El gobierno alemán anunció el domingo pasado que promoverá una ley de emergencia que permita reactivar las plantas de generación de energía basadas en carbón. Ante la proximidad del invierno en el hemisferio norte, evidentemente Alemania no está en condiciones de especular con la búsqueda de un sustituto para el gas ruso.
“Esto es amargo, pero en la situación actual, esencial”, admitió el ministro de Economía Robert Habceck, integrante del Partido Verde, al anunciar una medida que va en clara contradicción de las políticas que Europa pretende exportar al resto del mundo. De repente la necesidad de una fuente de energía barata cobra mayor relevancia que proteger el hielo del Ártico o la Amazonía. ¿Qué es lo que cambió en tan poco tiempo? La respuesta es simple: en la coyuntura actual, la industria y la economía alemanas no se sustentan con tecnologías verdes, con economías circulares ni con programas “carbón neutral”.
Esto se agregó al llamado que el ministro de Finanzas (los alemanes, como los franceses, distinguen acertadamente entre la función de un ministro de Economía y uno de Finanzas) hizo el mismo fin de semana para eliminar lo que calificó de “subvenciones equivocadas”, entre las que destacó las destinados a la compra de vehículos de transporte eléctrico. El ministro alegó que, en las condiciones actuales, Alemania no puede permitirse esas inversiones, argumentando que los recursos fiscales deberían invertirse “de forma más lógica”.
El accionar de los germanos constituye una prueba más de que las normas internacionales están pensadas para ser violadas cuando los que tienen la manija del poder lo consideren oportuno. En efecto, los primeros en infringir los sacrosantos límites fiscales previstos por el tratado de Maastricht fueron Alemania y Francia, cuando dos décadas atrás se vieron en la necesidad de aplicar estímulos fiscales vedados a la Europa del Mediterráneo.
Se caía de maduro que ante la crisis energética que aqueja hoy a Europa las normas ambientales iban a correr un destino similar. Ya Larry Fink, principal ejecutivo del gigante financiero Blackrock, había anunciado a principios de mayo que había instruido a sus representantes en las asambleas de accionistas a apoyar menos propuestas “ESG” (Medioambiental, Social y Gobierno Corporativo, expresión que figura entre las favoritas dentro de la claque de Davos) en el año en curso respecto al anterior.
Mientras tanto, en Uruguay, seguimos a todo vapor por la ruta que nos dejara trazada el Ing. Ramón Méndez, artífice del “cambio en la matriz energética” y padre de la regasificadora. Como si no hubiéramos aprendido la lección reciente, nos embarcamos ahora de lleno en una nueva quimera que nos puso por delante el mundo desarrollado y de la que hoy reniega ante su propia –y más modesta– realidad. No nos alcanzó con haber comprometido a fines del año pasado el equilibrio económico de la producción ganadera firmando en Glasgow un compromiso de reducción de emisiones para 2030 que con la tecnología actual resulta casi imposible de alcanzar. Quizás los firmantes lo hicieron con la esperanza de que como somos un “país chico”, llegado el momento alguien nos va a hacer una guiñada que permitirá escaparnos del compromiso. Mientras tanto podremos disfrutar un poco de las fotos, de las recepciones y de los “viva-viva” que nos ofrecen los acólitos de Davos y de las “finanzas sostenibles”.
Paradojalmente, al mismo tiempo que Alemania puso marcha atrás en su carrera hacia los renovables y el auto eléctrico, el Ministerio de Industria de nuestro país decidió presentar su hoja de ruta para el desarrollo de las tecnologías de hidrógeno verde. Según la cartera, esta tecnología producirá ingresos de US$ 2 mil millones para 2040. Cabe preguntarse si los alemanes tendrán cálculos diferentes cuando deciden retornar al carbón.
¿Cuál es nuestro apuro en este cruce de caminos? ¿O será que, como ya ocurrió con los eólicos, la ansiedad proviene de los vendedores y fabricantes, ansiosos por colocar su novedad? Quizás irrite a algunos, pero cabe recordar que este es el camino recorrido por Grecia años atrás, cuyas deudas se acumularon luego que Alemania y Francia la hubieran convertido en destino preferido para colocar en cómodas cuotas todo aquello que no lograban vender en países genuinamente soberanos.
Se nos ocurren muchos otros destinos para los subsidios que se necesitarán para instalar este tipo de tecnologías en Uruguay. Con su volta-face, el mundo desarrollado nos ofrece una oportunidad para imponer un alto de Viera a esta carrera desenfrenada hacia el debilitamiento de nuestros sistemas productivos, a la cual el BCU también asiste alimentando el atraso cambiario. ¿Lograrán estas políticas sobrevivir a la adultez de la niña Greta?
Casi con certeza podemos decir que antepondríamos la seguridad alimentaria de los uruguayos a los cambios de humor ambientales de Europa y su COP26. Sobre eso elaboraremos en las próximas ediciones de La Mañana. Pero mientras tanto, hacemos un llamado a no apurarnos y a evaluar bien el destino que le damos a los preciosos recursos fiscales de nuestro país. Primero las necesidades de la Nación, segundo también la Nación. Solo cuando las necesidades de los uruguayos estén satisfechas podremos entretenernos con divertimentos de países ricos.
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