La versión monetarista de la historia no logra explicar por qué, entre 2009 y 2020, los principales bancos centrales no lograron ni siquiera impulsar la cantidad de dinero circulante en la economía real, mucho menos hacer subir la inflación minorista a su meta del 2%. Algún otro factor tiene que haber disparado la inflación. La interrupción de las cadenas de suministro centradas en China claramente jugó un papel importante, como lo hizo la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Pero ningún factor explica este abrupto “cambio de régimen” del capitalismo occidental, desde una deflación prevaleciente a lo contrario: un aumento simultáneo de todos los precios. Esto exigiría que los aumentos salariales superaran la inflación, causando así una espiral que se perpetúa a sí misma. Pero esto tampoco está ocurriendo. Toda la evidencia sugiere que, a diferencia de los años 1970, los salarios están aumentando mucho más lentamente que los precios y sin embargo el aumento de los precios no solo continúa, sino que se acelera.
¿Qué es entonces lo que realmente está pasando? Mi respuesta: un juego de poder que lleva medio siglo, liderado por las corporaciones, Wall Street, los gobiernos y bancos centrales, y que ha salido muy mal. El resultado es que las autoridades occidentales enfrentan hoy un dilema imposible: provocar una cascada de quiebras de conglomerados y hasta de Estados, o permitir que la inflación se descontrole. Durante 50 años, la economía de Estados Unidos ha sostenido las exportaciones netas de Europa, Japón, Corea del Sur, luego China y otras economías emergentes, mientras que la mayor parte de esas ganancias eran recicladas hacia Wall Street en busca de mayores retornos. Esto permitió a los financistas construir pirámides de dinero privado para financiar a las corporaciones la construcción de un laberinto global de puertos, embarcaciones, depósitos, plataformas de almacenaje y transporte terrestre y ferroviario. Pero la crisis de 2008 puso en peligro todo este laberinto financiarizado de las cadenas de suministro “justo a tiempo” globales.
Para salvar no solo a los bancos sino también al propio laberinto, los bancos centrales intervinieron para rescatar a los financistas con dinero público. Mientras tanto, los gobiernos recortaban el gasto público, los empleos y los servicios –nada más ni nada menos que socialismo pródigo para el capital y austeridad dura para el trabajo–. Los salarios se achicaron y los precios y las ganancias se estancaron, pero el precio de los activos comprados por los ricos (y así su patrimonio) se dispararon. Luego vino la pandemia, que cambió algo muy importante: los gobiernos occidentales se vieron obligados a canalizar parte de los nuevos ríos de dinero de los bancos centrales a las masas confinadas dentro de economías que, a lo largo de décadas, habían agotado su capacidad de producir cosas y ahora enfrentaban cadenas de suministro alteradas. Cuando estas se aprestaron a gastar parte del dinero, los precios comenzaron a subir. Las corporaciones respondieron aprovechando su inmenso poder de mercado (producto de su capacidad productiva acotada) para poner los precios por las nubes.
¿Qué es lo que pasará ahora? Para estabilizar la economía, las autoridades tienen primero que acabar con el exorbitante poder conferido a unos pocos mediante un proceso político de creación de riqueza de papel y deuda barata. Pero esos pocos no cederán el poder sin combatir, aunque ello signifique caer en desgracia con la sociedad que llevan a cuestas.
Yanis Varoufakis*, en Project Syndicate
*Yanis Varoufakis, exministro de Finanzas de Grecia. Dimitió el lunes 6 de junio de 2015, luego de solo seis meses en el cargo y al día siguiente de un referéndum en el cual el pueblo griego respaldó el llamado de Varoufakis a rechazar las exigencias de mayor austeridad por parte de la “troika” compuesta por el la Unión Europea, el FMI y el Banco Central Europeo. La renuncia abrió la puerta para que el gobierno del primer ministro Tsipras negociara con los acreedores el “rescate” de una crisis en parte incitada desde los centros de poder de Bruselas y Frankfurt. La troika embarcaría a Grecia rápidamente en un proceso de privatizaciones. Menos de dos años después del rescate, el operador alemán de aeropuertos Fraport obtenía la concesión de 14 aeropuertos regionales por un plazo de 40 años, pagando 1.200 millones de Euros (30 millones de euros por año de concesión). Por ese entonces la deuda pública griega rondaba los US$ 350 000 millones. Desde entonces no ha parado de subir, pero esto ya no preocupa tanto, ya que todos los activos públicos de interés son ya propiedad de empresas privadas. Que por supuesto no guardan ningún vínculo con la troika… Un ejemplo impecable de gobierno corporativo “occidental”. Foto: Olaf Kosinsky – propio trabajo, CC BY-SA 3.0 de, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=81573035
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