Como ya les comentamos en artículos anteriores el emirato de Catar, o Qatar según la versión más extendida, es un pequeño país ubicado al este de la península arábiga con costas sobre el golfo Pérsico. Y que por tierra solo tiene contacto con Arabia Saudita.
Seguramente, cualquiera de los cataríes –nos referimos a los nacidos en el emirato– cuya edad sobrepase los 50 años, podrá sentir que vive un sueño de las Mil y una noches con solo mirar la realidad del hoy. Como que alguien hubiera frotado la lámpara de Aladino y le hubiera pedido al genio que hiciera surgir una ciudad en medio del desierto, una metrópoli supermoderna, llena de rascacielos en lugar de carpas sobre la arena y de lujosos automóviles en vez de los tradicionales camellos. Difícil hubiera sido pronosticar en tiempos de su niñez que los modestos comercios y las aldeas de pescadores de perlas pudieran experimentar cambios semejantes en un salto exponencial hacia el futuro. Quien se atreviera a vaticinarlo habría sido tildado de fantasioso o hasta demente.
Sin embargo, es lo que realmente ocurrió. En este caso el Oro de Midas lo fueron los pozos petrolíferos. Claro, y esto es lo importante, que solo con el petróleo no alcanza, como bien lo han experimentado países de otras latitudes, incluso latinoamericanos, porque para algunos la riqueza del oro negro ha labrado su propia perdición.
Los pequeños reinos del golfo Pérsico, en especial Catar, Bahrein y los Emiratos Arabes Unidos, hicieron el tránsito de forma más o menos parecida, gracias a que sus emires tuvieron una visión de futuro y supieron desarrollar una actitud acorde para comprender que la riqueza que fluye del subsuelo debía ser aprovechada de forma rápida e inteligente. Había que transformar el desierto y modernizar sus territorios de modo que el petróleo –tan finito como transitorio– pudiera prolongarse, multiplicarse y hasta transformarse en bienes que generaran divisas duraderas como las del comercio, el turismo y la cultura.
UN EMIR VISIONARIO
En 1916, tras el desmembramiento del Imperio otomano como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, el emir Abdullah bin Jassim Al Thani firmó un tratado con Gran Bretaña para convertir el emirato en un protectorado británico, pero manteniendo el gobierno de su tradicional dinastía. De esta manera Gran Bretaña se obligaba a protegerlo de toda agresión por tierra o por mar.
Hacia el año 1941 se descubrió petróleo bajo su suelo y ocho años después, hacia 1949, comenzó la explotación de los yacimientos petrolíferos, pero en principio no cambió la estructura del país, sino que siguió manteniendo sus características casi medievales hasta el año 1971, fecha de la decisión inglesa de abandonar la zona.
Fue entonces que el emirato de Catar ingresó en la Federación de Emiratos Árabes Unidos y entró a formar parte de la ONU.
En el caso de Catar el gran salto lo dio Su Alteza el Emir Hamad bin Khalifa Al Thani o Al Zani, nacido en Doha en enero de 1952, quien desde joven fue enviado al Reino Unido para recibir una esmerada educación. Se graduó en la Real Academia Militar de Sandhurst y a su regreso fue ministro de Defensa y luego se le encargó la Dirección del Consejo Supremo de Planificación, para organizar las bases políticas, económicas y sociales del emirato. Partidario de la educación europea, puso especial acento en la modernización del país, sin descuidar la administración de los pozos petrolíferos ni las reservas de gas natural.
En 1995, ante la resistencia presentada por su padre, que se apegaba al ritmo de vida y las costumbres tradicionales, aprovechó la oportunidad para derrocarlo con un incruento golpe de Estado, cuando este se encontraba de viaje por Ginebra, Suiza. A partir de entonces aceleró la marcha para la transformación del país a la par que aseguraba las ventajas y los beneficios para sus súbditos.
De las primeras medidas que tomó, en base a la importancia de las comunicaciones y el valor de la información, estuvo la instalación de una cadena de televisión bajo el nombre de Al Jazeera, que en idioma árabe significa “La península”, en alusión a la forma de su territorio. La misma, del tipo de suscripción internacional con oficinas centrales en Doha y sucursales en la mayor parte de los países árabes, fue inaugurada con gran pompa el el 1º de noviembre de 1996. Dentro de sus finalidades estaba la de servir de puente entre las naciones árabes entre sí y con los países occidentales, por lo que trasmitía en árabe y en inglés. Claro que, por tomar posición en situaciones conflictivas, como la Guerra de Irak y la Infitada palestina, fue severamente criticada por Estados Unidos y países europeos.
Otro de los proyectos que encaró de forma inmediata y personal fue la creación de la Fundación Qatar para la Educación, la Ciencia y el Desarrollo de la Comunidad, financiada por el Estado. Su presidenta durante mucho tiempo lo fue su segunda esposa, la jequesa Mozah bint Nasser Al Missned, también educada en Occidente. La Fundación promovió la instalación de universidades extranjeras en Doha con miras a desarrollar la economía del conocimiento –convirtiendo al emirato en un referente cultural–, y consecuentemente a mejorar el entorno y preservar su patrimonio histórico.
