En agosto del 2018, el primer ministro de Sri Lanka pregonaba en la página del Foro Económico Mundial sus planes para hacer que su país se volviera rico en 2025. Para un país de 20 millones de habitantes, con un déficit crónico en la producción de alimentos, uno hubiera pensado que sus prioridades deberían pasar por hacer a su país menos dependiente de la importación de comida. Pero no, el primer ministro tenía su mira puesta en esas metas intergalácticas que los titiriteros de Davos promueven para adormecer a las masas cretinizadas. Conceptos tan rimbombantes como frívolos, tales como: “transición a una economía basada en el conocimiento”, “ganar el reconocimiento del resto del mundo”, “centro de alta competitividad”, “economía social de mercado altamente dinámica” y otras sandeces que los asistentes a Davos repiten para ganar el favor de la claque, pero que evidentemente no sirven para matar el hambre. Con tanta gente tan inteligente y preparada en Davos, ¿nadie le advirtió al gobierno de Sri Lanka que esas promesas eran incumplibles?
Seguramente envalentonado por semejante “respaldo global”, en abril de 2021 el gobierno de Sri Lanka se embarcó en un mal concebido plan para reconvertir la agricultura de su país a la producción orgánica, prohibiendo la importación de fertilizantes. Palmariamente, desde Davos nadie lo llamó para advertirle que ésta no era una política conveniente y que posiblemente terminara en desastre, sobre todo si se aplicaba durante la pandemia, como efectivamente se hizo. Ningún país “avanzado” de Occidente hubiera permitido tal plan. Basta ver la reacción de los agricultores holandeses la semana pasada ante el intento de su gobierno de forzarles a bajar la aplicación de agroquímicos y fertilizantes.
Pero si el aliento interesado de Davos logró confundir a las autoridades de Sri Lanka, no ocurrió lo mismo con los agricultores locales. Los plantadores de té, la principal exportación del país, pusieron inmediatamente el grito en el cielo, advirtiendo sobre el desastre inminente. ¿No había ningún ingeniero agrónomo en el Foro Económico Mundial para dar su opinión sincera sobre el asunto? ¿Dónde quedó la responsabilidad profesional? ¿O el supuesto cuidado del ambiente justifica la muerte por inanición de millones de personas? ¿No podría configurar lo ocurrido un crimen de lesa humanidad?
Como si no hubiera pasado nada, el 5 de julio pasado el Foro Económico Mundial insiste con lo mismo, en una conducta que según el art. 54 código penal uruguayo podría calificar de reiteración real. En efecto, en un artículo titulado “Cómo una economía circular puede ayudar a resolver la crisis económica de Sri Lanka”, se intenta proseguir con el engaño. La nota no puede evitar hacer referencia a la crisis alimentaria, sin embargo, omite convenientemente mencionar que la misma fue provocada por políticas mal concebidas, en las que Davos tiene una responsabilidad de coadyuvante. Para arreglar el desastre, esta vez el Foro Económico Mundial propone adoptar una “economía circular”, “compartir los activos” y entrar en la “economía del conocimiento”. No pasaron cuatro días de la publicación de estas ideas geniales, que hubieran permitido convertir a Colombo en Silicon Valley, para que multitudes enardecidas ocuparan el palacio presidencial y el presidente huyera del país. ¿Alguien algún día logrará llevar a esta banda internacional de inimputables a la Corte de la Haya por su responsabilidad en este tipo de crímenes?
Mientras tanto, en Uruguay, nos alborozamos con nuestra “imagen internacional”, mientras seguimos comprometiendo a la Nación con acuerdos ambientales sin recibir compensación alguna por parte del mundo desarrollado, salvo alguna carta de felicitación firmada por el petimetre de turno a cargo de algún organismo internacional. Hasta ahora la ciudadanía no conoce ni los detalles ni los fundamentos de lo firmado en Glasgow por nuestro ministro de Medio Ambiente. Mucho menos tenemos noticias sobre el impacto de las capitulaciones firmadas sobre la producción nacional de alimentos. Eso sí, las fotos en Escocia salieron muy lindas. Seguramente resultarían del agrado de ese magnate centroeuropeo que financia giras y conferencias de políticos y seudointelectuales por todo el mundo. En cómodas cuotas, claro está.
Antonio Raimondi
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