El nomenclátor es un catálogo de nombres propios. Aplicado al callejero consiste en denominar las vías de tránsito o los espacios públicos. Esto podría hacerse mediante números en beneficio de la orientación, pero tradicionalmente se ha preferido utilizar nombres de personas o situaciones históricas con el objeto de honrar la memoria de quienes por sus aportes a la sociedad lo merecieren.
Pero sobre el «quién es quién» puede haber doble lectura. De modo que, la contribución a la memoria colectiva supuestamente pretendida termina teñida de color partidario, dando razón a aquella frase de Alberto Zum Felde sobre que la historia no existe, sino que todo es política.
Así, la construcción de la memoria suele caer en hemiplejia y un agitador comunista que se hacía pasar por estudiante y que murió integrando una patota que agredía a un policía, pasa a ser un «mártir estudiantil», relato que la izquierda se empeña en implantar en las mentes de esos jovencitos que recuerdan anualmente un hecho cubierto de gruesa capa de maquillaje. La «memoria» es entonces un instrumento de la lucha política y el nomenclátor ciudadano un simple pretexto. Esos mismos jovencitos conocen la «historia» de esa calle a través del relato de izquierda, pero ignoran la significación de la gran mayoría de las otras denominaciones de calles y espacios públicos.
Y no solo los jóvenes. Por ejemplo: ¿cuántas personas que viven sobre la calle Marcelino Berthelot saben quién era este caballero? ¿Era un científico o un filósofo?
Esa misma pregunta se hacía Clemente Estable en 1927 escribiendo en la revista La Pluma, aunque en este caso el cuestionamiento era retórico. Era las dos cosas. Además, fue político. Pero nos centraremos en su posición filosófica.
Ciencia y filosofía
En 1906, la editorial catalana Granada y Ca. publica bajo el título de Ciencia y Moral algunos de los escritos de Berthelot sobre filosofía, ciencia y moral. En la «Advertencia Editorial», se explica que el autor «ha contribuido a sembrar la semilla de la emancipación del hombre, condenado aún a la estéril roca del […] atavismo religioso cubierto aun por la costra de la ignorancia», etc.
Convencido del poder de la ciencia, el sabio francés sostiene que la moral no tiene otras bases que las que la ciencia le presta. Los progresos de la moral han sido y siempre serán correlativos con los progresos de la ciencia. Toda moral consiste en «nuestra humilde sumisión a las leyes necesarias del mundo». Acotamos: leyes sin legislador; reloj sin relojero.
Y sigue, con Kant, afirmando que las ideas de bien y mal están en el fondo de la conciencia humana. El hombre encuentra la moral en sí mismo y la objetiva atribuyéndola a la divinidad, dice. Y, por supuesto, culmina su razonamiento con la apología de la Revolución Francesa y «su nueva moral social» que proclamó los principios igualadores. Insiste: «no debe creerse que la desaparición de toda hipótesis teológica va a inaugurar el reinado del crimen y la anarquía». Porque no habrá mella en la espiritualidad ni moralidad de los hombres. Entonces quedará expedito el camino hacia «el reino ideal de la fraternidad y de la solidaridad social, proclamadas por la Revolución».
Profeta
El 5 de abril de 1894, en un banquete organizado por la Cámara sindical de productos químicos, comienza su alocución –no sabemos si previa o posterior a la ingesta– diciendo: «Se ha hablado a menudo del porvenir de las sociedades humanas: quiero imaginármelas como serán en el año 2000».
Describe entonces el químico francés su visión del siglo XXI, diciendo: «estaremos muy próximos a realizar los ensueños del socialismo». ¿Es un anticipo del llamado «socialismo del siglo XXI», entonces? Veamos si la visión del sabio coincide con la realidad que conocemos.
«En ese tiempo no habrá en el mundo ni agricultores, ni pastores, ni labradores: el problema de la existencia por el cultivo del suelo habrá sido suprimido por la Química. No habrá más minas de carbón, ni industrias subterráneas, ni, por consiguiente, huelga de mineros. El problema de los combustibles habrá sido suprimido por el concurso de la Química y de la Física. No habrá más ni aduanas, ni proteccionismo, ni guerras, ni fronteras regadas con sangre humana.
Lo que los vegetales han hechos hasta hoy […] ya lo realizamos y los realizaremos mucho mejor, de manera más extensa y más perfecta que la que emplea la naturaleza: tal el poder de la síntesis química.
Llegará un día en el cual cada uno llevaré para nutrirse su pequeña pastilla azoada, su pequeña porción de materia grasa, su pequeño frasco de especias aromáticas, acomodados a su gusto personal; todo eso fabricado económicamente y en cantidades inagotables por nuestras fábricas […] eso, en fin, exento de microbios patógenos, origen de las epidemias y enemigos de la vida humana.
El hombre ganará en dulzura y en moralidad, porque cesará de vivir de la matanza y destrucción de seres vivientes. En ese imperio universal de la fuerza química, no creáis que el arte, la belleza, el encanto de la vida humana estén destinados a desaparecer. Ni la superficie terrestre deja de ser utilizada, como hoy […] la tierra se convertirá en un vasto jardín, regado por la efusión de las aguas subterráneas, y donde la raza humana vivirá en la abundancia y en la alegría de la legendaria edad de oro».
Explosivo
Estable señala dos observaciones al pensamiento del científico francés. Por la primera, considera «curioso el fácil optimismo que la Química le inspira a Berthelot». No solo se refiere al utópico mundo del segundo milenio que predice Berthelot sino que esa seguridad de la Química como camino de paz, se contradice con el hecho de que «él mismo se encontró en circunstancias que le obligaron a usar de ella para la guerra». En efecto, las investigaciones de Berthelot desarrollaron la producción de explosivos sin humo. Durante la guerra franco prusiana, tomado prisionero Napoleón III y sitiado París, «nuestra única defensa es la Química», dirá Flaubert. Es entonces que Berthelot será designado presidente del comité científico para la defensa de París. En ese contexto la crítica de Estable no parece del todo justa.
Sobre el edén que pronostica en el banquete de 1894, dice Estable: «El lector pondrá sus reparos y reconocerá lo que pueda inducir o adivinar como verdadero y como posible». Los que vivimos en 2022 sabemos que las dudas de don Clemente no eran infundadas.
A la muerte del sabio –a horas del fallecimiento de su esposa– el hebdomadario madrileño La lectura dominical lo despide con estas frases: «Ha muerto en París el célebre químico Barthelot, a quien sin duda debe la ciencia notables adelantos, pero que era un materialista y un ateo de tomo y lomo, y además, activo anticlerical. […] Su mujer estaba enferma y murió, y cuéntase que al saberlo Berthelot se abrazó al cadáver y expiró. Sobre este argumento están ya los sectarios de toda Europa tejiendo una leyenda áurea sobre lo poética y dulcemente que mueren los materialistas y ateos. Pero no está el quid en cómo se llega al sepulcro, sino en cómo se pasa de él».
Ejemplo literal de aquello de las dos lecturas.
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