscan expandirse y atravesar fronteras, lo que se ha materializado con la globalización.
Tras la muerte de Mao, sí bien se mantuvo las formas del régimen colectivista impuestas por el sanguinario dictador, el Partido Comunista de China fue controlado por los reformistas encabezados por Deng Xiaoping (18 de diciembre 1978), cuya meta era transformar el esquema de planificación totalitaria, en una economía socialista de mercado, lo que la llevó en transformarse en la primera economía más grande del mundo, que hoy representa el 17.7% de la economía global. Hay que decir que a pesar de esta apertura, el régimen no tolera protestas como ocurrió con la represión de la Plaza de Tiananmén en 1989.
En este caso vale la inversión de la frase del politólogo francés: “el socialismo para mantenerse, necesita incorporar mejoras en la distribución, como lo viene haciendo el gigante asiático”.
En nuestro país, la izquierda no ha procedido a modificar las estructuras, es decir los medios y modos de producción que propugna el marxismo histórico, pues lejos de tocar, la tierra, las industrias, la banca, el comercio exterior, ha fortalecido la banca, incorporado las inversiones de empresas trasnacionales exonerándolas de impuestos y protegiendo la propiedad privada nacional y extranjera, dentro del sistema capitalista liberal.
Y menos mal, que así ha sido, pues los delicados resortes de una economía interdependiente y de manejo complejo, están lejos de cualquier propósito o aventura que pudiere, seguramente, llevar al país al aislamiento internacional, la fuga de capitales, la ausencia de inversiones, el bloqueo de los créditos y una seria desestabilización política.
Lamentablemente que ese loable propósito distributivo, se materializa sin mejorar la productividad o la riqueza, lo que sumado a la falta de idoneidad en la gestión, propia de la inexperiencia o falta de formación –a veces alarmante– de sus cuadros, ha determinado la pérdidas multi millonarias que han sufrido entes como ANCAP, UTE, PLUNA y otros organismos, que han endeudado la país de tal forma, cuya gravedad impone a la nueva administración que eligió el pueblo, limitaciones materiales de todo orden, que impiden la posibilidad de un mayor desarrollo, crecimiento y distribución.
Todo lo que impone la necesidad de un nuevo triunfo de la Coalición Republicana para seguir llevando una tarea de equilibrio de las cuentas y ejecución de las políticas propuestas para el desarrollo, la expansión económica y sobre todo para la auténtica justicia social.
TE PUEDE INTERESAR