El municipio F acuna al barrio Las Canteras, un vecindario que fue poblado por italianos y españoles hace más de 60 años, y donde permanece la cultura de trabajo de los vecinos y los almaceneros. De cara a los aumentos de precios, este tipo de comercios, así como sus clientes, son los más afectados. Tres comerciantes de la zona analizan el panorama y opinan sobre posibles soluciones.
El pasado martes 3 de mayo, La Mañana publicaba la noticia de que el Senado aprobó por unanimidad la minuta de Cabildo Abierto sobre los precios de la canasta básica, es decir, el planteo de que se exonere de IVA a 19 alimentos. “La inflación afecta a todos, pero más a quienes tienen recursos limitados y serias dificultades para llegar a fin de mes”, expresó el senador Guido Manini Ríos en esa instancia.
Los productos involucrados son: harina, azúcar, fideos, arroz, aceite, sal, polenta, pulpa de tomate, lentejas, porotos, leche en polvo, huevos, cocoa, café, avena, carnes de vacuno, pollo, carne de cerdo y pan.
Ahora bien, ¿quiénes son esas personas que se ven más afectadas con las subas de los precios y se verían beneficiados de la exoneración del IVA en productos tan básicos? Es posible que sean quienes pertenecen a los quintiles más bajos. En esa línea, por ejemplo, el municipio F es una de las zonas que abarca barrios con mayor cantidad de personas bajo la línea de pobreza. Entre estos se encuentra el vecindario Las Canteras.
Las Canteras está limitado, a grosso modo, por las calles Cochabamba, Camino Carrasco, Pantaleón Pérez y Veracierto. A simple vista es posible contar un almacén por manzana, aunque con la pandemia la situación cambió ya que muchos se vieron obligados a cerrar, sin embargo, otros encontraron oportunidad de abrir.
Un ejemplo de ello es Fernanda, una comerciante que reabrió su negocio en 2020. Ella tuvo un pequeño almacén entre 2003 y 2017 donde también ofrecía comida elaborada. Esto se debe a que, desde hace más de 20 años, Las Canteras se caracteriza por contar con fábricas que dan trabajo a cientos de personas que almuerzan en la zona.
“Muchos llegaban con su vianda en pleno invierno y les ofrecía calentarla y un café. Lo hacía porque yo también he trabajado bajo el frío y la lluvia y sé la diferencia que hace comer algo caliente. Después comencé a ofrecerles milanesas o comidas de olla para que compren y se fueron sumando, se dio un boca a boca que trajo más clientes”, recordó a La Mañana.
Luego de años Fernanda cerró su almacén y se abocó a trabajar fuera. Iba todo bien hasta que el covid-19, gradualmente, fue llevando a que pierda algunos de sus empleos por lo que decidió abrir nuevamente el comercio, llamado “El Imperio de Fer” y al que se dedica en un 100%.
“Las expectativas que tuve al reabrir se cumplieron, porque nací en el barrio, entonces la gente se acercó y ayudaron mucho a que funcione. Al principio arrancó bien, pero ahora bajó muchísimo, más o menos desde antes de las fiestas, en esas fechas fue feísimo. Además, me juega en contra no trabajar con tarjeta, no me he adaptado todavía”, explicó.
Lo que sí le juega a favor a la comerciante es que desde que comenzó vende productos fraccionados, una costumbre típica en almacenes barriales. “Vendo desde hojillas sueltas hasta fideos. A fin de mes se nota mucho la venta en esta modalidad”, indicó.
Cambiar marcas clásicas por más económicas
“En estos últimos meses escuché las quejas de los clientes porque los aumentos de precios los debemos trasladar a ellos”, comentó. A su vez, dijo que actualmente no se compra casi nada de lo que se compraba antes. Por ejemplo, al principio compraba grandes cantidades a los proveedores, pero hoy compra casi lo justo, lo que sabe que se puede vender “y encima sin buscar marca”, aseguró. “Es decir, compro productos más baratos, porque algo caro en el barrio no se vende”.
Indicó que lo ha notado mayormente con la pulpa de tomate y el papel higiénico. “También antes las personas elegían qué aceite querían comprar, ahora llevan lo que hay y lo más económico; son contados quienes les importa el tipo de aceite o la marca. Lo mismo sucede con el jabón en polvo”.
Fernanda, además de algunas minutas, ofrece productos de parrilla ya que es algo que, entiende, se cocina rápido, se come caliente y sacia a los trabajadores. “Aunque son productos que también han subido de precio, pero si queremos vender debemos mantener los costos. No sacamos mucha ganancia porque para eso tengo que aumentar el precio y ya no se vendería”.
