En el artículo anterior publicado el 27 de julio, me referí a la formación, el perfeccionamiento y la profesionalización de los docentes en nuestro país. Afirmaba que los docentes son los verdaderos protagonistas del quehacer educativo, si bien el foco debe estar siempre puesto en el alumno y sus necesidades; docentes de calidad impartirán educación con la misma característica a nuestros estudiantes.
La transformación de la formación docente es estratégica y necesaria para poder afrontar el cambio de la educación en su totalidad; además es necesario seguir incentivando y facilitando el perfeccionamiento de profesores y maestros. Si la formación y el perfeccionamiento actualizan sus conocimientos, es mucho más probable que estos implementen las innovaciones en sus cursos, ya que como dice la frase proverbial: “nadie da lo que no tiene”.
Para que se pueda cambiar la educación uruguaya, los docentes deben estar convencidos de que la transformación es necesaria, esta es la única forma de que se lleven a cabo las innovaciones, pero a su vez, deben sentirse preparados para aplicarlas debido a que salir de la zona de confort no les resultará fácil porque deberán romper con los modelos que han aprendido y experimentado. En este aspecto existen investigaciones que determinan las variables que afectan a los docentes para que implementen los cambios: algunas de ellas se relacionan con los años de experiencia, la cultura del centro educativo en el que ejercen sus tareas y el perfeccionamiento en las áreas a innovar.
Si pretendemos realizar una transformación educativa exitosa, esta implicará la modificación de varios aspectos, dado que los magros resultados que tenemos en la actualidad son producto de múltiples causas. Una de ellas es la formación, el perfeccionamiento y la profesionalización de los docentes. Otra es la existencia de currículos que no se adaptan a las necesidades de los estudiantes del presente y que, además, como afirma Pérez Gómez, la formación que se les brinda es para desempeñarse en un futuro que es incierto.
No deberíamos olvidar que preparamos ciudadanos para desarrollar profesiones, habilidades, técnicas e instrumentos aún no inventados. La mayoría de las actividades profesionales a las que se dedicarán los ciudadanos cuando acaben la enseñanza formal en el sistema educativo ni siquiera se han inventado. (Vergara, 2015, p. 9)
En este punto llegamos a las tan mencionadas competencias: ¿por qué se habla hoy en día de ellas cuando se plantea la transformación de la educación? ¿A qué nos referimos cuando hablamos de aprendizaje por competencias?
El proyecto de la OCDE denominado DeSeCo Definición y Selección de Competencias define a la competencia como la capacidad de responder a demandas complejas y llevar a cabo tareas diversas de forma adecuada. Supone una combinación de habilidades prácticas, conocimientos, motivación, valores éticos, actitudes, emociones y otros componentes sociales y de comportamiento que se movilizan conjuntamente para lograr una acción eficaz. (Pérez Gómez, 2007, p.10)
Creo que estamos todos de acuerdo en que en los tiempos que corren las personas debemos ser autónomas, críticas, reflexivas y flexibles; en este sentido, el aprendizaje por competencias se adecúa a diferentes contextos exigiendo la movilización de los esquemas mentales de los educandos en situaciones auténticas y reales para resolver problemas de manera integradora. Los alumnos adquieren un “saber hacer” en el que se implican valores, emociones, conocimientos y actitudes que irán evolucionando durante toda la vida. (Pérez Gómez, 2007)
La mirada no puede ser inocente dado que “el currículo refleja intereses ideológicos, religiosos, profesionales, económicos, corporativos y académicos, entre otros relevantes” (UNESCO, 2013, p. 24); las tensiones afloran en el debate social porque el currículo determina cómo se verán influenciadas las mentes de los estudiantes. Se definen cuáles son los conocimientos que los alumnos necesitan aprender para desenvolverse con soltura en el mundo de hoy, cumpliendo con las demandas y expectativas de la sociedad. En este sentido, los currículos deben permanecer en una relación intrínseca con la realidad, actualizándose permanentemente. “El currículo es pues una construcción educativa, política y social, de ida y vuelta entre instituciones y actores de dentro y fuera del sistema educativo” (UNESCO, 2013, p. 11).
