Si como insiste Gardel en las horas pares «veinte años no es nada» –sin entrar en aquello de que la negación de la negación es una afirmación, o que la nada es– ciento diez años es algo.
Y en abril de hace ciento diez años, tres ciudadanos franceses y un natural de Filadelfia estaban jugando plácidamente al auction bridge en el salón de fumar cuando sintieron un fuerte ruido. Decir que el auction bridge es un antecedente del bridge actual reglamentado en 1925 por H. S. Vanderbilt podrá parecer innecesario, porque es de universal conocimiento. Pero Vanderbilt hizo ese trabajo para entretener sus ocios a bordo de un crucero y estos señores también estaban dedicados al agradable pasatiempo del juego de naipes a borde de un buque. La diferencia estriba en que el buque era el Titanic y el ruido, producto del choque con una inmensa masa de hielo conocida como iceberg.
Suspenso resuelto: estos caballeros sobrevivieron. El medio parisino Le Matin se entera de la situación de sus connacionales –se ignora el destino de Mr. Smith– porque estos al llegar a Nueva York el día anterior a la edición del sábado veinte de abril, cablearon al diario relatando su odisea.
Parece que su buena suerte fue atribuida a una carta que Maréchal tenía en la mano al momento del impacto: el dos de corazones. Rescatados por el buque Carpathia, firmaron los tres el naipe salvador y enviaron una fotografía. Caras y caretas (Buenos Aires) del 8 de junio de 1912 dice haber tomado la narración del hecho y la imagen de «una revista francesa» cuyo nombre no menciona.
Dos coincidencias agravaron las consecuencias del naufragio. La primera se trata de un imponderable: ninguna de las naves próximas que recibieron el pedido de auxilio llegó antes del hundimiento. No obstante, se llegó a salvar a una cantidad significativa de pasajeros porque se contaba con aparatos radio telegráficos. Si la catástrofe se hubiera producido en una línea de África o del Extremo Oriente, y en las cuales los buques franceses carecían de aparatos de telégrafo sin hilos, todos los pasajeros hubieran perecido. Y agrega la revista argentina: «Argentina, Uruguay, los Estados Unidos, imponen a los buques de pasajeros el uso de aparatos radio-telegráficos». No en vano el Ing. Guglielmo Marconi había andado por estos lares en 1910 y principios del 11.
Titanes y olímpicos
La segunda coincidencia es imputable a imprevisión: no había suficientes botes salvavidas para evacuar a todas las personas a bordo. Según Caras y caretas, había solamente veinte botes, cantidad suficiente para albergar unas mil personas. ¿No lo advirtieron los constructores? ¿O acaso pensaban como aquellos vanidosos del Génesis que pretendían edificar «una torre cuya cúspide toque a los cielos y nos haga famosos…»?
La publicación española Hojas Selectas, ya sea por la vieja animadversión hacia la «pérfida Albión» o porque así lo creía, opinó que el desastre había dejado «humillada la soberbia de los que osaban afirmar que nada podían contra él [el navío] los elementos». Según esta lectura, considerándose imposible que el Titanic se hundiera, ¿para qué se necesitaban botes salvavidas?
Hacia 1908 la prensa informó que la Compañía White Star Line había encargado a los astilleros Harland y Wolff de Belfast la construcción de dos navíos de 45.000 toneladas que se llamarían Titanic y Olympic. Estos gigantescos transatlánticos demoraríanun día más en la travesía de Europa-EE. UU. (Southampton-New York) pero generarían un importante ahorro en el consumo de carbón. Estarían destinados casi exclusivamente a pasajeros de primera clase. Habría piscinas a bordo. Contarían con una de las cubiertas cerrada, para su uso como salón de baile o pista de patinaje. Salón de música con una adecuada orquesta, teatro, bar… Cada buque estaría dividido en 30 compartimientos, cuyas puertas estancas podrían cerrarse o abrirse desde el puente.
A fines de 1911 ya había sido echado al agua en la dársena irlandesa «el buque más perfecto que en su clase tiene la marina mercante británica».
La próxima noticia es la del naufragio. La publicación Madrid Científico dice que «de las 2.358 personas que iban a bordo, solo se han salvado unas 800, en su mayoría mujeres y niños». Es curioso el dato porque parecería que en este tipo de catástrofes las mujeres y los niños son quienes tienen menores probabilidades de sobrevivir.
«Caballerosidad norteamericana»
Con este curioso título Caras y caretas (Buenos Aires) en una nota del 6 de diciembre de 1919, recuerda el hundimiento del «buque más grande del mundo». Describe el choque, el agua que comienza a entrar por la herida del barco, la horrible constatación de la escasez de botes, las luces que se apagan, la confusión y el pánico que se apodera de todos, y en medio de ese verdadero pandemónium una voz que grita: Women and children first! Y a esa voz reaccionan los hombres: las mujeres y los niños primero. Es la voz del machismo, sin duda. Es un fruto de la cultura patriarcal. A ese llamado responderá: el joven y el anciano, el rico y el pobre, el ignorante y el ilustrado… Los pocos lugares en los botes no pueden ser ocupados por hombres.
El multimillonario Astor permanece a bordo mientras su esposa embarazada y su criada suben al bote. Luego «da el paso a una inmigrante, a una siria descalza, raída, que lleva la preferencia porque es mujer». El hombre enciende un cigarrillo y se queda esperando la muerte como anticipando un filme de Humphrey Bogart. La esposa de otro magnate de apellido Straus se resiste a ser evacuada sin su marido. La oficialidad le ofrece al hombre que la acompañe. Este responde: «Soy viejo, pero no me pueden quitar mi prerrogativa de ser hombre». La esposa se queda con él. Morirán juntos dejando un lugar para que se salve la dama de compañía de la señora.
La orquesta continuó tocando. El escritor y periodista Clément Vautel dirá en homenaje a estos músicos que trataron de mantener la calma en medio del desastre: «Son héroes. Se puede servir con un clarinete del mismo modo que con una espada».
Parece novelesco, ¿verdad? Pero el dato de la proporción de mujeres y niños en el total de sobrevivientes es objetivo. Y precisamente en EE.UU., se creó a poco del desastre la Women’s Titanic Memorial Association. De esto dará noticia Caras y caretas en abril de 1916. La Asociación, que nucleaba unas veinticinco mil mujeres a través de todo el territorio, había sido fundada con el propósito de edificar un monumento para honrar la memoria de las 1500 víctimas de la tragedia. La propuesta era erigirlo en el Rock Creek Park, a orillas del río Potomac.
Pasaron muchos años reuniendo los fondos y un 26 de mayo de 1931 vieron concretado su noble propósito.
El monumento, que representa una figura masculina con los brazos abiertos –la escena en la película en la proa del barco es un homenaje– fue trasladado en la década del sesenta a su actual discreta ubicación en el Washington Channel Park.
Grabado en la dura piedra puede leerse el siguiente texto:
To the brave men / who perished / in the wreck / of the Titanic / April 15 1912 / They gave their / lives that women / and children / might be saved
To the young and the old / the rich and the poor /the ignorant and the learned / All / who gave their lives nobly / to save women and children.
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