El actual emir, su hijo, Tamin Bin Hamad Al Thani, llegado al trono en junio de 2013 tras la abdicación de su padre, continúa los mismos principios.
Durante la visita que realizamos a Catar en agosto de 2019, cinco intensos días, tratamos de relacionarnos y obtener información sobre la forma de vida de la gente. La que se veía y la que no se veía. No solo los fabulosos edificios y obras de infraestructura sino de la realidad cotidiana. En general nos llamó la atención el respeto y la veneración que se le dispensa a los emires, padre e hijo, puesto que sus retratos aparecen representados en sendos cuadros o grandes fotografías colgados por todas partes, en las paredes del aeropuerto, las oficinas públicas y las recepciones de los hoteles. Pero también se ven en el interior de pequeños negocios dentro de los zocos, de lo que damos muestra en la foto que adjuntamos. Y también en los comentarios de la gente, que cuando les preguntábamos sobre los emires señalaban sus aspectos positivos y los beneficios que aportaron al país.
Claro que todas estas loas, ventajas y adelantos se aplican solamente a los habitantes que son ciudadanos, es decir los cataríes de origen, que son quienes se benefician directamente de los privilegios y los beneficios del Estado. No pagan impuestos, tienen la salud y los consumos asegurados lo mismo que una jubilación decorosa. Y son los únicos que pueden ser propietarios de inmuebles; los extranjeros solo pueden arrendarlos sin llegar a ser los dueños por más dinero que posean.
Tiene algo de la democracia griega, que era plena para los nacidos en la ciudad-Estado y no lo era para los extranjeros ni para los esclavos.
Es claro que esta forma de encarar la sociedad no serían aceptadas en nuestras sociedades occidentales, donde lo primero es el trato igualitario y la inclusión de los inmigrantes. Este es un primer tema para que los lectores piensen y conversen.
Los conceptos que transcribimos a continuación provienen de la charla que mantuvimos con la gente. Algunos pocos cataríes, los ciudadanos, por cuanto no resulta fácil abordarlos salvo para consultas puntuales y otros tantos más fueron extranjeros residentes, bien dispuestos a hablar y contar sobre su situación. En principio los extranjeros solo tienen la condición de residentes, llegados en función de contratos de trabajo. Mientras tanto, los turistas son residentes más temporales, cada vez más numerosos y necesitan de una visa para ingresar al país.
Los ciudadanos tienen la prioridad para los ofrecimientos de trabajo. Las empresas extranjeras por ley deben contar entre sus socios con miembros cataríes y lo mismo para los puestos de importancia. Los ciudadanos tienen derecho a trabajar en la administración del emirato, además de la protección familiar, la atención médica, la educación y una renta acorde para los que no puedan trabajar.
De la población total del país, en el entorno de los tres millones de habitantes, la de origen catarí no supera el 20%, o sea poco más de 600.000 mientras que el 80% restante está integrado por extranjeros que entraron al país mediante contratos de trabajo. Se les paga el pasaje, se les concede alojamiento, atención médica y vivienda según el tipo de trabajo a realizar. Claro que no todos los extranjeros tienen igual trato. Mientras los técnicos, profesionales y creativos viven y trabajan en lugares especiales, muchas veces en barrios lujosos creados especialmente, los obreros y empleados que desempeñan tareas de menor jerarquía suelen vivir en barrios apartados y viviendas colectivas donde se aglomeran varios por habitación. Esto lo aceptan porque buscan ahorrar todo lo posible para cuando regresen a sus países de origen; o para enviar dinero todos los meses a sus familias, para lo que hemos visto agencias especialmente dedicadas. No en vano la mayor parte de estos trabajadores provienen de naciones superpobladas como Bangladesh, India, Filipinas, Malasia y ciertas islas de Indonesia. No en vano las estadísticas señalan que Catar es considerado el segundo país en el mundo con mayor cantidad de trabajadores extranjeros.
Para entender esta situación debemos considerar que no se permite la llegada de inmigrantes. Llegan con contratos de trabajo y permanecen en tal categoría. Vienen con un documento firmado donde constan las condiciones de llegada y de salida con cargo a cumplir determinadas funciones, se les paga el pasaje y se les proporciona vivienda. Pero deben cumplir bien y fielmente sus ocupaciones. De ninguna manera, aunque lograran permanecer, podrían obtener la categoría de inmigrantes ni menos que menos la de ciudadanos. Terminado su contrato deben partir y si presentan mala conducta se los deporta de inmediato. Se les paga el pasaje y se los envía de regreso a sus países de origen.
Como podemos ver, es un mundo organizado de forma muy diferente a nuestros conceptos y formas de vida. Es un mundo distinto pero posible y que aparentemente funciona.
Y acá viene la segunda reflexión: cada uno de los lectores, en ejercicio de su juicio, podrá opinar e inclinar la balanza hacia uno u otro de los sistemas. Pero todo dentro de la libertad de elección y de la buena convivencia.
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