Nació en Argentina y desde muy joven se interesó por la historia y la política, en gran medida, influenciado por sus padres. Es licenciado en Humanidades y la docencia también forma parte de ese legado que le transmitieron y que ha ejercido por más de dos décadas con mucha dedicación. A lo largo de su destacada carrera académica ha estudiado en profundidad el pensamiento de José Enrique Rodó. Entrevistado por La Mañana, explicó cuál es la importancia de “recuperarlo” y sacarle mayor “provecho” en el contexto mundial actual.
¿Qué recuerdos tiene del hogar en el que creció?
Crecí en un hogar provinciano en Buenos Aires, en una familia de clase media, profesional. Mis padres eran abogados y los dos participaban en política. Papá se afilió muy jovencito a la Unión Cívica Radical, donde militó muchos años, y cuando apareció Perón, como muchos radicales, se pasó al peronismo. Mamá estaba muy dedicada a la historia. Había una gran biblioteca en casa y un clima estimulante que me llevó hacia las humanidades desde la niñez; empecé a leer de muy chico.
¿De qué manera lo marcó el haber crecido en ese ambiente?
Me marcó en el sentido intelectual. Papá y mamá estaban muy ligados al revisionismo histórico argentino, un movimiento cultural que se propuso revisar la historia argentina, que estaba un poquito anclada en las visiones liberales del siglo XIX y me formatearon mucho hacia la historia, no como una herramienta para mirar al pasado, sino para comprender el presente. También me marcaron con la política, porque los dos eran personas de convicciones fuertes. Y viví muy duramente el golpe de Estado de 1955; yo tenía ocho años cuando tumbaron a Perón, pero recuerdo todo muy bien. Papá era camarista de la Justicia Civil de la capital y estaba muy expuesto, no estaba afiliado al partido por ser juez, pero su adhesión al peronismo era manifiesta. Se dedicó al derecho procesal y fue uno de los que renovó el procesalismo en Argentina, sus manuales todavía se siguen reeditando. Quedé muy marcado por esa experiencia dolorosa de la dictadura que tumbó al peronismo.
¿Cómo fue su llegada a Uruguay?
Estudiaba filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras y la abandoné para ir a trabajar a Villa Soldati, un barrio de trabajadores, sobre todo, metalúrgicos. Tenía un vínculo muy próximo con Benito Llambí, un dirigente importante del peronismo, y cuando triunfó Menem en el 89, lo designaron embajador en Uruguay y me invitó a venir a trabajar con él en temas culturales y de prensa. Esa es la razón principal por la que vine. Después de que se fue, seguí con dos embajadores más. Estuve hasta fines los 90 trabajando allí.
Y se quedó en forma definitiva…
Para entonces ya había hecho muchos vínculos acá, mi esposa había abierto su consulta —que aún tiene— de psicóloga clínica, y mis hijos, ambos argentinos, se ennoviaron con chicas uruguayas. Creo que esa fue la razón principal por la cual nos quedamos, porque ellos ya no tenían interés en volver a Argentina, hicieron la universidad acá y nos fuimos quedando.
¿Cómo empezó su vínculo con la Universidad de Montevideo (UM)?
Fue en el año 98, y estoy muy agradecido con ellos hasta el día de hoy, porque me dieron la oportunidad de volver a la vida académica, que había abandonado de muy joven. El contacto fue totalmente azaroso. Todavía trabajaba en la Embajada de Argentina y vi un aviso para unas jornadas sobre la ilustración, yo justo acababa de terminar un trabajo para una revista argentina sobre la ilustración en Hispanoamérica, me presenté y me invitaron a dar una charla en un curso. Ahí empezó el vínculo, que ya lleva más de 20 años. Actualmente soy profesor de Historia de las Ideas Políticas de la Facultad de Derecho y de Historia del Pensamiento Latinoamericano de la Facultad de Humanidades.
¿Cómo ha sido su experiencia de tantos años como docente en la institución, donde también se desempeñó como decano de la Facultad de Humanidades?
En realidad, en las herencias de mi infancia que hablábamos antes debería agregar la docencia, porque tanto papá como mamá fueron docentes en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Incluso yo estudié magisterio en el secundario porque quería ser maestro, siempre tuve la vocación por la docencia. Soy feliz en el salón de clases. Me vanaglorio de aprender muchísimo de mis alumnos. El aula no es un lugar donde un tipo se para adelante y empieza a recitar ideas o cosas, sino que es un laboratorio dialógico donde uno debe ser capaz de escuchar a los alumnos. Mi experiencia ha sido extraordinariamente grata. Me jubilé el año pasado. Mi última responsabilidad de gestión en la UM fue el decanato de la Facultad de Humanidades, pero como en docencia es posible seguir trabajando a pesar de estar jubilado, sigo como docente.
