Por mucho tiempo pareció que nuestro sistema político no tenía tema de discusión más relevante que el futuro de la refinería de Ancap.
De pronto una discusión que debería darse en términos racionales y estratégicos, pasó a formar parte de ese reducido conjunto de temas que despiertan las pasiones de los uruguayos.
En general este debate se presentaba en torno a la liberalización de combustibles, medida que en términos estratégicos hubiera implicado la inviabilidad de su refinería y, en un futuro, la desaparición de Ancap. Se equiparaba falazmente la liberalización de la importación con mayor competencia y baja de costos, cuando en realidad probablemente hubiera terminado en un monopolio privado de algún magnate regional, que hubiera podido hacer con el diésel lo mismo que hicieron los importadores de productos de aseo doméstico luego de que se aseguraron de que no había producción nacional: subir los precios.
Ni que hablar que en una situación como la actual, podríamos incluso estar sufriendo desabastecimiento de diésel, ya que casi seguramente el mismo vendría de Argentina, país que hoy tiene escasez de este insumo tan relevante para la producción.
En ocasión de las discusiones acerca del contenido de la LUC, Cabildo Abierto se paró en contra de la liberalización. Desde ese momento, los dardos comenzaron a llover desde algunos ángulos de la coalición misma, haciendo gala de pensamientos pequeños que probablemente veían recreada en esta visión el espectro del “Uruguay feliz” de Luis Batlle.
Algunos oportunistas anunciaron pomposamente que presentarían un proyecto de desmonopolización en ocasión de los 90 años de Ancap que se cumplían en octubre del año pasado, pero hasta ahora no hay noticias de tan genial iniciativa. Al regreso de la reunión en Glasgow, el entusiasta ministro de Ambiente anunció el cierre de la refinería para 2035, ese año que parece mágico para los fans de la niña Greta. Este anunció tuvo que ser rápidamente desmentido por las autoridades de Ancap y de gobierno. Y no fue el único.
Por supuesto que pocos se tomaron el tiempo de evaluar qué era lo que realmente ocurría con las refinerías en el mundo. Leamos lo que dijo Mark Wirth, el CEO de Chevron, hace unas semanas: “No hemos visto la construcción de una nueva refinería en Estados Unidos desde la década del ´70… Mi visión personal es que no veremos construirse una nueva refinería en nuestro país”. Claramente en el mundo sobran opiniones, pero faltan refinerías. Eso explica por qué se producen faltantes de diésel en diferentes regiones del mundo.
A raíz del conflicto en Ucrania, Occidente se ha despertado frente a la realidad de su dependencia estratégica de los combustibles fósiles y su mermada capacidad de refinería.
Alemania está discutiendo una ley de emergencia para reactivar sus plantas a carbón y ya anunció la suspensión de subsidios al auto eléctrico, un “lujo” que uno de los países más ricos del mundo no se puede dar en este momento. Aún más, en el día de ayer Alemania anunció que planea incluir en su ley de emergencia que el Estado alemán pueda volver a tener participación en la generación de energía. Se ve que cuando la situación es crítica, la mano invisible se esconde debajo de la cama… Francia, que el año pasado estaba ocupada haciendo lobby para que la Unión Europea considerara a la energía nuclear como “verde”, va por el mismo camino. Canadá, cuyo primer ministro era uno de los propulsores de la COP26, corre ahora detrás del canciller alemán para garantizarle abastecimiento de gas natural licuado.
En fin, fue un acto de responsabilidad haber mantenido el estatuto legal de Ancap.
Hoy, la refinería ofrece a las autoridades de nuestro país una amplitud estratégica de la que no gozaríamos si hubiéramos corrido detrás de ese inocente ímpetu liberalizador de algunos, y el afán de transformar bienes públicos en privados de los más voraces.
TE PUEDE INTERESAR