Desde el año 1936 el Club Húngaro del Uruguay vive y difunde la cultura húngara en nuestro país con la misión de mantener el legado cultural heredado y fomentar la convivencia y el respeto de las distintas nacionalidades.
En el centro de la llanura panónica, donde hace unos cien millones de años atrás existió el mar de Panonio, se encuentra Hungría. Hoy forma parte de uno de los Estados miembros de la Unión Europea, pero en su territorio pasaron romanos, hunos, avaros, eslavos, gépidos y celtas. Hungría llegó a integrar el imperio otomano y, más adelante, fue parte del imperio austro-húngaro, desde el cual estableció relaciones con Uruguay en el año 1870 a través del Tratado de Comercio, Navegación y Amistad. En 1920, tras el tratado de Trianón, el Reino de Hungría perdió dos tercios de su territorio y hoy, una fracción de lo que fueron sus tierras, forman parte de Eslovaquia, Rumania, Transilvania y Polonia.
Desde fines del siglo XIX y principios del XX, arribaron a nuestro país cerca de siete mil húngaros, la mayoría durante la década de 1930. Fue en este tiempo que Uruguay recibió miles de inmigrantes que llegaban en barcos desde la lejana Europa huyendo de la guerra y en busca de un futuro de paz y estabilidad.
Muchos de ellos tenían como real destino Argentina, pero desembarcaron en Montevideo o bien por confusión o por el agotamiento de un viaje de meses. Algunos otros venían con el contacto de algún conocido ya instalado en Uruguay. Hacer la América entre paisanos hacía que el proceso de adaptación a una tierra de gentes e idiomas desconocidos fuera menos duro.
Los húngaros se diseminaron por la ciudad. Algunos se radicaron en zonas de chacras y trabajaron en el campo. Otros partieron para el interior. En Montevideo, la inmigración húngara participó en el proceso de construcción de muchos de los edificios o trabajaron en el tren. También los hubo metalúrgicos y carpinteros. Gracias a su disponibilidad para realizar un trabajo que los sacara adelante, formaron parte de las actividades que requerían gran mano de obra. Dentro de los inmigrantes húngaros destacados en nuestro país figura Francisco José Debali, compositor de la música del Himno Nacional de Uruguay y de Paraguay.
A pesar de que esta tierra prometía trabajo, no les fue fácil. Atrás se dejaba la familia y la patria. Los inmigrantes llegaron con apenas alguna que otra valija, lo justo y necesario para sobrevivir, y sus conocimientos. La lengua y cultura se volvieron los valores más importantes y es por eso que se transformó en una tradición el reunirse para recordar y no perder contacto con su identidad. Surgieron por entonces varias instituciones o clubes de húngaros que luego fueron desapareciendo con el correr del tiempo y el descenso de la llegada de inmigrantes, tales como el Centro Cultural Húngaro del Uruguay, la Casa Húngara Israelita o el club católico. Pero a pesar de los nuevos vientos, hoy continúa funcionando una institución en el que vibra el corazón de la cultura húngara. Se trata del Club Húngaro del Uruguay, fundado en 1936.
El presidente del club, Antonio Stadler, es hijo de una familia húngara oriunda de un pueblo cercano a Budapest. En realidad, lo poco que sabe de su historia lo ha tenido que sacar “a tirabuzones” de la familia. No les gustaba mucho hablar de cómo había sido el pasado. Las duras inclemencias habían calado fuerte, pero lo que sí se encontraba presente en esa casa húngaro-uruguaya eran las costumbres y el idioma, al punto tal que era el húngaro el principal o, en algunos casos, el único idioma que se hablaba. “Cuando mi prima, que ya había nacido en Uruguay, comenzó a ir a la escuela, tenía problemas para adaptarse porque no conocía el español”, recordó.
Además del idioma, la gastronomía húngara también formaba parte de su hogar. En tal sentido, mencionó el goulash (una especie de guiso de carne y papas, típica del campo, que se cocina a fuego en una olla y es muy popular ver realizada en parques y plazas), la repostería, la kapusta (especies de niños envueltos en repollo) y las sopas. Se trata de una cocina contundente para hacerle frente a los fríos inviernos donde la nieve domina todo. “Mi abuela me contaba que cuando ella se iba a dormir en Hungría, llevaba un vaso de agua a la mesita de luz y que al otro día, al despertar, se había convertido en hielo”, ilustró Stadler.
El apoyo del gobierno húngaro
Luego del cese de actividad social propiciado por la pandemia, el Club Húngaro se encuentra hoy retomando sus actividades clásicas, como las danzas folklóricas (con grupos de niños, adolescentes, jóvenes, adultos y seniors), los tés de adultos mayores, las clases de cocina y los campeonatos de bolos europeos en los que participan también otras colectividades.
Gracias al apoyo del gobierno de Hungría, hasta antes de la pandemia se recibían en la institución becarios que llegaban a enseñar el idioma y la danza. “El gobierno húngaro en estos últimos años nos ha apoyado muy fuertemente y le ha dado a la institución un dinamismo importante que nos ha permitido realizar obras edilicias y proyectos culturales muy importantes”, apuntó Stadler.
Por su parte, los grupos de danza tienen la oportunidad de conocer Hungría y bailar en este país. Se trata de una experiencia que permite a las nuevas generaciones tener contacto con sus raíces y su identidad, que va más allá de los actuales límites políticos. “Muchos de los pueblos que visitamos son húngaros, pero están conviviendo en otro país con nuestras costumbres e idioma. Se ha ampliado el concepto de que los húngaros que están afuera también son húngaros. En uno de estos viajes, Stadler pudo conocer el pueblo de sus abuelos, aunque hoy ya no queda nada.
El club también tiene contacto con la diáspora húngara en Latinoamérica, sobre todo de las de Argentina y Brasil. Con ellas se organizan campeonatos de baile e idioma que incentivan a los jóvenes. En su actividad en nuestro país tienen una postura de apertura a la sociedad uruguaya, invitando a conocer más sobre la cultura del país húngaro. “Sentimos que en un mundo globalizado es necesario apostar por difundir las culturas como una forma de generar respeto y fomentar la convivencia. Es una forma también de mantener viva a la institución”, indicó Stadler.
Esta misión implica continuar el legado heredado. “Es algo que uno lleva muy dentro, un sentimiento que hace recordar a tus ancestros, que son parte también de uno mismo. Cuando estás en el club te sentís como cuando estás en casa. Y cuando viajas a Hungría la emoción que se vive es tan fuerte que es muy difícil de transmitir”.
Acercarse a las raíces a través de las nuevas generaciones
Szabo László es hijo de un húngaro (Szabo Istvan) que se fue de Hungría durante la revolución del 23 de octubre de 1956. Si bien en su hogar de la infancia se hablaba en español porque la madre es uruguaya, recuerda que todos los fines de semana recibían a los amigos húngaros del padre y se cocinaba Gulyas leves, Paprikas Csirke, Rakott krumpli y tantos otros platos de la cocina húngara. Desde pequeño estudió el idioma y bailó danzas folclóricas húngaras. Hoy, es una nueva generación la que lo acerca a sus raíces. Sus hijas Zsofia (11 años) y Emma (5 años) empezaron a bailar en el Hogar Húngaro del Uruguay en sus respectivos niveles. También continúa en contacto a través de Internet con su familia, específicamente con tíos y primos hermanos que residen en Hungría, país que planea visitar próximamente.
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