En la UM también es director del Instituto de Estudios Latinoamericanos Alberto Methol Ferré. ¿Cómo ha sido a lo largo de los años su trabajo con la obra y el archivo del filósofo?
A veces pienso que mi venida al Uruguay no fue un accidente. No es que crea en el destino, pero mi hijo mayor nació un 18 de julio, así que siempre nos reímos con mi esposa y decimos que nosotros estábamos destinados a estar acá. Yo ya lo conocía a Methol Ferré, lo apreciaba y lo leía desde mi adolescencia —me llevaba 20 años de edad—. El venir acá me permitió tener un trato mucho más próximo con él y aprovechar mucho más su docencia. Yo me considero un hijo intelectual de Methol.
El Uruguay también me “chocó” con Rodó, o sea, yo sabía perfectamente quién era él, su convocatoria al idealismo de los jóvenes en el sentido de no volcarte solo a la vida profesional o comercial, sino ir detrás de los ideales y del compromiso cívico y político. A Rodó lo tenía en el horizonte, pero Methol me dijo: “Tenés que leerlo”, y empecé a descubrir una dimensión en la cual sigo involucrado junto a un grupo de estudiosos ya hace más de 10 años.
¿Qué aprendió de Methol Ferré?
Lo que aprendí de Methol es que no podés pensarte a ti mismo si no es como ciudadano del mundo, y no podés pensar tu patria, tu gentilicio, si no te pensás también como un uruguayo global. Esa es una de las principales enseñanzas que me dejó. En este campo lo más importante fue haber recibido de la familia los papeles y la biblioteca de Methol, sobre lo que estoy trabajando junto con su hijo Marcos y un grupo de investigadores locales e internacionales.
¿Cómo vive esa responsabilidad histórica que tiene de dejar para las futuras generaciones todo el pensamiento de Methol en orden? ¿Cuáles son los desafíos?
Yo suelo decirles a los alumnos que en la historia de las ideas no siempre los maestros crean a sus discípulos, sino que a veces pasa al revés: los discípulos crean a los maestros. Me gustaría que Methol dejara de ser una referencia para estudiosos de las ideas, de la historia de América Latina, de la teología latinoamericana, y que muchas de sus ideas, de sus modos de pensar globalmente a América Latina, se actualicen y modifiquen. Lo mismo con Rodó, que todavía estamos lejos de haberle sacado todo el provecho que nos puede dar para entender nuestro presente y el rol de Uruguay en la región y en el mundo.
¿A qué lo atribuye?
Lo que pasa con pensadores como Rodó o Methol es que a veces, por su importancia, se los simplifica, se los reduce a tres o cuatro clichés y se los termina matando. Rodó es mucho más rico que la propia tradición rodoniana o arielista, que aportaron muchísimo y desarrollaron cosas interesantes en Argentina, México, Colombia, Chile. Creo que quedó un poco preso de su dimensión literaria; mucho menos ha sido aprovechado en su dimensión filosófica y menos aún en la política. Y quedó un poquito congelado en el sentido de que se ve el arielismo como una oposición entre Hispanoamérica y Estados Unidos, que es una dimensión que está en Rodó, pero hay que contextualizarla en el 1900 y verla en el espacio más amplio de todo su sistema de pensamiento.
¿Su búsqueda entonces tiene que ver con sacarles más provecho a estos dos pensadores?
Ese es mi objetivo, pero para eso hay que volver a leerlos, con ojos del siglo XXI, y para eso tenés que tener buenas ediciones, accesibilidad, bastante trabajo crítico que te ayude a complementar tu propia lectura. Eso es una necesidad imperiosa para Uruguay y para toda América Latina, que a pesar de que ha producido buenos pensadores, está cerrada a su propio pasado y actualmente no tiene pensadores que reflexionen sobre la tradición más reciente del siglo XIX y del siglo XX. Nos devoran las agendas intelectuales que vienen del hemisferio norte y, si estudiás filosofía o teoría literaria, lo interesante es estar al tanto de la última innovación epistemológica producida allí, que no digo que esté mal, está muy bien estar actualizado, pero eso no implica que debas renunciar a dominar tu propia tradición intelectual.
Usted es el presidente de la Sociedad Rodoniana. ¿Cuál es el legado de Rodó? ¿Cree que sigue vigente?
Estoy muy contento y muy honrado de presidir la Sociedad Rodoniana, a la que estoy vinculado desde su fundación. El legado es muy difícil de resumir. Lo principal, del mismo modo que te decía de Methol, es que Rodó comprendió muy pronto que el Uruguay no puede entenderse fuera de su espacio cultural. Su planteo era: “Los hispanoamericanos somos un espacio cultural, desde México hasta el Río de la Plata”. Para mí es un legado que sigue vigente. Este es el único lugar del mundo donde tú te subís a un avión, viajás más de 10.000 kilómetros, te bajás y siguen hablando el mismo idioma; somos una cuenca cultural. El legado de Rodó fue pensar nuestra identidad como un fragmento de una identidad más amplia, yo diría iberoamericana, para incorporar a través del Atlántico las otras realidades que nos constituyen.
