Cuando en 1979 los sandinistas derrocaron al dictador nicaragüense Anastasio Somoza, el mediador entre las partes fue el cardenal Miguel Obando y Bravo. En ese entonces, las relaciones entre la Iglesia y los sandinistas eran amistosas. Incluso, varios sacerdotes afiliados a la “teología de la liberación” integraron el gobierno sandinista. Sin embargo, al ser esta “teología” claramente promarxista, fue duramente cuestionada por la jerarquía católica, que exigió la renuncia de los sacerdotes sandinistas a sus cargos de gobierno. Ellos se negaron y el Vaticano los inhabilitó en el ejercicio de su ministerio.
Uno de estos sacerdotes –Ernesto Cardenal– recibió una fuerte reprimenda del papa Juan Pablo II en persona durante su visita a Nicaragua en 1983. La presencia de cardenal en el gobierno sandinista no fue obstáculo para la expulsión del país de sacerdotes disidentes, falsamente acusados de terrorismo y escándalos sexuales.
En los años siguientes, la Iglesia católica siguió mediando en acuerdos de paz como el de Esquípulas II, y contribuyendo a la celebración de elecciones libres. En 1990, el sandinismo perdió el poder. Durante los años siguientes, Ortega y sus aliados procuraron congraciarse con la Iglesia para recuperar el poder: pidieron perdón por “los atropellos en contra de figuras de la Iglesia en el pasado” e, incluso, Ortega se casó por Iglesia con Rosario Murillo tras 25 años de convivencia. Quien ofició la Misa durante la boda fue el propio cardenal Obando y Bravo.
Tras el regreso al poder de Ortega en 2006, los enfrentamientos con la Iglesia se reanudaron y varios obispos fueron objeto de amenazas. En 2018, cuando el Gobierno intentó reformar las leyes de seguridad social, estallaron las protestas por todo el país y el régimen de Ortega mató a unas 360 personas. La represión oficialista fue calificada por Amnistía Internacional como “deplorable”, quien denunció que cuerpos policiales y parapoliciales “cometieron ataques de forma conjunta contra de la población civil”.
La Iglesia, naturalmente, apoyó a quienes se manifestaron pacíficamente contra el gobierno y procuró mediar –sin éxito– en el conflicto. En esa época, Ortega y su esposa –la vicepresidenta Rosario Murillo– calificaron a los sacerdotes de “terroristas”, “golpistas” y “demonios de sotana”, entre otros calificativos. Y desataron la violencia contra la Iglesia.
En 2018, los paramilitares agredieron a obispos y sacerdotes en Carazo y atacaron la Iglesia de la Divina Misericordia de Managua, con un saldo de dos muertos. En abril de 2019, el papa Francisco le pidió a Mons. Silvio Báez, arzobispo auxiliar de Managua, que abandonara el país tras ser informado por la Embajada de Estados Unidos en Nicaragua de un complot contra su vida. En 2020, los sandinistas incendiaron la imagen de la Sangre de Cristo –de casi 400 años de antigüedad– en la Catedral de Managua. Y en julio de este 2022, expulsaron a 18 Misioneras de la Caridad –congregación fundada por la Santa Madre Teresa de Calcuta–, tras acusarlas de lavado de dinero y terrorismo. Estas son algunas de las 190 agresiones registradas en Nicaragua contra la Iglesia católica entre abril de 2018 y agosto de 2022.
Días atrás recorrió el mundo la imagen del obispo de Matagalpa, Mons. Rolando Álvarez, arrodillado, con las manos en alto y rodeado de agentes policiales. Mons. Álvarez fue detenido junto a cinco sacerdotes y tres seminaristas, al ser acusado de “organizar grupos violentos, incitándolos a ejecutar actos de odio en contra de la población, provocando un ambiente de zozobra y desorden, alterando la paz y la armonía de la comunidad, con el propósito de desestabilizar al Estado de Nicaragua y atacar a las autoridades constitucionales”.
Ante esta situación, varias organizaciones civiles escribieron al papa Francisco implorándole: “no nos dejen solos, escuchen nuestra palabra”. Además, 25 exjefes de Estado de América y España emitieron un comunicado público en el que se manifestaron preocupados por la persecución del régimen de Ortega contra la Iglesia católica.
El representante del Vaticano en la OEA había manifestado su preocupación por lo que sucede en Nicaragua y llamó a encontrar caminos de paz. Muchas de las conferencias episcopales del mundo, incluida la de la Argentina y la de Italia, están lanzando llamamientos para que se garantice la libertad de culto.
El papa Francisco dirigiéndose a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro en el Vaticano, el pasado domingo 21 de agosto manifestó al respecto: “Sigo con cercanía con preocupación y dolor la situación que se ha creado en Nicaragua que afecta a personas e instituciones, quisiera expresar mi convicción y mi deseo de que por medio de un dialogo abierto y sincero se pueden encontrar la bases para una convivencia respetuosa y pacífica”.
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