En Colonia Suiza-Nueva Helvecia, un conjunto de danzas celebra sus 35 años de historia con la alegría y el colorido de sus danzas. La cultura heredada, al igual que los métodos de producción, son uno de los bastiones principales de una localidad que este año celebró sus 160 años de historia.
El colorido grupo danza al son de una orquesta. Suenan los acordeones, el órgano y la batería y por un momento pareciera que el paisaje ha cambiado. Es como si desde el horizonte se hubiesen erigido blancuzcas y enormes montañas, y los prados se hubiesen inclinado y las flores brotado en diversos colores por doquier. Se escucha el Jodein, el antiquísimo canto a la tirolesa. Las mujeres danzan con sus vestidos bordados ceñidos por delantales. Los hombres llevan gorros decorados con pines de todos los lugares que han visitado, coronados por una pluma. Visten pantalones de cuero con tiradores que suenan fuertemente cuando se golpean sus piernas. Se trata de un paso tradicional del baile. Suenan cucharas de madera como parte del espectáculo. No, no son los Alpes, estamos en Uruguay.
En el departamento de Colonia, a 160 años de su creación, una ciudad de menos de 10 mil habitantes mantiene vivas sus tradiciones de forma cultural y productiva. Se trata de Colonia Suiza-Nueva Helvecia, una localidad fundada por una amalgama de inmigrantes suizos, alemanes, alpinos, franceses, austríacos e italianos que llegaron a esta tierra como lo hicieron tantos otros a lo largo de la historia: en busca de estabilidad y progreso.
Pero lo que destaca de esta ciudad es que, a pesar de su larga historia, su raíz helvética continúa profunda y presente. El folklore está presente. La construcción de las casas recuerda el estilo suizo. El queso, la fruticultura y la lechería tienen un lugar fundamental en la producción no solo de la zona, sino de todo el departamento.
La ciudad está ubicada en la zona sudeste de Colonia, al este del río Rosario y a 120 kilómetros de Montevideo. Fue fundada un 26 de abril por parte de inmigrantes que tuvieron que soportar duras contingencias. Según indica el profesor Pablo Lecor, actual director de Promoción y Desarrollo del departamento, los primeros inmigrantes “tuvieron que soportar una gran sequía, la quiebra de la firma administradora de la colonia que era la encargada de repartir tierras, proveer de materiales y crédito a los primeros pobladores, y un medio rural muy inseguro en el que abundaba el ganado cimarrón, no existía una conciencia clara de la propiedad privada y un Estado que tuviera la fuerza suficiente para garantizarla”.
Ante ello, indica, los colonos respondieron con la aplicación de una “mentalidad progresista y laboriosa del país que rompió con la rutina de la época, multiplicando y tecnificando la producción rural”.
Fue así que, apenas a siete años de su llegada, los inmigrantes crearon las primeras industrias queseras del país, siendo la piedra fundamental de desarrollos tales como la Escuela de Lechería creada en el siglo siguiente. Colonia Suiza también fue la sede de adelantos productivos de la época, como el molino a fuerza hidráulica colocado en el Paso de la Tranquera y otras acciones relacionadas a lo cívico y moral, como “la aplicación por primera vez del voto secreto como mecanismo para resolver cuestiones de organización interna”, señala Lecor.
Una tradición que continúa viva
Antonella Celio Cioli es oriunda de Nueva Helvecia y descendiente de italianos y alemanes. Fueron sus tatarabuelos quienes llegaron a la colonia. En diálogo con La Mañana, habló sobre cómo los abuelos le transmitieron sus raíces. “Siempre me contaron que mi familia vino porque las condiciones donde estaban ellos eran muy malas y querían progresar y tener una vida nueva”, indicó.
Para celebrar sus tradiciones, la gastronomía heredada ocupa un lugar esencial. Es así que junto con su madre elaboran fondue de quesos y vinos que acompañan con trozos de pan y chucrut, elaborado con repollo, panceta y cebolla fermentados, acompañados con salchichas, pan y papas.
Los quesos, los dulces y las conservas también forman parte de las elaboraciones tradicionales. “Utilizamos las recetas que pasan de generación en generación. Los quesos son muy importantes para nosotros. De hecho, mucha gente trabaja en tambos o tienen tambos donde elaboran quesos”, expresó.
La violeta de los Alpes
Hoy toda esta tradición se celebra a través de las diversas fiestas que tienen lugar en la ciudad, como la fiesta del chocolate o la Bierfest, e incluso la fiesta suiza que recuerda el Pacto de la Confederación Helvética. En ellas se lucen varios grupos de danza que existen en la localidad. Uno de ellos lo es el grupo Alpenveilechen, que significa “violeta de los Alpes” y que tiene la particularidad de estar cumpliendo en este 2022 sus 35 años.
Celio Cioli es una de sus integrantes. Baila en el grupo desde sus 15 años y solo se ausentó cuando residió en Montevideo para estudiar. Está ligada a la danza desde el vientre. Sus padres también formaron parte del grupo.
Además de participar en las fiestas tradicionales de Colonia Suiza, el conjunto también dice presente en las festividades típicas de Uruguay e incluso se ha presentado en el exterior representando a Colonia Suiza en Argentina y Brasil, pero el gran sueño es visitar Suiza.
“Siempre pensamos que en algún momento llegaremos. Queremos llegar a hacer un viaje allá y visitar varios países en los que nos inspiramos. Tender lazos con otro grupo o comunidad que mantenga sus tradiciones y poder compartir con ellos. Sería una oportunidad muy buena”, expresó.
El conjunto de danzas es autogestionado. Son los mismos integrantes los que generan sus propias coreografías y trajes -que mandan a elaborar con una modista de la localidad–. A lo largo de los últimos 35 años han pasado varios compañeros, resaltó Celio Cioli. Bailan con una orquesta en vivo que, a la vez, toma las canciones de un “libro antiguo” heredado. Pero, a pesar del paso del tiempo -este año la celebración fue especial para la localidad e incluso hizo presencia en ella el presidente de la República- se continúan sumando nuevos bailarines. “Para nosotros es muy importante incorporar y darle la oportunidad a los jóvenes que quieren mantener la tradición y que les gusta bailar”, dijo la entrevistada, quien destacó que además el grupo está compuesto por personas de todas las edades y, también, por personas de diferentes descendencias.
Para continuar con la línea familiar, Antonella baila junto a su esposo. Su pequeña hija Marina, junto con otros niños que aún son muy pequeños para danzar, son “las mascotas”. Acompañan al conjunto y le otorgan su cota de simpatía e inocencia a través de la tierna presencia infantil. “Siento la danza como un momento de disfrute y placer, de poder compartir con mis compañeros. Pero también como una oportunidad de apostar por la alegría y transmitirla a partir de la danza”, confesó en diálogo con La Mañana.
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