Es sacerdote, economista y doctor en teología. Desde hace cuatro años es el director general del Liceo Jubilar ‘Juan Pablo II’, una institución privada y gratuita que cumple dos décadas en el barrio Casavalle y que es referencia en la formación, acompañamiento e integración social de cientos de jóvenes surgidos en contextos críticos. En conversación con La Mañana, Valentín Goldie destacó los pilares del proyecto educativo, su capacidad de innovación y los desafíos que se plantean a futuro.
En el año 2002 mientras se inauguraba el Liceo Jubilar y el país atravesaba una crisis económica y social, vos eras un estudiante de economía que estaba terminando la carrera y a poco de iniciar el seminario para ordenarte cura. ¿Cómo viviste ese tiempo?
En lo personal yo estaba viviendo una crisis existencial muy grande sobre qué hacer del resto de mi vida. Por supuesto ya estaba ahí la cuestión vocacional sacerdotal y estaba desde hacía bastante tiempo. Lo venía pateando al tema, pero llegó un momento que no se podía patear más.
¿Qué te dejó esa formación económica?
El hacer una carrera profesional te forma más allá de los contenidos específicos que aprendés. Eso hoy lo llamamos competencias, en aquella época no tenía ni idea qué era eso, pero sí captaba esa intuición. La economía te da una capacidad notable de ver una realidad en la que uno está, de abstraer, de pensar supuestos y modelos, para después aplicar. Eso me quedó. Pero cada tanto me tengo que recordar una afirmación del papa Francisco de que “la realidad es siempre superior a la idea”. Entonces por más que uno pueda destrabar un debate de ideas haciendo ese ejercicio de abstraer, eso siempre va a ser una simplificación y va a ser muy difícil que encaje totalmente con la realidad, aunque ayuda a generar pensamiento.
Lo otro que me aportó, y que a los curas nos cuesta, es a moverse desde la noción de la escasez, porque los curas estamos acostumbrados a que donde abunda el pecado sobreabunda la gracia. Y que las bendiciones que Dios te da son infinitas y eso genera también una determinada mentalidad. Cuando entrás en un mundo donde las cosas son escasas, donde si alguien lo tiene no lo tienen los demás, genera una mentalidad que para mí es bastante complementaria con la sacerdotal. En los supuestos de la economía dentro de ellos siempre están las cuestiones de la condición humana y algunas de las cuales no estamos especialmente orgullosos por ejemplo suponer que la gente es egoísta… Y claro eso nos rebela un poco, porque estamos en el ‘negocio’ de cambiar los corazones.
¿Qué experiencias marcaron tu vida como sacerdote?
Diría que fue durante el doctorado en Roma donde conviví con sacerdotes de toda América Latina. Sentarte a conversar con cada uno, de lo que sea, es una ventana a una realidad diferente. Tuve la oportunidad de visitar a algunos de ellos, visitar sus parroquias. Por ejemplo, una parroquia en un pueblo de Panamá a cuatro horas de la capital, yendo a la casa de los padres de un párroco amigo en un lugar de 2000 habitantes, sentarme y conversar con la gente que estaba cortando cocos. Ahí hay una riqueza humana que está buenísima y fue una experiencia que me marcó muchísimo.
Al mismo tiempo yo estaba haciendo la tesis doctoral sobre el tema del diálogo de la Iglesia Católica con otra iglesia cristiana e ir aprendiendo de distintos enfoques para incorporarlo al pensamiento católico. Entonces cuando llego acá al Liceo Jubilar, venir de Roma a Casavalle fue un viaje interesante desde lo social y cultural, por eso la experiencia de ir al encuentro con el otro desde una mentalidad de lo que puedo aprender de la otra persona y sus vivencias, con una riqueza humana que es única y está llamada a enriquecernos a todos. Eso lo tengo presente cuando hablo con los chicos, a veces con situaciones preciosas y también de las otras.
Se cumplen veinte años de la fundación del Liceo Jubilar, que fue pionero como centro de educación privada gratuita en enseñanza media, además en un contexto social de muchas dificultades en el barrio. ¿Qué impacto ha generado esta institución?
