En buen estado de conservación, aunque con algunas nanitas aun fáciles de curar, se erige este edificio, fotografía viva de un tiempo donde aún estaba todo por hacer en esas desoladas y agrestes praderas. Ocupó todos los servicios que podía ofrecer. Fue casco de estancia, cuartel de asamblea, pulpería, fortín y Capilla. Regentada por su propietario, Don Francisco Rodríguez (El Farruco), quién lejos de vivir en la civilización quiso afincarse en esas tierras, su propiedad fue el centro social de toda esa comarca. Y hasta Artigas, alguna vez tal vez proseó con los lugareños entorno a un brasero. Monumento histórico nacional desde 1989, las autoridades de Durazno pretenden darle vida a un edificio perdido en el medio rural.
Encontrar construcciones coloniales aún conservadas a pesar del tiempo en el medio rural puede tornarse una tarea titánica, si se tiene en cuenta que la soledad y la lejanía de estos pagos conspiran en la gran mayoría de los casos contra la conservación de estos lugares. Es así que abundan las taperas o vestigios de ellas, casi siempre a la sombra de un ombú que se resiste a pesar de los años a ser olvido. Sin embargo hay excepciones y una de ellas es la Capilla del Farruco en el extremo este del departamento de Durazno que aún sigue contando historias de otras épocas a través de sus paredes, el boca a boca y los documentos que se pueden consultar.
Se trata de una de las últimas construcciones que aún quedan en pie en el medio rural, de una época colonial tan fermental como salvaje, donde esos pioneros arriesgadamente decidieron anclarse en el medio de la nada. Uno de estos personajes que la historia se encargó de darle su lugar en la memoria nacional fue Don Francisco Rodríguez (el Farruco por su ascendencia gallega). Sus obligaciones militares lo llevaron a recorrer toda esa vasta zona donde actualmente se encuentra esa hermosa construcción colonial. Por entonces se desempeñaba como comandante de las tropas milicianas denominadas “los voluntarios del Rey” y en esos viajes por la desolada campaña sin dudas ya imaginaba su destino por esas tierras.
Cómo otros españoles (y como era la costumbre en la época), Rodríguez procesó en Buenos Aires lo que se llamaba la “denuncia” de las tierras (cuando se quería comprar tierras en esa época se le llamaba la denuncia), lo que representaba largos trámites. De esa manera el Farruco se hizo de 70 mil cuadras, organizadas en tres cascos de estancias donde esta edificación fue la más importante. El establecimiento originalmente tenía como límites por el oeste el arroyo Las Cañas, por el este El Cordobés, por el norte el río Negro y por el sur la Cuchilla Grande.
Los historiadores presumen que el casco fue construido en 1782, una suerte de fortaleza para protegerse de los ataques de “indígenas, portugueses y otro tipo de delincuentes” en una época muy despoblada en el medio rural. Oscar Padrón Favre explicó a La Mañana que “de ahí que sus paredes sean muy gruesas, con ventanas pequeñas y fuertes rejas”. Lejos de lo que suponía la costumbre de la época, donde los grandes propietarios de tierras vivían tanto en Montevideo cómo en Buenos Aires, Francisco Rodríguez optó por afincarse tierra adentro.
Se había transformado en centro social de su época
Construcción multifuncional, el casco además de casa, fue cuartel de asamblea, pulpería (centro social, comercial y de esparcimiento de toda la comarca), centro religioso (Iglesia Católica) y cumplía tareas defensivas. El tamaño de la construcción era lo suficientemente grande como para que los vecinos del lugar pudieran guarecerse en caso de ataque. Uno de los pequeños cañones destinados a esta función hoy se encuentra en el museo de la Parroquia de Sarandí del Yí.