¿Cuál es la importancia del pensamiento rodoniano en el contexto actual?
Es fundamental. Hispanoamérica no va a hacerse escuchar en el mundo hasta que no tenga voz propia. Yo leo muchos estudios y análisis de la actualidad global, sobre todo del hemisferio norte, también de India, de China, y América Latina no aparece, somos literalmente invisibles en el mundo actual y no hay forma de que logremos tener voz si no nos vemos como región. Todo el mundo nos ve como región menos nosotros mismos, es una cosa completamente insólita, así que, mirá si será actual el pensamiento de Rodó. Pero está ausente, hay que recuperar esa visión y ampliarla. Él la pensó en 1900, nosotros tenemos que pensarla en 2022 y para adelante.
¿Qué pasó con esa visión, que se perdió o no se considera como debería?
Son varias las razones. Creo que la vigencia muy fuerte de Rodó fue hasta 1930. Después sucedieron dos cosas, por un lado, la irrupción muy fuerte del marxismo en América Latina, que fue de algún modo a cooptar lo que era una fracción de la juventud arielista, o sea, parte de quienes fueron arielistas terminaron siendo tomados, sobre todo en el ambiente estudiantil, por el marxismo. Esto se dio en formas muy distintas, no solo en la versión más militante comunista o después guerrillera, sino en un marxismo intelectual, que en algún momento llegó a ser casi hegemónico en las universidades de América Latina, y eso lo exilió a Rodó.
Por otro lado, desde la mirada más occidental, particularmente desde Estados Unidos, irrumpió el paradigma sociológico, es decir, la sociología como una disciplina central, entonces, hubo una especie de seducción por Talcott Parsons, la sociología funcionalista, luego el estructuralismo, que cortaron esa tradición intelectual del arielismo.
Hoy es importantísimo recuperar no solo a Rodó, sino todo lo que fue la tradición arielista con autores fundamentales en Perú, México, Santo Domingo, Argentina, Uruguay. Esto no quiere decir volver a Rodó, sino recuperarlo y desarrollarlo según criterios actuales y de acuerdo al contexto en el que vivimos.
El vínculo con el papa Francisco
Durante su juventud, Podetti conoció al sacerdote Jorge Bergoglio, hoy papa Francisco. “Tanto Bergoglio como Methol Ferré fueron parte del movimiento de la teología del pueblo, por lo tanto, ellos se trataron mucho, y el pensamiento de Francisco ha estado influido por Methol”, rememoró el entrevistado. Además, destacó que el papa ha reconocido el trabajo en el campo de la filosofía de su hermana Amelia Podetti, quien ya falleció, e incluso tuvo la “gentileza” de prologar uno de sus libros. Ella fue profesora en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad del Salvador en la época en que él era provincial jesuita.
“Para mí la elección del papa Francisco fue algo muy conmovedor, removedor, impensable, un regalo de la vida. Lo conocí en mi adolescencia y tiene un vínculo con mi familia de muchos años, y después he tenido oportunidad de estar con él un par de veces”, declaró.
De acuerdo con el profesor, la elección de un papa argentino “era algo que tenía que pasar”, no solo por el hecho de que la mayor cantidad de católicos del mundo estén en América Latina, sino porque la Iglesia tiene una “rica historia” en el continente. A su vez, dijo que es necesario recuperar parte de la misma, que es algo en lo que está trabajando, “sobre todo, en los siglos XVI y XVII, pero mucho más recientemente, en el siglo XX, porque muchas iglesias locales desde México al Río de la Plata asumieron el Concilio Vaticano II de un modo muy fuerte”, expresó. En esa línea, agregó que la teología del pueblo en cierta manera fue una respuesta a muchos desafíos que planteó dicho concilio ecuménico, contextualizada a la realidad popular y eclesiológica latinoamericana.
Según dijo, eso cada vez se hace más presente en la Iglesia, por lo cual fue “natural” que este proceso que empezó con Juan Pablo II, de origen polaco, y siguió con Benedicto XVI, nacido en Alemania, continuara con Francisco, un papa latinoamericano. Eso, en su opinión, dejó de manifiesto un cambio en la Iglesia en el patrón de papas italianos de tantos siglos. “No digo que la Iglesia tenga que manejarse con criterios territoriales, digo que la catolicidad de la Iglesia tiene que ver con que ella es hija de un mandato, no es una ocurrencia de un grupo de amigos, sino el mandato de Jesús de ir y predicar a todas las naciones, sin importar la lengua o la cultura, entonces, el católico representa la vocación de llevar el anuncio del evangelio sin coartar la libertad de nadie”, argumentó.
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