El primer impacto es que una vez que nosotros empezamos a generar un liceo desde esta perspectiva otros también vieron que era viable. Hoy nosotros no somos el único liceo con este modelo de financiación, con este modelo de funcionamiento. Hay otros, algunos que son católicos y otros que no lo son. Ese es un primer impacto, haber mostrado que se puede trabajar de una forma diferente en el así llamado ‘contexto crítico’ y que se puede hacer un camino con los chicos que los hace crecer humana y académicamente. Que es un camino posible que mucha gente piensa que no es viable, gente que obviamente no trabaja en la educación.
¿Qué responderías a esa gente?
Les puedo dar una respuesta muy fácil: vengan y vean. Porque la verdad de la milanesa es que a esta altura yo les puedo indicar un conjunto de alumnos del Liceo Jubilar que están compartiendo con los hijos de esas personas probablemente en una variedad distinta de liceos de todo Montevideo. Les puedo mostrar que hay alumnos que se han integrado exitosamente en comunidades universitarias, alguna alumna que incluso ha ganado una beca de excelencia académica en una universidad privada y bien ganada la tuvo. No es defender una idea, a esta altura es defender una realidad.
¿Quiénes ingresan al Liceo Jubilar?
Nosotros tenemos pautado el criterio que para ingresar al Liceo Jubilar hay que ser del entorno, me refiero al entorno de la gruta de Lourdes. Tenemos marcado en un mapa el territorio, pero es un mapa que lo leemos a la uruguaya. Si hay alguien que vive en la calle donde está el límite, pero del otro lado, no vamos a dejarlo afuera, o si es por una cuadra. Lo que nos pasa es que a veces los chicos entran, pero después se mudan, entonces tenemos un porcentaje pequeño de chicos que no viven cerca y se las arreglan para venir.
Estamos hablando que hay cerca de 200 alumnos en ciclo básico, 140 alumnos que acompañamos en su proceso de bachillerato y la gran mayoría becados en otras instituciones privadas. También hay más de 100 alumnos adultos, mayores de 21 años, que están acreditando el ciclo básico, muchos de ellos padres de los alumnos o gente del barrio.
En cuanto a la propuesta educativa, ¿cuáles son los pilares?
Diría que el pilar más grande es un seguimiento de cerca. Sabemos lo que vive cada alumno y su situación particular. Hay un acompañamiento que es académico pero que también es humano, con equipos profesionales, psicólogos, trabajadores sociales, porque hay situaciones que requieren la intervención profesional, pero un acompañamiento de mucha cercanía, que busca inspirar a la persona y mostrarle horizontes de vida. A esta altura del partido un alumno que ingresa al Jubilar ya sabe que su horizonte es terminar sexto de liceo. Eso no era así hace algunos años, era hasta tercero. Hoy es una posibilidad porque saben que van a ser acompañados en ese proceso. Incluso los que egresan totalmente del Jubilar y ya terminaron sexto de liceo más o menos les seguimos el rastro, sabemos en qué están trabajando, incluso a algunos les podemos conseguir entrevistas de trabajo.
Lo otro es lo que aportamos para la construcción de la ciudadanía en el sentido de que el Jubilar no se concibe a sí misma como una institución aislada, siempre es en alianza con otros. Entonces tenemos chicos que han logrado llegar a excelentes niveles de inglés e incluso viajado a Estados Unidos, pero eso es por nuestro vínculo con la Alianza Uruguay-EE.UU., no lo podríamos hacer solos. Y eso está bueno, que el Jubilar sea un puente con otras instituciones, permitiéndoles a los chicos ir navegando y entrando en el entramado social que es Uruguay.
¿Cómo fue atravesar el desafío de la pandemia?