Construida entre 1797-98 originalmente la Capilla tuvo la advocación de Nuestra Señora del Rosario hasta que en 1836 (ya fallecido don Francisco Rodríguez) y luego de la intersección del Vicario Apostólico Dámaso Antonio Larrañaga se transformó en viceparroquia que se denominó San Martín de Tours. Este cambio no fue ni casual ni caprichoso. A impulso de los vecinos de la zona, que por ese entonces comenzaban a crecer en número (este crecimiento se dio hasta 1870 cuando comienza el poblamiento de Sarandí del Yí y se transforma en una importante atracción para esos vecinos), bajo el influjo de los vascos españoles y franceses que llegaban para dedicarse a la ganadería y la agricultura, se propuso que la Iglesia pasara a llamarse General José de San Martín en reconocimiento a uno de los principales libertadores de América. Pero no era santo, y eso de por sí ya era un problema, en una institución como la Católica donde una de las obligaciones para la denominación de sus templos debían cumplir con tal requisito. De ahí que la genialidad e intuición para saldar una cuestión complicada fuera la de proponer a San Martin de Tours como nuevo protector de todas esas extensiones, relató Padrón Favre.
Desde 1989 es Monumento Histórico Nacional
Desde 1989 la “Capilla del Farruco” como se la conoce comúnmente es Monumento Histórico Nacional y un año más tarde, la intendencia de Durazno se encarga de su gestión y mantenimiento tras un comodato con el Ministerio del Interior que desde 1940 es propietario del predio. Allí funcionó hasta no hace mucho tiempo la seccional 13° que actualmente está emplazada cerca del lugar, y que además sirve como excusa para que la construcción no sea objeto de vandalismos (durante mucho tiempo no hubo efectivos policiales en la seccional cosa que cambió desde hace poco).
La construcción pasó por diferentes etapas y usos, con modificaciones que incluyeron un altillo que fue eliminado en 1960 bajo el impulso de Juan Pivel Devoto por considerarse que no era original de la época de Farruco. Para Padrón Favre esta decisión es discutible porque “en realidad las tendencias actuales a nivel patrimonial no procura que las cosas vuelvan a su estado original, sino que de alguna manera también hay que respetar lo que ha sido la evolución del uso de un determinado bien”.
No basta solo con poner recursos económicos
“El gran desafío es como conservar” lugares patrimoniales que se encuentren “prácticamente rodeados de soledad” dijo el historiador y director de museos de la intendencia de Durazno. Todo edificio que pretenda ser conservado tiene que ser utilizado y cumplir una función y “ese es el desafío”. Para este 2022 la intendencia de Durazno presupuestó recursos departamentales para refaccionar el lugar.
Tomando como referencia experiencias pasadas a sabiendas que con solo destinar recursos no basta para mantener una construcción que ya lleva 250 años, las autoridades departamentales intentan convencer a los vecinos de los pueblos más cercanos para que formen parte de la gestión del lugar. Para ello han pensado involucrar a los pobladores de Las Palmas, una pequeña localidad vecina, para la organización de actividades que le den vida al edificio. Durante varios años la Capilla del Farruco fue centro de las “famosas romerías” de la zona que hicieron historia en su momento pero que se fueron perdiendo en la lejanía de la capital departamental desde donde eran organizadas.
A pesar de las distancias, la zona está llamada a ser “un potencial circuito turístico”. Muchas historias se han tejido entre esos campos y pueblos desde los primeros tiempos y una ruta bien diseñado y mejor organizado podría ser el eslabón que falta para que se conozcan masivamente muchas de esas historias aun escondidas. Cerro Chato y sus momentos históricos, las taperas de Oribe, la estancia de Basilio Muñoz en la zona de las Palmas, el arroyo el Cordobés lleno de historia, (de un lado los Saravia y del otro los Muñoz), la Capilla del Farruco, Blanquillos, La Paloma y su gruta de la Llorona y la picada de Oribe son algunos de los lugares que Padrón Favre sueña que algún día sean una ruta turística e histórico patrimonial de esa zona del departamento.
Interesante apunte histórico
Para los historiadores Alberto Gadea y Juan Pivel Devoto presumiblemente José Artigas se haya incorporado al cuerpo de Blandengues (dónde desde 1797 quienes no tenían delitos de sangre podían ser amnistiados y acogerse a los beneficios del bando del virrey) tras presentarse en la estancia del Farruco para recibir la papeleta de tránsito que debía presentar en el cuartel en Maldonado. Existen dos indicios al respecto; uno de ellos es que existía una estrecha amistad entre Martín José Artigas (padre del prócer) y el propio Francisco Rodríguez. Además su estancia era uno de los tres establecimientos a donde se debían dirigir quienes deseaban incorporarse a los beneficios del rey.
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