Se acerca la rendición de cuentas y la sensación de urgencia de un gobierno que asumió con un firme compromiso de cambiar muchas políticas y prácticas que se fueron arraigando durante los 15 años de gobierno del Frente Amplio. Primero fue la pandemia, luego la campaña por la LUC, ahora es el conflicto en Ucrania. Hoy es la Argentina, mañana puede ser Brasil. Aún más, hoy no son pocos los analistas que ven al mundo desarrollado arrastrarse hacia una crisis financiera global, que podría incluso ser bastante peor.
Ante este mundo incierto –¿cuándo fue diferente?–, los uruguayos tenemos dos opciones. Podemos seguir esperando que la crisis de turno amaine para luego encontrar la “ventana de oportunidad ideal” que nos permita ponernos a trabajar en las cosas importantes (como el estudiante que pierde tiempo ordenando sus lápices y marcadores mientras se le pasa el tiempo para completar el examen). La alternativa es reconocer que vivimos en un mundo incierto, factor esencial para explicar la esencia misma de la política. ¿Para qué necesitaríamos un costoso sistema político en un mundo de certezas? Bastaría una gran computadora que optimizara todo y nos dijera qué y cuándo hacerlo. En ese contexto, la democracia sería una flagrante imperfección. Afortunadamente, el mundo se presenta a los ojos de los mortales como un cúmulo de incertidumbres, lo que promueve nuestra inventiva y voluntad de salir adelante. En pocas palabras, la incertidumbre es parte esencial de nuestra humanidad.
El gobierno actual asumió con un firme mandato de la ciudadanía de realizar cambios sustanciales en la sociedad y la economía uruguaya. Uno de ellos, quizás el principal, fue el de mejorar la seguridad. Luego de una mejora inicial –que el gobierno atribuye a la gestión del ministro Larrañaga y la oposición a la pandemia– la situación de seguridad ha comenzado a empeorar nuevamente. Y así lo expresa la ciudadanía en las encuestas de opinión pública.
Prácticamente todo el sistema político coincide en que la solución sostenible al problema no pasa por una mayor represión al delito, sino por mejorar las condiciones de la población vulnerable en términos de alimentación, vivienda, educación y oportunidades de trabajo. Sin embargo, las recetas de austeridad presupuestal nos dicen que no hay dinero suficiente para cumplir con esos objetivos. ¿Imaginan a Pacheco Areco pidiendo tiempo para terminar primero con la subversión antes de comenzar a construir el Parque Posadas? ¿A Luis Batlle deteniendo la construcción de escuelas públicas a la espera de que terminara la Guerra de Corea? ¿A Gabriel Terra aguardando el fin de la Guerra Mundial para recién allí decidir si construir o no Rincón del Bonete?
Viene al caso una columna reciente de Juan Manuel de Prada publicada por ABC y titulada “Cambio gatopardesco de ciclo”. Allí el escritor español nos recuerda sobre el exhorto que Juan Donoso Cortés alzaba sobre la preocupación economicista de los conservadores en la España de mediados del siglo XIX: “Advertía (Donoso) que la ‘cuestión económica’, siendo importante, debe ocupar un lugar subalterno en la jerarquía de preocupaciones políticas; encumbrarla por encima de las que son de veras prioritarias, lejos de vencer el peligro de la expansión del socialismo, no hace sino darle vigor, porque el socialismo es hijo del economicismo, ‘como el viborezno, que nacido apenas devora a su madre, es hijo de la víbora’”.
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