Nunca soñó con ser bailarina, pero lo que comenzó como un pasatiempo en una academia de barrio a sus cortos seis años de edad, la llevó a audicionar en la Escuela Nacional de Danza y así fue como empezó su destacada carrera, que le valió incluso el principal galardón de danza clásica a nivel mundial. En una larga charla con La Mañana, la artista habló sobre sus inicios, los hechos que la marcaron en su profesión y la realidad actual de la cultura uruguaya. “Al público del ballet todavía le falta conocer mucho más”, aseguró.
Nació en Montevideo, pero desde niña tuvo una relación muy especial con el campo. ¿Qué recuerdos tiene de esos años?
Es así. Mis orígenes no tienen nada que ver con el arte. Mi madre era secretaria y mi padre productor agropecuario. Toda la familia de mi padre provenía de Durazno. Cuando ellos se casaron se fueron a vivir al campo, a Puntas de Herrera, cerca de Sarandí del Yí. Después de que yo nací me llevaron para allá, hasta los seis años, que empecé el colegio. Tengo ese recuerdo de mucha libertad, mucha naturaleza, y cuando nos vinimos para Montevideo era mi madre la que estaba todo el tiempo con mi hermana y conmigo, mi padre iba y venía. Todas las vacaciones las pasábamos en el interior, con muchos animales y andando a caballo. Era el único momento que teníamos para estar los cuatro juntos. Era súper especial y muy anhelado.
¿Quién la incentivó a bailar?
Empecé con el ballet porque tenía que ponerme a hacer algo después de la escuela. Recuerdo que mi abuela me llevaba mucho. Empecé a los seis en una academia a la vuelta de casa, en el Parque Rodó.
¿Cómo fue esa infancia entre la escuela y el ballet?
Ahí no tenía mucha idea. Era como un hobby, una diversión. Y mi profesora le dijo a mamá que yo tenía pila de condiciones y que me tenía que presentar en la Escuela Nacional de Danza. El primer año que mamá me lo planteó le dije que no. La academia para mí era muy especial, como mi casa. Había hecho amigas, mi entorno era muy lindo. Y el segundo año la profesora le insistió a mi madre: “Tiene muchas condiciones, mucho potencial, estaría bueno que la llevaran a la Escuela de Danza”. Ella me propuso ir a hacer la audición y ver qué pasaba. Entonces acepté. Di la prueba y entré.
Pero, ¿quería ir o no tanto?
No sé. Tal vez no recuerde mucho, mi memoria es horrible. Recuerdo bien no haber querido ir el primer año, pero el segundo año acepté. Entré y me gustó. Pero creo que me enamoré de la disciplina con los años, cuando fui creciendo.
¿Cuándo se dio cuenta de que esto era a lo que quería dedicarse?
Creo que a los 14 o 15 años, que es un momento de la vida en el que se supone que empezás a tener tu vida social, a salir con amigos. Pero no pasé por eso de irme a tomar la leche a la casa de una amiga o formar grupos de estudio. Siempre estudiaba sola. Me iba todas las tardes a la Escuela de Danza, pasaba más tiempo allá que en mi casa. Y creo que ahí fue que dije: “Esto, o va en serio, o me dedico a otra cosa”. Además, a los 14 me dieron la beca para ir a Estados Unidos, a la Escuela de Artes de la Universidad de Carolina del Norte.
¿Cómo surgió esa oportunidad?
Porque un profesor de ahí, que era muy amigo de Margaret Graham —la directora de la Escuela Nacional de Danza de aquel momento—, vino a visitar y a dar clase al Sodre. Ahí me eligieron para tomar clases con los más grandes, vio que tenía condiciones y me ofreció una beca. Al principio era un festejo todo, pero un mes antes de irme lloraba todas las noches, no me quería ir.
¿Siempre fue muy apegada a la familia?
Totalmente. La familia, para mí, en lo personal y profesional tiene un valor muy grande.
¿Dudó en seguir con esto y hacer una vida más parecida a la de las chicas de su edad?
Más de grande me tocaron esos momentos, cuando estaba en Estados Unidos. Pero la pregunta no era si esto era lo mío, sino si quería seguir con esto, porque iba dejando de lado muchas cosas. En las instancias de elección pesaba más lo que me estaba pasando a nivel profesional.
¿Había otra cosa a la que le hubiera gustado dedicarse? ¿Tenía un plan b?
Siempre me gustó el derecho, la abogacía. En un momento me picó la psicología. Me gustan mucho las letras, me gusta escribir, pero pienso que nunca es tarde para hacerlo. Me hubiera dedicado a estudiar y a seguir una carrera. Me lo pregunté cuando se cumplió el año de la beca y estaba por volver. En mi cabeza me decía: “Voy a audicionar para compañías grandes, pero, si no quedo, me vuelvo y me dedico a estudiar”.
En aquel entonces la realidad del Sodre era otra, se trabajaba mucho menos, había menos público, no había teatro. Entonces, yo sabía que volverme a Uruguay implicaba un cambio muy importante, y que no iba a dejar la danza, pero me iba a poner a estudiar.
