Ud. proviene de una familia “blanca independiente”, sin embargo, ha tenido grandes amigos colorados como Zelmar Michelini y participó en la fundación del Frente Amplio. ¿A qué atribuye esa característica suya de no quedar atado a esquemas?
No lo sé, necesitaría un psicoanálisis para definirlo (risas). El haberme formado en un hogar blanco independiente tuvo una gran ventaja. Era un partido pequeño que por raíz tenía su contacto con lo blanco, pero a su vez era un partido cuyas ideas muy fuertes en torno al liberalismo político e incluso filosófico lo aproximaba mucho también al batllismo. Eso a uno le permitía tener un intercambio muy grande.
Por otro lado, tuve siempre vocación periodística y empecé profesionalmente a los 18 años como cronista parlamentario. Además mi padre había sido diputado tres veces y también senador, por lo que todo lo parlamentario y lo electoral me interesaba. Esto me dio un contacto con la totalidad del sistema político y además en aquella época implicaba estar todo el día en el Parlamento, así que uno iba y escuchaba todas las sesiones.
Había mucho trato social con los legisladores, íbamos a tomar un café y escuchaba anécdotas, así entendía la lógica de cada partido, cada sector y cada candidato. Uno no sabe cómo genera su propio perfil, pero evidentemente adquirí desde muy temprano un perfil analítico, que de alguna manera terminé considerando que es incompatible con la actividad política.
Era el Uruguay de la época de los cafés, ¿participaba de esas tertulias?
Yo cultivé el Café Montevideo de 18 y Yaguarón, que además estaba en frente al diario El Día y que tenía en el mostrador detrás de la caja el retrato de José Batlle y Ordoñez. Era un café político como lo fue también el Tupí Nambá, algo el Boston y el Café Británico. Eran escuelas donde uno estaba todo el tiempo oyendo gente de ideas muy distintas.
¿Nuestro país ha ido perdiendo esa capacidad de diálogo, esa cercanía a pesar de las diferencias?
Ha cambiado la vida no solo en Uruguay, diría que es un fenómeno en general de Occidente. En el IAVA me acuerdo se hacían fenomenales polémicas en los patios, de repente con horas de discusiones donde se iba juntando gente, y era sobre la existencia de Dios. No era solo sobre la revolución cubana, que era un tema de gran actualidad en ese momento. También había discusiones feroces sobre la Guerra Grande o sobre los proyectos de Batlle y Ordoñez y la guerra de 1904. Había elementos filosóficos e históricos que estaban muy presentes en la discusión política.
Hoy en Occidente, en esta sociedad del consumo, se ve una tendencia a la creación de partidos “a la carta” o “a gusto del consumidor”. ¿Existe un vínculo entre la economía y estas tendencias políticas?
Este es un fenómeno bastante importante. Es claro que se ha producido una afectación del sistema en sólidas democracias de partidos. Yo señalo que en Uruguay, desde el punto de vista electoral, las elecciones tenemos que empezar a contarlas desde 1916-1918, como las fundacionales de un Estado moderno; lo anterior era más cuestionable en las lógicas de una elección competitiva. En 1958 se da la primera alternancia producto de elecciones con el acceso al gobierno del Partido Nacional. Luego la del 71 que es el comienzo del fin del bipartidismo histórico y el comienzo del tripartidismo. La del 2004 que marca la otra alternancia histórica, primera vez que los partidos tradicionales pierden el gobierno. Y ésta que lo marco como, en principio, el deterioro del tripartidismo y el comienzo del tetrapartidismo, con cuatro partidos relevantes.
“Hay, en principio, un deterioro del tripartidismo y el comienzo del tetrapartidismo, con cuatro partidos relevantes”
Hubo un mundo con determinados elementos de estabilidad que se terminó. Aparecen otro tipo de desafíos. El sistema político no ha sido capaz de mantener el centro de la acción social. Los movimientos sociales en Uruguay hoy son autónomos de los partidos políticos e incluso hay quiénes sostienen que los sindicatos condicionan a los gobiernos y esto es reciente porque lo histórico era al revés. Está el caso del movimiento Un Solo Uruguay, que está al margen de las estructuras partidarias y cuyas protestas se presentan como no partidarias.
¿También entrarían movimientos como el feminista?
Sí, y otros que todavía en Uruguay son muy débiles, aunque en Europa son fuertes, como los ecologistas o ambientalistas. También lo que tiene que ver con los colectivos de género o los movimientos del aborto. Hay distintas expresiones que llevan prácticamente a que el bipartidismo haya desaparecido de todos los sistemas de partidos estables, como vemos en Inglaterra, por ejemplo.
Nosotros no tenemos las mismas dificultades para formar gobierno…
Pero tampoco tenemos un sistema presidencial, a diferencia de Estados Unidos, Argentina o Chile. En Uruguay se construyó un sistema que quedó plasmado a partir de la Constitución de 1934 que es la unidad de voto entre Poder Ejecutivo y Poder Legislativo. Se considera al gobierno, en el sentido lato del término, como una unidad donde lo ejecutivo y lo parlamentario tienen que tener un funcionamiento armónico. Es el sistema más proporcional duro que hay en el mundo, ningún otro país tiene una proporcionalidad tan exacta. Pero a su vez ligado al múltiple voto simultáneo que ha permitido contener escisiones de los partidos a través de reconocer la estructuración de las fracciones con expresión electoral propia.