En esa línea explicó que la baja del IVA de los chorizos le sirvió, y por eso considera que la baja del impuesto a los alimentos de la canasta básica también será beneficiosa. “Cada vez que los medios anuncian cambios en los precios, automáticamente las personas reaccionan y toman la medida de comprar o no comprar”, señaló.
Más que un barrio, una comunidad solidaria
Fernanda es una comerciante que intenta ponerse en los zapatos del consumidor y prefiere que compren productos al alcance a que no compren nada. En las noches baja el precio de bizcochos y panificados, hecho que aprovechan los clientes y además sirve para que no sobre mercadería.
“En el barrio nos brindamos ayuda mutua. A veces vienen y piden si les puedo vender 10 o 20 pesos de azúcar y lo hago. A su vez muchos vecinos me ayudaron con el tema de la lechuga cuando estaba carísima, por ejemplo, optaron por que no se la ponga como era habitual. Por eso digo que lo clientes del barrio ayudan”.
La almacenera opinó que en Las Canteras no hay muchos clientes que cierren los ojos y paguen lo que sea, “son todos trabajadores del día a día”.
Una institución barrial
Para los vecinos del barrio el almacén “El Chavo” es una institución. Lleva 20 años en la calle Cánovas del Castillos, a pasos de Cambay. “Al principio fue quiosco y después creció hasta que se formó el almacén. Mi madre fue la que se crió acá. Luego se fue del barrio y después volvimos para criarnos con mis hermanos”, relató Silvana, quien está al frente del comercio fundado por sus padres.
Luego de la llegada de la pandemia varias cosas cambiaron para “El Chavo”. La entrevistada detalló que los clientes compran lo necesario. “Antes, tal vez, se daban algún gusto, ahora capaz que buscan hacerlo casero. Se llevan lo necesario, buscan precios y reducen. Eso nos obligó a buscar otras marcas, por ejemplo, pasar de una marca de fideos más cara a otra desconocida porque es más económica”.
Eso mismo se da con el aceite, aunque la llegada de la botella de medio litro en su momento solucionó el acceso. “Las marcas de precio alto se fueron dejando de lado y aparecieron nuevas, o de la misma marca, pero líneas más económicas”, dijo Silvana a La Mañana. Agregó a antes a los proveedores se les compraba dos o tres veces por semana porque los productos se terminaban, pero ahora se demora un poco más en liquidar el stock.
Vinculado a la venta de productos fraccionados, la comerciante expresó que es “una solución para el que vive el día a día, para quienes tal vez no tienen un salario o trabajo fijo; el feriante, el zafral, a ese se le soluciona el momento, pero en realidad a la larga resulta ser hasta más caro”.
Por otra parte, opinó que tampoco es una solución si se piensa en el abastecimiento de una casa: “Llegas a tu casa y te siguen faltando cosas y hay que salir a buscar. Capaz que un kilo de azúcar les rendía un par de semanas, pero comprando fraccionado tenés que estar atento a no quedarte sin el producto. Por eso considero que, a la larga, no se ahorra dinero ni se ahorra tiempo”.
Por ese lado, Silvana fue consultada acerca de si han crecido los pedidos de fiado, y dijo que su comercio tiene clientes fieles de hace muchos años que tienen marcada una fecha de pago, pero aclaró que tratan de evitar el “fiado a todos”, porque “es un tema muy complicado”.
Las dificultades de comercializar frutas y verduras
Leonardo es el dueño del “Autoservice Leo y Mara”. Desde 2005 a 2009 tuvo un puesto de frutas y verduras en la zona y recientemente, en el comienzo de la pandemia, decidió comenzar nuevamente con el negocio. Llegó al mercado modelo en busca de productos pero notó los elevados costos, por lo que ese día solo volvió con huevos.
Abrió su lugar de trabajo y fue avisando a los vecinos que en el correr de los días traería frutas y verduras, ya que él, como su compañera Mara, notaron esa necesidad en el barrio. “A medida que crecía la venta íbamos agregando más productos, hasta lograr tener cientos de artículos de almacén”, dijo a La Mañana.
El comerciante explicó que más allá del problema de la suba de precios en general, el costo de las frutas y las verduras son impredecibles. “El lunes pasado estaban pidiendo $3.500 por una plancha de frutillas, es decir por 8 kilos, pero capaz vas al otro día y te la venden a $1.000. Esto se da por no estar regularizados los precios”, señaló.