¿Cómo resultó la experiencia en Estados Unidos luego de aquel desprendimiento de su familia siendo tan chica?
Con el diario del lunes, digo: “¡Qué bueno que me fui!”. Fue una experiencia maravillosa. Aprendí y compartí escenario con grandes. Fue increíble. Si lo tuviera que volver a vivir, lo elegiría otra vez y le diría a esa niña que fui: “No llores tanto, porque también podés hacer un lindo camino en tu país”.
Imagino que haber vivido en un lugar como Nueva York, con tanta oferta artística, hizo que notara especialmente esas diferencias culturales con respecto a Montevideo.
Para mí aquello siempre fue un abanico de oportunidades en cuanto al consumo de arte, y el poder experimentarlo y vivir de eso. Era otra cosa. De todas maneras, la realidad de Uruguay es muy diferente a la que se vivía en aquel momento: las entradas se venden, la cartelera cultural es importante. Hoy tenés el Solís, la Trastienda, el Sodre, el Antel Arena, salas más pequeñas y privadas. Hay cosas para ver, no te da la vida para asistir a toda la oferta. Cuando yo me fui era otra cosa.
¿Y cómo fue volver de ese mundo de Nueva York a la realidad de Montevideo?
Me daba mucho miedo volver a vivir en Montevideo. A nivel profesional sabía que sería buenísimo con Julio (Bocca) a la cabeza, con todos los planes que tenía. Volví porque él me hizo una oferta y también porque estaba buscando acercarme a una vida personal con mi familia, mis amigos, mis afectos, una pareja. Quería nutrir eso. A nivel profesional sabía que la vuelta sería muy buena y especial.
¿Qué le daba miedo?
Montevideo no es Nueva York, los tiempos son otros, el rimo es diferente. Hasta hacer un trámite es distinto, y la gente no llega en hora; esas cosas me ponían muy de mal humor. Que la gente no reservara para ir a comer, o quedar a una hora y que el otro llegara una hora y media más tarde, eso me enfermaba. Y también que la ciudad no te ofrecía todo lo que Nueva York tenía.
Pero me encanta vivir acá, soy muy uruguaya, adoro este lugar. Aparte, volví con una propuesta de trabajo excelente, en un lugar maravilloso. No fui una de esas que quiso volver sin nada concreto acá y que dejaba algo tangible en otro lugar. Se dio absolutamente todo y por eso digo que soy muy agradecida y muy afortunada.
¿Cómo vivió su pasaje por el Sodre como primera bailarina?
Nunca me imaginé todo lo que logré hacer acá y cómo trascendió mi carrera, cómo he crecido. Yo no soñé con ser bailarina, se dio así. Hubo cosas que sí las visualicé y pasaron, porque trabajé con un objetivo, pero nunca me propuse ser primera bailarina. Mi ambición va por otro lado: seguir mejorando donde estoy y ver a dónde llego. Llegué con una carrera ya hecha y muy tangible, pero además crecí mucho acá con las oportunidades que me dieron, porque yo estaba preparada. A veces hay que estar en el momento justo y en el lugar indicado.
Adoré estar acá dentro, fueron años muy productivos en lo profesional. Encontré un público muy fiel, mucho cariño de la gente, por lo que estoy muy agradecida. Siento mucho respeto y cariño.
Ahora se está dando este otro camino en el que siento que encontré otra pasión: la de dirigir. Acá puedo compartir todo lo que aprendí y cuento con un objetivo claro. Es otro tipo de presión, de esfuerzo, no físico, pero sí con mucha carga mental. Es otra responsabilidad, que antes era con mi cuerpo, y ahora la tengo con 60 bailarines y casi 20 personas en un equipo. Es un montón.
¿Qué significado tiene para usted estar arriba de un escenario?
Es muy inexplicable lo que me pasaba en el escenario. Es una sensación de libertad, de ser quien soy, de quedar “desnuda” delante de la gente. Creo que el escenario me dio mucho poder de emocionar al público, conmover, alegrar, hacer pensar. Es una enrome responsabilidad la de “tocar” a las personas.
Siempre está ese mito de que en el ambiente del ballet existe una gran competencia entre bailarines, que muchas veces se representa en las películas. ¿Qué hay de cierto en eso?
Hay una gran competencia, por supuesto. Desde el momento en que trabajás frente a un espejo y ves lo que hace tu compañero y lo que vos hacés, es una búsqueda constante de perfección sabiendo que eso no existe, de superación, de trabajo. En todas las disciplinas, si no lo das todo, hacerlo a medias pasa desapercibido. La competencia existe, pero puede ser leal o desleal, depende de cómo quieras involucrarte con eso.
Es una carrera en la que es muy importante ser realista, saber bien lo que uno tiene y explotarlo al máximo. No todas las veces te encontrás con bailarines realistas. Se tendría que pensar más en eso, en que no servís para todo. A mí me pasaba que había cosas que me costaban horrible. Para mí hay una pureza en el ballet clásico que es muy especial y eso busco en mis bailarines. No la perfección, pero sí armonía.