La pandemia nos trajo los problemas que le trajo a todo el mundo, con algunos aditivos. En primer lugar, no eran pocos los chicos que les faltaba acceso a internet en sus casas o que vivían con familias a los que se le cortaron los ingresos. La pandemia nos agarró en una época donde todavía muchos alumnos, sobre todo de primero, aún no habían recibido su dispositivo Ceibal. Tuvimos que afrontar estas cosas y asegurarnos que ningún chico estuviera pasando necesidades alimenticias. Por otro lado, como vimos que al no venir a clases se ahorraba en agua y luz, entonces podíamos redireccionar esa plata y subsidiar el internet a algunas familias. Son problemáticas específicas de los que trabajamos en contexto vulnerable, porque en muchos liceos privados esas cosas estaban resueltas de antemano.
Nosotros somos un liceo con poca capacidad ociosa, hay 34 alumnos por clase, entonces pensar en distanciamientos de dos metros o metro y medio era un problema. Tuvimos que tomar opciones que implicaba apostar por la presencialidad lo más que pudiéramos, nunca quisimos recorrer un camino híbrido entre lo presencial y el zoom. Para nosotros es muy fácil evaluar cómo nos fue, porque nuestros alumnos de tercero después integraron un cuarto año en otro liceo y sabemos que académicamente les fue bien. Creo que la forma en la que actuamos acá fue la adecuada, al menos para nosotros.
En ese proceso profundizamos muchísimo el aprendizaje en base a proyectos. La intuición fundamental es que los chicos aprenden mejor cuando trabajan un determinado proyecto que es abordado multidisciplinariamente desde varias disciplinas. Aprenden que el saber no se puede compartimentar. Por ejemplo, un proyecto llamado Altamar para chicos de primero, que trabajan juntas las profesoras de geografía, biología y ciencias físicas. Normalmente se trabaja en grupo y se fomenta la interacción grupal, porque debo decir que yo no creo en la leyenda Newton…
¿A qué se refiere?
A eso de que las grandes ideas se les ocurren a personas aisladas en un momento de genialidad. En eso no creo. Las grandes ideas surgen de un proceso de interacción humana donde la gente habla mucho y sí, no descarto que en algún momento alguien haga un ‘click’, pero el conocimiento se genera de la interacción humana. Entonces es estar pasando de un sistema educativo que privilegia al alumno aislado que mira hacia adelante aprendiendo solo lo que el profesor le dice, a un sistema donde el conocimiento se construye colectivamente frente a un desafío que se nos plantea y vamos aportando cada uno desde las distintas áreas, eso acerca mucho más a cómo funciona el mundo real cuando funciona bien. En esto hemos dado pasos importantes durante la pandemia y probablemente sigamos dando pasos en esta dirección. Cambiar paradigmas es un proceso que se va construyendo de a poquito y creo que es algo bueno.
¿Cómo es la relación del liceo con el barrio?
Hemos ido haciendo un camino donde nuestra presencia ha sido normalizada. Cuando el Jubilar era el único liceo que había en el barrio, nuestros alumnos empiezan a ser los primeros en utilizar uniforme por esta zona. Y ahora es mucho más común que antes que los alumnos de liceos públicos usen uniforme, pero en el 2002 eso no pasaba. Nuestros chicos un poco lo sufrían eso de ser los ‘raros’ del barrio, pero ahora eso está normalizado porque no estamos solo nosotros. Hay otras instituciones educativas privadas que también funcionan en el barrio y el liceo 69 tiene su uniforme que no es tan distinto del nuestro.
El Liceo Jubilar tiene algo que está buenísimo y es que tenemos claro para qué estamos, que es para facilitar la integración social a través de la educación. Y como tenemos claro ese norte, nos animamos a cuestionarnos todo lo demás. Entonces pueden surgir cosas nuevas. Acá no funciona el ‘siempre se hizo así’, por eso estamos abiertos a innovaciones educativas. Cuando se hizo el proyecto de EPA (espacio de permanencia y acompañamiento) no ha encontrado un paralelo en otros lados, se hizo acá y fue algo nuevo. Después en innovaciones educativas es verdad que no inventamos nosotros, lo tomamos de otros lados y hay otros liceos más avanzados, pero aún desde un paradigma de que estábamos siendo exitosos en los objetivos que nos planteábamos siempre estamos abiertos a la novedad. Y eso evita que te quedes fosilizado y por eso el liceo ha ido cambiando mucho en los últimos años. Como el sentido de misión se mantiene firme, te podés cuestionar todo lo demás y permitir que la institución siga avanzando.