El historiador Washington Reyes Abadie sostenía que Uruguay nunca fue un bipartidismo desde el punto de vista conceptual, sino que había un tetrapartidismo con un partido blanco popular y otro principista o liberal, un partido colorado caudillista y otro doctoral. En realidad uno observa que, aún nacido el Frente Amplio, hay todavía un tiempo en que le cuesta a los partidos tradicionales actuar como partido, pero luego eso se terminó.
Algunos plantean que Cabildo Abierto es una escisión “por derecha” de los partidos tradicionales. Sin embargo, Ud. en un artículo mencionó que se trata del primer partido parlamentario verdaderamente nuevo en más de un siglo. Parecen contrastar estos análisis…
Es lo opuesto a una escisión. El Uruguay tiene dos etapas fundacionales de partidos y estamos asistiendo a la tercera. Yo soy de los que cree que los partidos tradicionales existen mucho antes de la fecha que ellos festejan porque quedan delineados con absoluta claridad en 1825 con el lavallejismo y Oribe como segunda figura y por otro lado el riverismo. Esa es la primera etapa fundacional que marca todo el siglo XIX y principios del XX. Al comenzar el siglo XX tenemos dos hitos: 1905 con la fundación de la Unión Cívica del Uruguay, a partir del proceso que se da en el mundo Occidental con la encíclica Rerum Novarum; y en 1910 con la organización del Partido Socialista que elige a Emilio Frugoni y a Pedro Díaz, que luego en 1921 cambia de nombre a Partido Comunista y tiene la escisión de la minoría socialista. En tanto, el Frente Amplio fusiona los tres partidos que habían surgido del movimiento de 1905-1910, más escisiones claras de los partidos Colorado y Nacional. La Democracia Cristiana, el Nuevo Espacio, el Partido Independiente y la Unión Popular también fueron distintas escisiones.
En cambio en Cabildo Abierto, salvo alguna incorporación última, no hay ninguna figura que haya ocupado cargos electivos. Más allá de la trayectoria personal o de circunstanciales colaboraciones políticas, es un movimiento totalmente nuevo. También lo es el PERI que podría llegar al Parlamento o el PVA. Esto marca, unido a lo del tetrapartidismo, que son los dos elementos que uno señala como cambio o transición del sistema político. Y además se ven transiciones más o menos similares en España, Italia, Alemania, Francia y Reino Unido.
“El sistema político no ha sido capaz de mantener el centro de la acción social. Los movimientos sociales en Uruguay hoy son autónomos de los partidos políticos”
En la creación del Frente Amplio Ud. tuvo una participación importante siendo muy joven. En su primera elección, el FA se presentó con el lema del Partido Demócrata Cristiano. ¿Cómo se llegó a esta alternativa y cómo congenió con la incorporación del Partido Comunista?
Es un tema técnico. Siempre digo que hay que tener mucho cuidado con los corset jurídicos, que nunca pueden frenar los procesos históricos o sociales. La reforma de 1966 introdujo una cláusula que en realidad lo que pretendía era evitar algo parecido al Frente Amplio. Está escrito en editoriales de prensa de la época. Técnicamente establecía que el múltiple voto simultáneo solo era para los partidos que obtuvieron representación parlamentaria en la elección anterior. El problema es que venía el Frente Amplio como un fenómeno histórico y social y no coincidía la estructura jurídica con la realidad política.
Precisamente me tocó estudiar el tema y el camino era o usar el lema Partido Demócrata Cristiano o el lema FIDEL, dentro del cual estaba el Partido Comunista. Había un consenso político. Era inaceptable para una parte significativa del FA ir bajo el lema identificado con el Partido Comunista. Si bien la abrumadora mayoría no eran personas cristianas no les rechinaba lo cristiano como sí lo comunista. Cuando se redacta el informe para el Plenario Nacional la frase que se puso fue “por razones eminentemente prácticas se sugiere optar por el lema PDC”. Lo que llevó al presidente del FIDEL, Luis Pedro Bonavita, que obviamente estaba de acuerdo con la solución, a decir “me gustaría que alguien me explicara cuáles son las razones prácticas”, a lo que se le respondió con humor “tiene una palabra menos”.
Luego se da una paradoja en 1989. En el momento en que empieza a derrumbarse la Unión Soviética, el Partido Comunista se convierte en el más votado dentro del FA con la lista 1001…
No solo fue la lista más votada del FA a nivel de senadores, fue la tercera lista de todo el Uruguay y pasó de hecho a ser la segunda porque el Batllismo Unido inmediatamente de la elección se rompe en dos bloques. En Uruguay nadie se enteró que cayó el muro de Berlín hasta que pasaron las elecciones (risas). El país estaba muy metido hacia adentro. En segundo lugar, la polémica sobre la Unión Soviética en toda la izquierda recién empieza en 1990 y sobre todo en el ’91. Creo que el Partido Comunista no resolvió bien la situación, porque fue una ruptura que a mi juicio no la hubiera necesitado. Incluso me consta que algunos que impulsaron la ruptura hicieron una lectura del proceso del Partido Comunista italiano y a mi juicio la hicieron al revés. En Italia, el Partido Comunista no evitó la fractura, pero la mayoría logró continuar y lo que hizo fue ir cambiando lentamente, primero pasó a ser el Partido Democrático de Izquierda con el emblema de un roble con la raíz con la hoz y el martillo. Después la sustituyeron por la rosa del socialismo europeo.
