Hay que observar y analizar con mucho detenimiento esto que se está dando a llamar la “segunda ola progresista” en América del Sur. ¿Qué la diferencia de la primera? ¿Cuáles son sus referentes? ¿Qué modelo proponen?
La primera ola de comienzos del siglo XXI se nutrió de los últimos vestigios de un discurso revolucionario y antiimperialista, de la épica de la liberación nacional para el socialismo y de la lucha de los trabajadores. El viento de cola de la economía en la región permitió que se realizaran esfuerzos redistributivos y se implementaran políticas asistenciales, pero al mismo tiempo se agudizó la primarización de las economías, la concentración económica, la desintegración regional, el crecimiento del crimen organizado, el rezago educativo, el avasallamiento de principios fundamentales del estado de derecho y la normalización de la corrupción a través de las coimas.
La decepción de las grandes masas llevó en varios países al voto castigo contra esos gobiernos de ‘izquierda’ y a un corto periodo de gobiernos de empresarios que llegaron al poder con un libreto económico atrasado, incapaces de entender las nuevas dinámicas mundiales contemporáneas y sin ninguna intención de disputar la hegemonía cultural o proponer una alternativa superadora al modelo de sociedad impuesto. Su paso fue efímero y empobrecedor.
Se habla ahora de la “segunda ola progresista” con las victorias electorales de Alberto Fernández en Argentina, Gabriel Boric en Chile y Gustavo Petro en Colombia, además del posible regreso de Lula en Brasil. Distintos los casos de Bolivia y Perú, que merecen un análisis aparte, donde la huella amerindia todavía parece ejercer alguna resistencia al progresismo cosmopolita, pero sin desprenderse de las arcaicas reminiscencias de la retórica revolucionaria.
¿Qué propone en lo económico la segunda ola progresista? La recién asumida ministra Batakis en Argentina planea un ajuste para cumplir con las exigencias del Fondo Monetario Internacional. En Chile, Boric nombra como ministro de Hacienda a quien ejercía hasta entonces como presidente del Banco Central en uno de los países de mayor endeudamiento familiar de la región. En Colombia, Petro designó al frente a de la economía a un exministro de Agricultura y Desarrollo Rural de la década del ’90 que en los últimos años realizó importante carrera en organismos multilaterales a través de Naciones Unidas y Cepal. En tanto, el candidato favorito de las encuestas en Brasil, Lula da Silva, anunció como su compañero de fórmula a un notorio representante del lobby privatizador.
A diferencia de la primera ola, la segunda ola progresista se define como socialdemócrata y es absolutamente afín a la agenda internacionalista. En lo económico no propone un discurso de liberación o revolución, sino de estricta aplicación de las recetas más radicales de la tecnocracia internacional respecto al cambio climático, cuyas medidas atentan directamente contra la soberanía alimentaria y la soberanía energética, pilares del potencial productivo en una región rica en recursos naturales. Al mismo tiempo, abandonan paulatinamente la bandera de la lucha de los trabajadores organizados para cambiarla por las reivindicaciones de las ONGs trasnacionales.
Se trata de una izquierda que en esencia es la más perfecta consolidación del neoliberalismo. En el plano cultural reniega de conceptos como el de la pública felicidad o el bien común, para enfocarse casi exclusivamente en los derechos de las minorías. Proponen una agenda de temas irrelevantes para las grandes mayorías y tienen una visión distorsionada y perversa de la sociedad y la naturaleza humana, en la que, hasta que se demuestre lo contrario, los hombres son violadores, los contribuyentes son evasores del fisco, las personas que guardan un arma son asesinos y los blancos son hegemónicos y racistas. Una forma de pensar y ver el mundo que nada tiene que ver con nuestra herencia cultural mestiza y profundamente humanista.
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