Desde el gobierno de la educación se está proponiendo una ‘transformación educativa’ que comenzará a implementarse en 2023. ¿Qué evaluación hacés y cuáles aportes pueden hacerse desde la experiencia del Jubilar?
Estamos esperando un nuevo plan de estudios que supuestamente es inminente. Todas las señales que hemos tenido es que vamos más o menos en la misma dirección. Creo que el aprendizaje en base a proyectos o por competencias va a dar un paso más importante. Está bueno el debate de competencias versus contenidos. A todos los liceos privados en general nos resulta más fácil innovar que a los liceos públicos que son parte de un sistema mucho más grande, más complejo y más difícil moverlo. Uno también nota de las autoridades de la enseñanza pública que hay un visto bueno para que nosotros nos animemos a hacer algunas cosas. En ese sentido el Jubilar, como todos los liceos privados, le pueden aportar al sistema determinadas experiencias. Y muchos de nuestros docentes que también trabajan en liceos públicos cuando se empiecen a implementar determinadas cosas que acá ya se hacen, les va a resultar más fácil, los sistemas no están aislados.
¿Qué desafíos hay a futuro?
Cada vez son menos los alumnos que desertan incluso cuando hacen bachillerato. Eso está buenísimo y es algo en lo que tenemos que seguir creciendo. Tenemos que plantear que lo normal es terminar el liceo. Esta es una pelea cultural que tiene que dar todo el Uruguay. No puede ser que la mayoría no tenga el liceo terminado, culturalmente es inaceptable. Nuestros resultados no son malos sobre todo si nos comparamos con la media del barrio, ciertamente son buenos resultados, pero tenemos que seguir creciendo en que quede instalado y no debería ser considerado extraordinario terminar el liceo.
Lo otro es que en la medida en que cada vez menos son los alumnos que nos abandonan en ese proyecto, hay un desafío de financiamiento. Cuando tu propio presupuesto comienza a crecer como consecuencia de los buenos resultados, precisamos ir creciendo parejo. El tema de lo económico se está convirtiendo cada vez en un desafío más grande desde el punto de vista del rol que está jugando el Estado.
¿En qué sentido lo plantea?
Nuestro financiamiento en un porcentaje importante es por donaciones con beneficios fiscales, pero es el ministerio de Economía que marca cuánto es el tope que podemos recibir. La ley de presupuesto tiene marcado cuánto es el tope que el ministerio puede conceder en todo eso. Ese gran tope general no ha ido creciendo en términos reales en los últimos años y cada vez son más instituciones que entran en esto. Entonces eso hace que esté siendo complicado el tema de la financiación en el mediano y largo plazo si se continúan estas políticas. A mí me gustaría que esa torta para estas instituciones vaya creciendo al mismo ritmo que crecen por ejemplo los recursos asignados para la educación en general.
Me consta que no somos nosotros la única institución que está teniendo este problema. Porque nosotros no le costamos al Estado, le ahorramos al Estado. Porque cuánto es lo que aporta el Estado para la educación de estos chicos que si no tendría que hacerse cargo por otro medio. La cuenta nos va a dar que nosotros le ahorramos dinero al Estado. Yo diría que en los últimos cuatro o cinco años el porcentaje es cada vez más chico y eso hace que de cara al futuro cuesta proyectarse, sobre todo si seguimos aumentando el presupuesto como fruto del propio éxito.
Su experiencia como DT en la Clericus Cup
“Todos los años en Roma se hace un campeonato de fútbol y para participar hay ser sacerdote o seminarista. Hay 16 cuadros que juegan en un formato tipo Champions League llamada Clericus Cup. Son equipos de todo el mundo, el nuestro era un equipo básicamente latinoamericano. Un año me pidieron dirigir a mí y me ocupé de parar bien la defensa y armar un buen catenaccio como hace tiempo no se ve en Italia (risas). Nos fue extraordinariamente bien, llegamos a semifinales y me dieron el premio como DT del año. Fue un momento divertido”, recordó Goldie.
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