¿Le preocupa la posible judicialización de la política nacional? Parece existir una tendencia que va más allá de la política, con la propia judicialización de la vida, donde los problemas se resuelven en los juzgados, algo que no sucedía antes tan marcadamente…
No es mi tema, pero sí, tengo la percepción y he oído a los especialistas decir que hay una mayor judicialización de las cosas que antes. Yo creo que la democracia liberal que funciona establemente se basa en partidos y tiene que reconocer como elemento central y básico lo que decide el pueblo, guste o no. Es una vieja discusión, en general una gran mayoría termina diciendo “el pueblo tiene que decidir, pero cuidado cuando se equivoca”; bueno, entonces ya no decide siempre.
Y la judicialización, que es un fenómeno que arranca en los ‘90 en el mundo occidental, es un poco cierta impotencia del sistema político para resolver por sí solo los problemas. Y entonces termina buscando afuera las soluciones. Un afuera que en el fondo no es tan afuera. Cada vez que se judicializa la política, se politiza la justicia. La judicialización política es algo que se ha derramado en muchos países. Uno está viendo gobiernos más pluralistas, menos pluralistas, más de derecha, más de izquierda, y en todos se da el mismo fenómeno de la acción judicial como elemento que interfiere con la política, y sobre todo lo que más me preocupa de la judicialización política es cuando es judicialización electoral; cuando la Justicia, a través de operativos de Derecho civil, de Derecho penal o de Derecho comercial, termina interfiriendo en los procesos electorales. Eso me parece que es un elemento de degradación de la democracia, de la poliarquía.
Usted en una entrevista anterior dijo que faltaba una mayor discusión en el sistema político nacional sobre la cosmovisión, sobre los grandes temas. ¿Cuáles son? ¿Tiene que ver con la política exterior del país?
Acá diferencio dos planos distintos. Uno es que la discusión está eludiendo temas importantes, como por ejemplo la política exterior. Pero política exterior no es discutir qué hace Uruguay con Venezuela. Uruguay es un país que casi todos coincidimos que, por su tamaño, por su ubicación geográfica, no tiene política exterior autónoma de su relacionamiento con el mundo. Brasil puede ignorar la existencia del mundo. El mundo puede ignorar que existe Uruguay. Entonces, más que la política exterior, la inserción, no solo económica sino también política y social de Uruguay con el mundo es un tema esencial, de existencia.
Yendo a la cosmovisión hay temas muy importantes, sobre el concepto de cómo debe ser la sociedad o, dicho de otra manera, cómo cada uno ve la sociedad que quiere. No ha salido la discusión, aunque subyace. De alguna manera el FA no logra discutirlo a fondo, pero lo exhibe a través de la nueva agenda de derechos, el tema del aborto y de género. Prevalece más el igualitarismo. Yo le he dicho algunas veces, aunque molesta, que entre la calidad y la cantidad hay que optar por la cantidad. Y por ejemplo Cabildo Abierto ha salido con mucha claridad en una definición de cosmovisión distinta. Estamos en un momento del mundo donde estas cosas son tremendamente importantes.
La vocación por el periodismo
“En Marcha hacíamos notas donde a partir de una información se hacía toda una elaboración analítica. Me acuerdo que Don Carlos Quijano nos decía “tienen que escribir con una claridad para que se entienda en Afganistán” (risas). Nunca entendí cómo eligió ese país del cual nadie hablaba porque en esa época no había ningún conflicto. Era el concepto de no dar las cosas por supuestas.
En cambio, en El País y brevemente en El Plata fue más la crónica parlamentaria. Yo pertenecí a la generación de los intelectuales jóvenes, que veníamos sustituyendo una generación del periodismo muy basada en el periodismo de “la vida”, ese Uruguay de cafés y de boliches y que tenían un conocimiento excepcional. Nosotros éramos un poco los imberbes también, pero teníamos la impronta de la innovación. Éramos los que leíamos libros sobre periodismo. Y además teníamos grandes maestros de la escuela del periodismo clásico como Dionisio Alejandro Vera (Davy), Alberto Etchepare y del periodismo intelectual como Carlos María Gutiérrez, Luis Horacio Vignolo, Rubén Cotelo y Homero Alsina Thevenet.
Estaba el concepto de la objetividad periodística y que la militancia fuera para la página editorial. Esto fue muy importante sobre todo hasta fines de los ’60. Ahí empieza a cambiar. Para mí fue muy formativo y tenía mucha vocación por lo tanto terminé colaborando en varias secciones del diario”