Ronald Reagan inició su carrera histriónica como actor en Hollywood en los clásicos westerns tan en boga en aquel entonces, sin lograr alcanzar la fama de un Gary Cooper. En un giro inesperado de su vida, llegó a la presidencia de Estados Unidos.
Los manipuladores del poder entre bambalinas lo detectaron como el instrumento adecuado para dar un giro radical contra las políticas conocidas como New Deal, apoyadas en los lúcidos postulados de Keynes, que con éxito conjuraron la Gran Depresion y su secuela de la segunda postguerra.
Su imagen de sheriff, pistola en mano, era la adecuada para universalizar los deshumanizados postulados de los ideólogos agrupados en la secta de Mont Pelerin. A través del Consenso de Washington, se pretendió imponer las rígidas normas económicas, conocidas como “Reagonómicas”, que con absoluta prescindencia del hombre aspiraban a dar mágicas soluciones “revolucionarias”.
Como un huracán irresistible soplaban aquellas consignas: desregulación, privatización y liberación del mercado, única solución para contener la estanflacion originada en los 70. ¡Fue intentar apagar un incendio con nafta!
Hoy estamos respirando un aire enrarecido que toma de sorpresa a todas las generaciones contemporáneas. Primero una pandemia que causó un serio deterioro, no solo a la salud humana sino también a la economía mundial. Y ya en la salida del desastre sanitario, estalla una guerra en el corazón de Europa que viene como a prolongar los efectos de un quebranto que aún no había sido superado.
Ni siquiera los más longevos vivieron la experiencia de la Gran Depresión y el estallido de la Segunda Guerra Mundial cuando la crisis de los años 30 estaba ya superada. Apenas algunos habrán escuchado algo, de boca de sus abuelos o leído en libros o en textos de estudio. Para más de un improvisado casandro lo vivido en aquellos años tiene algún parecido con lo que está ocurriendo hoy.
Al mundo, a veces se lo maneja por medio de ideas teóricas y otras se lo conduce con estrategias pragmáticas que a su vez pueden transformarse en ideas políticas o académicas.
Las ideas neoliberales comenzaron a adquirir ribetes académicos a partir de la década de 1970 como consecuencia de la crisis energética que golpeó a las economías centrales. El repentino aumento del precio del petróleo provocó una marcada contracción de la actividad económica en todos los países industriales, abriendo paso a una etapa inversa a la precedente, pautada por el optimismo que había venido generando el ininterrumpido crecimiento del PIB.
El estancamiento vino acompañado de un aumento de la inflación y de elevados niveles de desempleo generando un ambiente propicio para imponer un cambio a través de concepciones políticas que fueron minando el concepto de posguerra sobre el rol del Estado para resolver los problemas económicos y apartándose del pensamiento keynesiano de apuntar al pleno empleo. A partir de las nuevas luces, las alternativas prioritarias se centraron en combatir la inflación y el déficit fiscal consolidando así políticas económicas monetaristas.
Aunque el neoliberalismo está lejos de ser una doctrina uniforme podríamos identificar a Milton Friedman y al austriaco Friedrich von Hayek como sus principales exponentes, mientras que en el plano político se asocia esta doctrina al presidente de los Estados Unidos Ronald Reagan, junto con la primera ministra británica Margaret Thatcher como los mejores aplicadores de esta tendencia.
Pero mal se podría encasillar esta corriente en cualquiera de los casilleros con los que se intenta simplificar la realidad política en derecha o izquierda.
En el semanario Brecha del viernes pasado, en un reportaje al politólogo Juan Esteban Zorzin, expresa que el principal conductor de la política económica durante los 15 años de gobierno del Frente Amplio, el contador Danilo Astori, está inmerso en la corriente que después de definirse como neoinstitucionalismo finaliza constituyendo la Sociedad de Mont Pèlerin “que es la organización en la que se elaboró lo que luego se llamó neolibelalismo, un movimiento que agrupó a los intelectuales orgánicos del capitalismo y a los adherentes del liberalismo económico”. Y culmina afirmando: “Mi trabajo es para abrir un poco la caja negra de algunas políticas que hizo el Frente Amplio y a que ideas responden”.
El profesor de la Universidad Autónoma de México (UNAM), el Doctor José Luis Calva Téllez, uno de los economistas mexicanos más destacados organizó en los últimos días a través de zoom unas valiosas jornadas que ponen sobre la mesa la evidencia empírica de los logros de las economías que no fueron abandonadas a los caprichos especulativos de los mercados y que bajo lo que él define como “estrategias económicas lideradas por el Estado”, han presentado resultados exitosos y en algunos casos sorprendentemente admirables, como las tasas de crecimiento de China que en poco más de una generación sacaron a más de ochocientos millones de habitantes de la pobreza integrándolos a la vida productiva.
“La historia de México no es ajena a estas experiencias mundiales. Desde el gobierno de Lázaro Cárdenas, hasta el fin del sexenio de José López Portillo, el país, con sus variantes, se mantuvo dentro de los parámetros de una política económica liderada por el Estado, cuyos logros arrojan un crecimiento acumulado del PIB de 1593%, junto a un acumulado en la productividad del trabajo del 322% y un crecimiento del PIB per cápita -también acumulado- del 348%. En contraste, en las casi cuatro décadas del ejercicio neoliberal, el crecimiento del PIB, en valores acumulados, apenas alcanza el 127% y el PIB per cápita registra un raquítico 29%. La productividad del trabajo acumulado en todo el período neoliberal no llegó al 34%. No hay argumento que se sostenga en la defensa del fracaso de las políticas económicas neoliberales”.
Alberto Viscarra califica que este aporte de Calva, “es sin duda una valiosa contribución a la discusión nacional, para ser retomada por todos aquellos realmente preocupados porque México salga del extravío neoliberal, convencidos de que el gobierno de López Obrador mata al neoliberalismo con sus palabras, pero en la práctica lo mantiene vivito y coleando”.
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