Para definir un currículo de calidad que demuestre qué conocimiento tiene valor y qué vale la pena aprender para la sociedad de hoy, deben estar representados todos los involucrados y contar con el asesoramiento y el apoyo de expertos. Deberemos, entonces, crear currículos de calidad, adaptados a nuestra realidad, creados en conjunto con la ayuda y el apoyo de docentes, familias, empresarios, etc. No para que la educación sea concebida únicamente como una herramienta para el mundo del trabajo, tampoco como mero peldaño para que puedan los alumnos continuar sus estudios universitarios si es que así lo desean; sino para que realmente la educación formal prepare a los estudiantes para la vida y la sociedad actual.
¿Qué debe saber un alumno que termina la etapa de educación media básica? ¿Qué competencias debe tener un estudiante que egresa de la educación media superior? El debate debe estar direccionado a responder esas interrogantes las cuales nos remiten a la caracterización del perfil de egreso para cada etapa o ciclo de la educación. Construir el camino que nos lleve a las metas trazadas implica crear los currículos necesarios. Las expectativas apuntan a lograr una educación integral, holística y de calidad.
Los cambios necesarios son aquellos que actualicen tanto en lo que se refiere a la utilización de las TIC (Tecnologías de la Información y las Comunicaciones), como a la verdadera atención a la heterogeneidad de los alumnos y su lugar de protagonistas en la educación. También aquellos cambios que se relacionen con la interdisciplinariedad y la metacognición, entre otros.
Uno de los conceptos a los que me he referido es la educación de calidad y las definiciones son muchas, sin embargo, resulta funcional la definición que plantea Braslavsky: “Una educación de calidad es aquella que permite que todos aprendan lo que necesitan aprender, en el momento oportuno de su vida y de sus sociedades y en felicidad” (Braslavsky, 2006, p. 88). Se encuentra implícita la equidad, la atención al alumnado heterogéneo, los contenidos y competencias necesarios para los individuos y su sociedad (en cada contexto), finalmente y no menos importante, adquiriendo los conocimientos y las habilidades con alegría. En este punto podemos referirnos a la transversalidad de los contenidos, las habilidades blandas y el brindarle a cada alumno lo que realmente necesita.
Parece evidente que deberemos dejar la educación academicista que prioriza la enseñanza de contenidos, por su evidente obsolescencia. (Vergara, 2015) Un estilo educativo que en la era del conocimiento en la cual la información nos llega a raudales, no tiene demasiado sentido.
La sociedad en su conjunto con la ayuda de expertos especialistas en currículos deberá decidir qué competencias son imprescindibles para el Uruguay y el mundo del futuro. En nuestras manos están las nuevas generaciones y ellas se merecen todo nuestro esfuerzo para satisfacer sus necesidades, las de nuestro país y el mundo.
(*) Escritora, Máster en Educación, Especialización en Gestión Educativa, profesora de Literatura e Inglés, especializada en Literaturas Iberoamericanas del siglo XX.
Referencias bibliográficas
Braslavsky, C. (2006). Diez factores para una educación de calidad para todos en el siglo XXI. Revista Electrónica Iberoamericana sobre Calidad, Eficacia y Cambio en Educación. 4
(2), 84-101.
Pérez Gómez, A. (2007) La naturaleza de las “competencias básicas” y sus implicaciones pedagógicas. Cuadernos de Educación de Cantabria.
UNESCO-OIE (2013). Herramientas de Formación para el Desarrollo Curricular: una caja de recursos.
Vergara, J. (con Pérez Gómez, A.). (2015) Aprendo porque quiero. Biblioteca Innovación Educativa. Ediciones SM. España.
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