Antonio Muñoz Molina, uno de los más exitosos autores contemporáneos cuya obra diversa y abundante ha obtenido importantes galardones, cuenta con el sostenido interés del público lector, logro no tan frecuente aun entre grandes escritores. Periodista y excelente comunicador, conocedor de las artes e interesado por la ciencia y por todo lo que atañe al espíritu humano, ha escrito siempre con rigor y naturalidad, lejos de todo estereotipo limitante.
Los primeros años
Muñoz Molina reconoce haber tenido una infancia feliz, en un ambiente rural, estable, donde fue forjando poco a poco su vocación literaria. Había historias, y también silencios, que estimulaban la imaginación. El mundo de los adultos estaba lleno de experiencias de las que se hablaba poco y a medias. Todos, menos los que compartían infancia con Antonio, habían vivido la guerra. Era una sociedad autosuficiente, en donde nadie era un desconocido y el tiempo estaba marcado por las cosechas, las estaciones, los ciclos de la naturaleza. Las historias estaban también presentes en las coplas, los radioteatros, las canciones que repetían las niñas en sus juegos.
Antonio se educa en el colegio de los Jesuitas y su mundo no tarda en ampliarse hasta límites insospechados a través de la lectura. Visita la biblioteca pública. Se deslumbra con “La isla misteriosa” y con “20000 leguas de viaje submarino”, libros que le atrapan por las detalladas descripciones del mundo natural y por el fascinante personaje del capitán Nemo. Al final del ciclo escolar uno de sus maestros le advierte a su padre que el niño “vale para estudiar”, lo que resulta providencial para su carrera futura.
El oficio de escribir
La adolescencia de Muñoz Molina coincide con un período de grandes cambios culturales y sociales, asociados al afianzamiento de una recuperación económica que se había iniciado en España a principios de la década del 60. El auge de la televisión minimiza los juegos callejeros. Tambalean las tradiciones, irrumpe la música pop y las canciones en inglés. Antonio es uno de los jóvenes que de pronto se sienten extranjeros en su propia tierra y cultura. Pero hasta promediar la adolescencia la facilidad y alegría con que puede escribir le compensa ese sentimiento. Era el tiempo en que los jóvenes antifranquistas estaban fuertemente ideologizados. No conocían la democracia y se dejaban seducir entonces por las dictaduras comunistas, ya fuera la China de Mao, la Unión Soviética o la Cuba de Castro.
En lo que concierne a la actividad literaria esto significó un obstáculo para que Antonio escribiera con la habitual alegría y espontaneidad. Como muchos, creía necesario escribir para destruir convenciones de la época y que todo debía tener un mensaje para que fuese válido. Esto le quitó la inspiración por un tiempo, aunque seguía leyendo y descubriendo literatura contemporánea. Juan Marsé, Vargas Llosa, Borges, Cortázar, Alejo Carpentier y muchos otros. Cursa en Granada estudios universitarios de Historia del Arte y empieza a escribir en un diario local de reciente aparición. La obligación de entregar semanalmente una nota le crea la disciplina de escribir con la regularidad de un trabajo corriente. Es en esos años que comienza la novela “Beatus Ille”, aún sin perspectivas de publicación, cosa que logra en 1986, cuando ha cumplido los 30 años.
Las mieles del éxito
En tan solo tres años Antonio Muñoz Molina se convirtió en un escritor famoso. Cuando casi nadie lo conocía, había pedido 6 meses de licencia en su trabajo como funcionario para dedicarse a escribir “El invierno en Lisboa”, novela con la que en 1988 gana el Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Narrativa. Poco después escribe “El jinete polaco”, que obtiene en 1991 el Premio Planeta y también el Nacional de Narrativa. Es en esta novela que Muñoz Molina parece romper ciertas manidas reglas, como la de que no puede escribirse una novela sin conflicto y menos aún que no contenga alguna situación difícil o penosa. “El jinete polaco” es de punta a punta la exaltación de un amor feliz y resulta apasionante, aunque no haya trama ni más misterio que la belleza que desvela la poesía de los recuerdos que intercambian los amantes.
En medio de ese éxito inesperado Muñoz Molina pasa por lo que llama “el aprendizaje de la distancia”. Se va como docente a la Universidad de Virginia en donde puede llevar una vida creativa y sosegada. Según dijo, “el éxito es peligroso y el irse tiene un efecto terapéutico inmediato”. Es en Virginia que empieza a escribir “Ardor guerrero”, que no es una novela sino un relato real de su experiencia en la “mili”. El título, no exento de sarcasmo, usa el primer verso del himno de infantería que contrasta con el comprensible desgano de los jóvenes obligados a cumplir con el servicio militar. El libro termina diciendo que un final como el que tiene resultaría inverosímil si se tratase de una novela.
La ficción en su justo lugar
Antonio Muñoz Molina debió acostumbrarse a convivir con el éxito que, como era de esperar, no logró alterar su sencillez y calidad humana. En 1995 fue elegido miembro de la Real Academia Española y obtuvo numerosos premios entre los que figura el Príncipe de Asturias de las Letras. Escribió hasta la fecha más de 10 novelas de las que menciono “Plenilunio”, “La noche de los tiempos”, “Como la sombra que se va” y las novelas cortas “El dueño del secreto” y la inolvidable “Carlota Fainberg”, cuyo desenlace ocurre en Buenos Aires.
También ha escrito numerosos libros que no son de ficción, ya que esta es un recurso al que solo recurre cuando resulta indispensable. Entre ellos está “Sefarad”, una colección de crónicas sobre historias reales de persecución ideológica o antisemita. También dos de sus libros más recientes “Todo lo que era sólido” y “Volver a dónde” en el que cuenta su experiencia durante el confinamiento, prescinden de la ficción.
Como avezado escritor, Muñoz Molina sabe bien que la realidad supera siempre todo lo que pueda imaginarse.
*Columnista especial para La Mañana desde Madrid.
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