La tolerancia parece ser un valor muy apreciado en estos tiempos. Sin embargo, muchos de los que presumen de tolerantes llegan en ciertas circunstancias a ser los peores intolerantes.
En estos tiempos de relativismo ético brutal y embrutecedor, muchos sostienen que la tolerancia es poco menos que un bien absoluto… siempre y cuando se trate, por supuesto, de ser tolerantes con lo «políticamente correcto». ¡Guay de quien se manifieste en contra de la corrección política! ¡Cuidadito con afirmar que existe una moral objetiva, fundada en la filosofía realista, aristotélico-tomista! Quienes sostienen semejantes cosas, corren serio riesgo de ser cancelados y tildados –¡por los “tolerantes”!– de reaccionarios, oscurantistas, fundamentalistas, cavernícolas, ¡medievales!… y demás argumentos “ad hominem”; quienes carecen de ideas, suelen atacar a las personas.
Los mismos que promueven la tolerancia con los partidarios de la legalización del aborto, el matrimonio igualitario o la marihuana, no toleran que –en democracia– alguien sugiera la derogación de alguna de estas leyes; como si los merecedores de tolerancia fueran solo quienes tienen ciertas e ideas, y los demás no.
Los mismos que toleran a los delincuentes, al punto de defender más sus derechos que los de las personas trabajadoras y honestas, no toleran que se promueva un mayor orden y una mayor presencia de la autoridad policial en la sociedad. Olvidan –o nunca les enseñaron– que la libertad, para ser auténtica, debe estar cimentada en la verdad y ordenada al bien común.
Los mismos que promueven la tolerancia con cualquier proyecto de ley, por aberrante que sea, no toleran que se ponga en tela de juicio la absolutización del dictamen de las mayorías. Que coyunturalmente pueden tener el poder; pero ello no implica que siempre tengan razón.
Los mismos que se encargan de imponer el laicismo a ultranza en la educación pública –bien disfrazado de neutralidad– no toleran la auténtica libertad de enseñanza: una libertad que permita a los padres ser los primeros educadores de sus hijos e incluso los únicos, si esa fuera su voluntad.
Los mismos que toleran que a los niños se les eduque en cualquier ideología, no toleran que se les eduque en virtudes. Cada vez son menos los centros educativos –públicos o privados–, que educan en virtudes y no en una “melange” de valores teóricos, sin un claro orden jerárquico.
Los mismos que reclaman libertad para la mujer, no toleran que aquellas que así lo desean dediquen muy buena parte de su tiempo a las tareas del hogar. A estas mujeres se las margina más que a ninguna y se les quiere hacer creer que en sus hogares no hay esperanza alguna de realización personal.
Los mismos que dicen tolerar las opiniones ajenas, no toleran la existencia de fuentes de información alternativa. Cualquier noticia que discrepe con la línea oficial es tildada de “fake news” por la canceladora inquisición moderna, trituradora de honras y demoledora de prestigios de los disidentes del pensamiento único.
Los mismos que entienden la tolerancia como pasiva resignación –cuando no aprobación– de cuanta inmoralidad es capaz de imaginar el ser humano, no toleran que se realicen juicios, ya no sobre individuos, sino sobre meras ideas: no toleran que sean otros quienes afirmen “esta es la verdad”.
Solo los presuntos “tolerantes” pueden expresar sus pensamientos en los medios, siempre a la orden para criticar más o menos ácidamente –incluso violentamente– a quienes discrepan con la cultura dominante, con el globalismo, con la Agenda 2030, con el calentamiento global o el Nuevo Orden Mundial. Al decir de Mons. Charles J. Chaput, “el mal predica la tolerancia hasta que llega a ser dominante; entonces, trata de silenciar al bien”.
A los pocos corajudos que se animan a decir ciertas verdades “aunque vengan degollando”, los calumnian, los difaman, los ensucian, tergiversan sus dichos. Afortunadamente, a ellos no les importa. Siguen adelante porque saben que, con la verdad, la razón y el apoyo de la ciencia, tienen todas las de ganar. No les importa el “qué dirán” porque buscan la verdad; no les preocupa ser “progresistas”: solo se ocupan de hacer el bien.
En fin…, no hay que prestar atención a la farisaica e hipócrita intolerancia de los presuntos tolerantes. Hay que seguir trabajando con fortaleza, paciencia y comprensión: a estos pobres, les falta mucho para comprender que el único valor absoluto, es el Amor…
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