Comenzó siendo un niño, y desde aquella primera experiencia nunca abandonó el rubro. Hoy continua junto con su esposa y transmitió la vocación heredada de su padre a sus tres hijos.
Sobre el kilómetro 50 de la ruta 26, en el departamento de Paysandú, Artigas Rivero produce maní con su familia. Tiene 58 años y hace 46 que se dedica ininterrumpidamente a ese cultivo. “Empecé a los 12 años y no he parado, trabajo todos los días desde temprano en la madrugada hasta la noche”, dijo. En diálogo con La Mañana recordó sus inicios, contó las dificultades generadas por la importación desde Brasil y su confianza en que se recuperará el mercado uruguayo, porque “el nuestro es un maní de mejor calidad”.
Su producción es totalmente familiar, “trabajo con mi mujer y mis hijos, dos varones y una mujer. Entre todos tenemos 85 hectáreas, plantamos en el mismo campo que es arrendado, pero cada uno tiene su parte, un hijo tiene 5 hectáreas y el otro 25; y la hija trabaja con nosotros”, contó.
Rivero también contrata personal para los trabajos en el campo y con el maní luego de cosechado. “Es un rubro muy difícil de hacerlo, pero genera mano de obra y resulta”, porque éste es un país “que consume mucho maní; es un trabajo que hace poca gente y yo lo hago con orgullo”.
Su padre plantaba maní, pero sus inicios como productor fue cuando Rivero era apenas un niño. “Empecé juntando el maní que había quedado tirado en una chacra, después en una chatarrería compré un arado de mancera que tenía la parte de fierro y la rueda pero le faltaba el timón que hice con madera de acacia negra que compré a una vecina, lo enganché y comencé a trabajar ayudado por un caballo. Fui sembrando con la mano aquel maní que había juntado y de ahí saqué 15 bolsas, me acuerdo como si fuera hoy”, conto. Lo que “no recuerdo es cuánto produje, pero mucho más de 50 bolsas”, ese fue su inicio.
El proceso de adquisición de herramientas y tecnología fue clave para ir mejorando la producción: “Como dije el primer arado fue de mancera, luego me compré un John Deere a querosén, después un tractor Moline, posteriormente un Fiat 640 tres puntos, diésel, que fue un gran adelanto para mí. Había pasado de un caballo cinchando a un Fiat. Ahora tengo un tractor Valtra que compramos nuevo”.
Su primera sembradora fue “una bolsa colgada al pescuezo, era un bolsón y sembraba 9 bolsas de 20 kilos por día, después que compré el Fiat llegué a plantar 110 bolsas por día. Ese fue un avance importante”.
Rivero destacó que en ese proceso desde el caballo hasta el tractor Valtra tuvo mucha ayuda: Cuando empezó tenía a su padre, pero luego se fue ganando la simpatía y el respeto de todos. “La gente que me veía trabajar me apoyó, siempre me manejé con mi conducta y mi trabajo, la gente ve eso y te presta herramientas, yo me hago querer con el más rico y con el más humilde, soy igual con todos y eso tiene mucho valor para mí”, reflexionó.
Con el tiempo no sólo fue comprando y mejorando sus tractores, también otro tipo de herramientas, como una vieja “máquina abandonada” que encontró “tapada de alambres y cosas viejas. La compre y estuve arreglándola por un año, cuando logré que funcionara fue la primer cosechadora que tuve. Ahora tenemos dos máquinas, una de ellas es de mi hijo”.
Generación de mano de obra
Incorporar maquinaria significó que tomara menos personal, pero la mano de obra sigue siendo importante, por ejemplo en la limpieza del producto donde trabajan unas 20 mujeres. “El maní va dentro de la tierra, se cosecha, una máquina lo limpia pero para que quede bien el trabajo también debe hacerse a mano, se selecciona el mejor maní, se descarta el que se pudrió o que no tiene grano”.
Rivero vende el maní totalmente limpio, eso implica mucho trabajo, pero este año esa fuente laboral se perdió porque “ingresó mucho desde Brasil y todas esas familias” que hacen la zafra “se quedaron sin trabajo”. “Es la primera vez que me pasa algo así”, expresó al ser consultado sobre la estabilidad laboral del rubro.
Este año la producción permanece en la chacra. “Tengo 85.000 kilos de maní” de calidad esperando por un comprador, pero éstos han desaparecido porque “prefirieron comprar el importado que lo pagaron más barato, aunque es de menor calidad”.
Mientras tanto la familia Rivero continúa limpiando el maní ya cosechado. “No tengo posibilidades de contratar personal porque no puedo pagarles. Lo limpiamos, lo empaquetamos, lo ponemos sobre pallets, tapamos con lona o nylon de silo y lo vamos cuidando”.
El miércoles 10 se llevó a cabo en Noblía (Cerro Largo) una reunión con productores maniceros y jerarcas del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP). El entrevistado vio con buena disposición lo anunciado en la oportunidad: “Nos dijeron que se va a cortar la importación de maní, así que vamos a poder vender” lo que tenemos acopiado. “Es un producto que aguanta hasta mayo del año que viene”.
Consultado cómo se explica que pudiendo abastecer el mercado interno con producción local haya ingresado tanto maní de Brasil, Rivero no tiene respuesta.
Uruguay produce mucho y buen maní, y el uruguayo es un buen consumidor, en períodos normales, “en Paysandú consumen entre 50.000 y 60.000 kilos, a Salto le llevo un viaje de 3.500 kilos cada diez días”, por tanto, si cortan con la importación el mercado se reestablece” rápidamente.
No gana el productor ni el consumidor
El maní da trabajo todo el año. “Octubre es clave, es el mes de la siembra”, y dentro de octubre el día 10 es fundamental, “si te pasas ahí puede haber problemas con la cosecha porque te agarra el invierno”.
Si se planta a partir del 10 de octubre, la cosecha va a ser por el 5 y 10 de marzo dependiendo del clima. “Hay trabajo todo el año, primero tenemos que preparar la tierra, sembrar, luego el cuidado de la planta, la cosecha; con el maní cosechado se hacen los trabajos de limpieza”.
Este año Rivero trasladó a la localidad Soto (Paysandú), 3.500 kilos de maní para ser limpiado, quedando en perfectas condiciones de comercialización, luego trasladó ese maní a Salto pero no pudo venderlo a buen precio: “Me quedó 2.000 pesos, todo es gasto y hay que venderlo barato, regalarlo casi” por la fuerte competencia de lo importado, sin embargo el consumidor final no siente la diferencia en el precio porque en el mercado está a $ 295 el kilo.
“No gana el productor y tampoco gana el consumidor, y si eso no se corrige nos fundimos”, advirtió.
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