Dado el esfuerzo físico que requiere dedicarse a esto, ¿cómo hacía para acompasar lo que debía ofrecerle al público con lo que le pasaba físicamente? ¿Tuvo que convivir con el dolor?
Ahí la magia del escenario estaba en juego. Podía llegar muerta de cansancio y con un montón de problemas, sin ganas de salir, pero lo tenía que hacer. En el momento en que empezaba a maquillarme, se prendían las luces y se subía el telón, había una transformación enorme. Y ese rato en el que estaba ahí, buscaba que no me pasara nada. Sucede mucho con el dolor, el saber que de repente hay lesiones que van a estar ahí toda la vida y que te van a doler siempre.
¿Le pasó algo de eso?
Me pasó en mi último año que me lastimé un tobillo; tuve un quiste también. Ese año, cuando ya había decidido dejar de bailar, hubo mucha tensión sobre mi cuerpo, que era mi herramienta. Me pasó una vez sola de bailar con mucho dolor, pero es algo que no puedo explicar: en el momento en el que yo entraba al escenario, me olvidada, pero cuando volvía, empezaba a renguear.
¿Qué implica para usted el haber sido tan premiada y reconocida en su profesión, inclusive a nivel mundial?
Con el Benois (de la Danse 2017) sentí algo muy especial. Es muy importante, porque nunca me imaginé estar en esa situación y menos ganarlo. Llegó en un momento de mi carrera más al final, lo que redundó en un reconocimiento enorme. Ahí también sentí que el país me abrazó. Recuerdo ese día con mucha alegría, agradecimiento, y no podía creer lo que estaba pasando.
La vuelta a Uruguay fue increíble, no estaba acostumbrada a que se le diera tanta trascendencia a un bailarín. Creo que conmigo pasó que al volver al país había un contexto de mucha explosión de la danza. Volví con una carrera hecha en el American Ballet Theatre, una de las mejores compañías de danza del mundo, y después esto. Se dio todo. La gente empezó a conocerme y a interesarse muchísimo en mí.
Hoy decía que ha mejorado la oferta artística en el país. ¿Cómo ve el nivel cultural del uruguayo promedio?
Se puede vivir del arte. Los números no son los mejores, es verdad. Un artista, un bailarín que está todo el día en esto, gana muchísimo menos que un futbolista y no tiene el mismo reconocimiento. Al público del ballet todavía le falta conocer mucho más. Nos pasa que cuando ponemos en cartelera un título clásico se vende más fácil, se agotan las funciones. Pero en otros casos cuesta mucho más vender, porque la gente no conoce los títulos, no se acerca a preguntar. Es como que dicen: “Si no me das lo que ya sé, no sé si investigo y sigo creciendo culturalmente, y aprendiendo de lo que hay en el rubro”. Hace falta un crecimiento cultural, porque hay un montón de cosas para ver. El uruguayo es muy quedado y le tenés que dar las cosas en bandeja. Tenemos un público muy asiduo que nos acompaña, sí, pero me gustaría educar más, traer más cosas de las que hay afuera para ofrecer.
Del escenario a la televisión
Después de bailar por 33 años, Riccetto se retiró a fines de 2019. Sabía que ya no volvería a los escenarios, pero tenía ganas de hacer otras cosas, aunque no sabía cuáles. Fue ahí que le llegó la propuesta para ser jurado de Got Talent Uruguay (Canal 10), programa televisivo que busca talentos de todas las edades en distintas artes a lo largo y ancho del país. El primer episodio fue emitido en junio de 2020 y muy pronto se estrenará la tercera temporada.
En ese momento le comentó a Nacho, su pareja, que tenía ganas de hacerlo, y aceptó. Sentía que era un lugar en la televisión que no implicaba hacer algo en lo que se iba a sentir “desubicada”, recordó. Dentro de todo, estaba relacionado con lo que venía haciendo, que era dar su opinión sobre diferentes rubros del arte. Esta nueva tarea, diferente a lo que estaba acostumbrada, le gusta y le divierte. “Me hace olvidar de toda la estructura y responsabilidad que tengo en el Ballet Nacional”, confesó.
Una vez que termina su horario en el Sodre, se va a grabar. “Salgo corriendo, llego desfigurada y me transforman”, dijo entre risas. Además, aseguró que esa experiencia se asemeja a las producciones de ballet, con muchas personas detrás de escena “involucradas y comprometidas”.
Por otro lado, opinó que el hecho de que el programa comenzara a emitirse en plena pandemia, cuando la gente “estaba muy perdida y no tenía nada que hacer”, ayudó a lograr un buen nivel de audiencia. “Nos metimos en la casa de los uruguayos en un momento en que se necesitaba y respondieron muy bien. Mucha gente me decía que se había vuelto a sentar a ver televisión en familia o que se apuraba para terminar de cenar y así podían mirar todos juntos. Eso fue muy lindo de escuchar”, agregó.
Finalmente, la entrevistada afirmó que es un formato en el que se “juega” mucho, es decir, “sí hay talento, pero hay gente que quiere los tres minutos en televisión”.
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