Cuando nació Martín Aquino en 1887, Giuseppe Musolino tenía once años. ¿Qué relación hubo entre el matrero oriental y el brigante calabrés? Ninguna. En sentido borgeano ni siquiera fueron contemporáneos porque murieron sin saber nada el uno del otro (ahora lo son). Nosotros, que los hacemos contemporáneos, podemos comparar: uno y otro fueron leyendas. A partir de sus vidas delictivas se ha escrito y se sigue escribiendo. Por cierto, por estos lares, es más conocido Aquino. El propósito de esta nota es intentar subsanar esa carencia.
Si bien Aquino no trascendió a la prensa internacional como Musolino, probablemente Lombroso hubiera emitido sobre el matrero un juicio similar. Según Mario Mandalari en sus Saggi Critici, (1903)el conocido criminólogo habría escrito que Musolino estaba sostenido: «por el consenso y la simpatía de un pueblo en el cual la permanencia de sentimientos bárbaros y el peso de la injusticia social educa criterios y sentimientos casi salvajes».
Como señala Pablo Alivi en su trabajo La larga sombra de Aquino las narrativas sobre este tipo de bandidos tienen como lugar común: «la existencia de una injusticia original: la atribución de un crimen que no cometió y la posterior persecución…». Los delitos siguientes son consecuencia de la necesidad de sobrevivir. El mismo argumento que el Juan Moreira de Eduardo Gutiérrez… y el de tantas películas. Al fin, la explicación pasa a categoría de justificación y el personaje termina en calidad de «bandido social» por nutrir el cancionero de protesta… y los bolsillos de los cantautores.
Una vida azarosa
Musolino no fue la excepción. Había nacido en Santo Stefano in Aspromonte en la provincia de Reggio Calabria donde, según Lombroso, eran todos salvajes. Parece haber tenido un temperamento violento porque a los quince años fue condenado a veinte días de cárcel por uso de armas prohibidas. A los veintiuno sufrió primero quince días de prisión por violencia, injurias y violación de domicilio, y luego cuatro meses y veinticinco días por golpes y lesiones.
Pero 1898 fue el año de quiebre: en febrero, veinticinco días de cárcel y una multa por violencias e injurias. En junio, seis meses por lesiones. Hasta entonces no había dado muerte a nadie; pero la Corte D’Assise (órgano jurisdiccional penal para las ofensas de mayor gravedad y alarma social) por denuncia de un tal Zoccali lo condenó a veintidós años de reclusión por intento de asesinato. Se testimonió falsamente en su contra porque él no había sido el autor del frustrado homicidio. Algunos periódicos dicen que, para colmo de males, al escuchar la sentencia, una prima de Musolino que asistía al juicio cayó muerta de la impresión. La injusta acusación sumada a la muerte de su prima le crearon las condiciones para fungir de bandido social. Juró venganza.
El problema se empezó a complicar para sus acusadores a los pocos días, porque Musolino escapó de prisión a principios de 1899. Dicen que se lanzó al monte y que grabó en el tronco de un árbol dieciocho nombres de sus futuras víctimas. Cada vez que una sucumbía a su venganza tallaba una cruz al lado del nombre.
La policía lo perseguía por la escarpada geografía calabresa mientras la recompensa por su captura iba en ascenso. Como fuere, durante años escapó a las autoridades.
Cama improvisada
Uno de los más curiosos episodios que se cuentan es el del cementerio.Dicen que era una noche lluviosa en Roccaforte, un pintoresco pueblecito emplazado a mil metros sobre el nivel de mar en la montaña calabresa. Los carabinieri estaban cercándolo y se refugió en el cementerio. Levantó la tapa de un sepulcro y se metió dentro. Los despistó por completo. Y como a Musolino le pareció un lugar adecuado como vivienda transitoria, limpió la tumba de restos humanos, se hizo una cama de heno y pernoctaba en el camposanto. Pero como no hay dicha completa, algunos vecinos de la zona que lo veían frecuentemente rondando el cementerio lo denunciaron a las autoridades. Una noche, mientras descansaba en su particular dormitorio, sintió ladridos de perros. Saltó la tapia a tiempo y desde un escondite próximo pudo observar la desazón de sus perseguidores. Había escapado una vez más.
Las denuncias no contradicen el apoyo que tenía Musolino de otros pobladores. La recompensa era más que interesante, pero algunos de esos delatores fueron eliminados por el brigante, lo que también estimulaba el silencio general.
En seis meses mató a cuatro personas y saqueó algunas haciendas. Poco después asesinó a puñaladas a una mujer, mientras dormía, por haber declarado contra él… En medio de esa conducta sanguinaria cuentan rasgos de generosidad: habría perdonado a dos de sus delatores porque tenían hijos pequeños y disparaba a sus perseguidores con perdigones tirando a las piernas porque solo cumplían su deber. Si les acertaba en la cabeza, como en ocasiones sucedió, habría sido un caso que en lenguaje actual se tipificaría como: «el compañero se equivocó».
Enamoradas
A fines de octubre de 1901, dos carabineros patrullando un camino en Acqualagna, a más de 900 kilómetros de Calabria, dieron la voz de alto a un individuo sospechoso. El hombre huyó, pero tropezó con el alambre de un viñedo y fue detenido. Para gran sorpresa de todos se trataba del propio Musolino. Lo que no se logró en tres años de persecución policial y militar fue fruto de la casualidad o de la Providencia. Probablemente, el brigante formara parte de la picciotteria local, organización criminal antecedente de la tristemente célebre ‘Ndrangheta, aunque no pudo probarse durante el proceso judicial.
El denominado «rey del Aspromonte» fue condenado a cadena perpetua en julio de 1902. Durante el juicio se manifestó otra faceta de Musolino: ícono sexual. Parece que las jóvenes calabresas cantaban una canción que sustancialmente decía: «Quisiera encontrarme sola con Musolino, y si mi madre no me lo prohibiese huiría con él a la montaña». Aunque no solo concitaba la atención de damas locales, sino que recibía ardientes cartas e incluso dinero de mujeres de distintas partes del mundo.
Caras y caretas (Buenos Aires) con su habitual ironía poetiza: ¿Quién no envidia los triunfos del hombre glorioso, / que no es sólo un villano y vulgar asesino? ¿Quién no envidia la fama del gran Musolino, / que ha logrado del mundo llamar la atención? / Las señoras al verle suspiran y gimen / y los hombres le observan con justo recelo; / las inglesas le mandan mechones de pelo; / las solteras le miran con honda emoción…
Esa particular fascinación con un criminal, de la que hay varios ejemplos, fue bautizada por Edmond Locard como «enclitofilia» y años despues, denominada por ese émulo de Mengele que fue John Money como «hibristofilia».
En agosto de 1906, El Imparcial de Madrid lo hace consagrado al estudio del griego, a traducir la Ilíada y a escribir poemas en la prisión de Portolangone (actual Porto-Azzurro) en la isla de Elba con lo que «disfrutará la nombradía de poeta y bandido ilustre juntamente».
El poeta y bandido ilustre, internado en un hospital psiquiátrico en 1946, morirá diez años después sin pena ni gloria.
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