Otra de las dificultades que implica las diferencias de costos día a día es que, por ejemplo, Leonardo compra morrones a $500, los vende y al otro día cuando va por más tal vez ya no hay o el precio está elevado y con el dinero que recaudó de las ventas de los anteriores no llega a comprar más morrones.
“El nuevo mercado no tiene nada que ver a lo que era antes, está mejor, hay cámaras, está más limpio, no circulan elevadores entre la gente, pero no se mejoró la regularización de precios; haciéndolo ganaríamos todos. Si yo compro barato, los clientes pueden comprar barato también”, analizó el comerciante.
A su vez expresó que la cara de los comercios son los vendedores y si los precios suben es con ellos con quienes los clientes reclaman. “Aunque a veces los clientes se quejan de que subió el pan, lo tienen que llevar igual”, señaló. “Noto que capaz que no llevan cinco panes sino tres. Al principio nos pasaba que vendíamos mucho un jabón de ropa más caro y hoy se vende otro con la misma cantidad pero a mitad de precio”.
Las tarjetas: un mal necesario
El “Autoservice Leo y Mara” es de los pocos comercios barriales que además de aceptar débito también acepta crédito –en una cuota y con un mínimo de compra–. Consultado sobre las preferencias de las personas para abonar, el entrevistado dijo que efectivamente se utilizan en gran medida las tarjetas.
“El tema es que lo que vendo el viernes, por decir algo, lo cobro el martes. Y tienen descuentos en todas las ventas. A tres litros de leche le gano $1,50 y el débito me come unos dos pesos, entonces en realidad no me sirve. Lo mismo pasa con los cigarrillos, que tienen precio tarifado y pierdo dos pesos, por lo que con algunos artículos no se gana. Pero se necesita”, detalló.
También entra en juego el asunto de los fiados, que igualmente que “El Chavo”, se permite en casos aislado y con los clientes más fieles, aunque no dejó de recalcar que “es un gran riesgo que corre el comerciante”.
Exoneración de IVA y venta de fraccionados
Para el comerciante que ya tiene artículos comprados para abastecerse por varias semanas o meses la exoneración del IVA tal vez no le haga demasiada diferencia, e incluso pierda ganancia. Sin embargo reconocen que sí es una posibilidad de acceso para los clientes.
La venta de fraccionados, por su parte, no es una herramienta de venta muy utilizada en su caso. “A veces cuesta decirle a las personas que no se vende por fracción, más cuando notás que el dinero no le alcanza, entonces tendemos a decirle que lleve el producto y cuando pueda traiga el dinero faltante”, explican.
Por otro lado, se señala que ayudaría el fraccionamiento de algunos productos. “El tema es la manipulación de los mismos, hay que tener un espacio para eso, dedicar a una persona para que separe los paquetes”, indican. “No está bien pesar un kilo de papas y después ir a manipular fideos o azúcar. En almacenes más pequeños capaz que sí, el fraccionado funciona mejor”, agregaron.
A eso se añade que se debe tener cuidado “con la viveza del que vende”, que como es fraccionado “en vez de cobrar $54 un kilo de azúcar lo cobra $60”.
Atención más allá de lo comercial
Tanto Fernanda como Silvana explicaron que así los clientes se encuentran bien o mal, ellas siempre los deben atender igual y escucharlos. “No se trata solo de decirles sí o no, tenés que conversar para trabajar. Muchos se desahogan, pasan el momento tomando un refresco y no le vas a decir que se vayan. También brindan mucha felicidad, cuentan buenas noticias, que van a tener familia y hechos similares. Se escucha de todo un poco. Hay que atender con buena onda porque de lo contrario los clientes no llegan tanto”, relató Fernanda.
Silvana, por su parte, expuso que los comerciantes de barrio de tantos años le toman cariño al cliente y viceversa. “No es como ir a un supermercado que son empleados y no hay contactos con el dueño; es más frío. En este caso es más afectivo, hablás, sabés la vida diaria, lo que le pasa, cuando está mal y cuando está bien. Tenés que estar siempre bien para ellos. Hay gente que no tiene con quien hablar y se pone a charlar en el mostrador”.
En el caso de Leonardo, su negocio atiende a personas de paso además de vecinos. “Un poco es por el punto en el que nos encontramos y otro poco por cómo exhibimos la mercadería y las ofertas. Por ejemplo, compro de a 10 cajones de huevo para mejorar el precio, entonces cuando están en $240 por ahí yo los pongo $230 y eso es un llamador”, puntualizó el comerciante.
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