El tratamiento de internación para abandonar una adicción a sustancias psicoactivas ronda en los 60 mil pesos mensuales y tiene una duración aproximada de un año. Los porcentajes de abandono son altos y algunos centros de tratamiento aseguran que la mayoría están relacionados con el acceso económico. El sistema tiene carencias de cupos y ruega por la necesidad de atención urgente.
Nicolás tenía 14 años cuando comenzó a consumir estupefacientes. Estaba en segundo de liceo, sus padres se habían separado recientemente y transitaba por los dolores de la adolescencia sin sentir un apoyo o contención. Había cierto vacío dentro de él.
A través de los compañeros del barrio le llegaba la imagen de que consumir daba un aire de prestigio, de respeto, “de sabérselas todas”. Y él, que también quería sentirse así, comenzó a probar. Empezó con la marihuana, luego siguió con el cigarro. Poco a poco, cada vez eran más las materias que se llevaba a examen. Él, que provenía de una familia clase media de un barrio céntrico de Montevideo, comenzó a esconderse en la droga. No sabe cómo ni en qué momento fue que se pasó para la cocaína y la pasta base. El liceo, claro está, hacía un tiempo que lo había abandonado.
Pasó cuatro años de su vida en esa especie de rueda de jaula de hámster; corriendo para consumir y sin poder salir. Era consciente de lo que hacía y también de que debía salir, pero no podía. Estaba por cumplir la mayoría de edad y sabía que si continuaba viviendo de esa forma solo tenía dos destinos. Juntó fuerzas internas y pidió ayuda. Para entonces su padre ya había fallecido. Su familia comenzó una búsqueda de alternativas y en el 2005 Nicolás ingresó en Fundación Manantiales.
Pagar el tratamiento significó un gran esfuerzo para su familia. Lo pagó su madre, “una laburante”. Hubo que dejar de lado la forma de vida que tenían.
Nicolás estuvo un año exacto en la chacra en su proceso de rehabilitación. Durante ese tiempo convivió con personas con realidades muy disímiles a la suya. Algunos de ellos no sabían escribir. Eran chicos que nunca habían tenido nada de eso que él sí había tenido durante su crianza. Fue un tiempo en el que poder ver una película una vez por semana era un lujo que se debía ganar con mucho esfuerzo. Aprendió de disciplina, de valores y de orden, y logró abandonar su adicción, pero al salir se encontró con otro reto: el de las constantes tentaciones.
“Cuando salís tenés que buscar el equilibrio porque estás muy vulnerable. Te encontrás con excompañeros de consumo. Tenés que buscar nuevos vínculos, ir a los viejos amigos de la infancia, recuperar la confianza de tu familia, dar la pelea en lo cotidiano para no recaer”, mencionó en conversación con La Mañana. Estos cambios incluyen, por ejemplo, no asistir a determinados eventos donde entienda que pueda estar expuesto al consumo de drogas. Sin embargo, contra esto atenta la normalización del consumo en la sociedad. “Yo me cuido mucho, pero lamentablemente vas a un recital, a un evento o incluso a un trabajo, y el consumo está. Hay mucha gente que consume y convivir con esto me costó muchísimo”, dijo.
No obstante, hoy, 16 años después de esta historia, Nicolás ha logrado recuperar su vida. Trabaja, hace ocho años que está en pareja y está pagando su casa propia. Enfocado al deporte, esa materia pendiente que siempre había tenido, hoy ve su vida desde otra perspectiva y agradece las oportunidades que ha tenido, pero sabe que la lucha contra la droga es una pelea que se da día a día.
El trabajo en comunidad
Cuando una persona consume un estupefaciente, el cerebro genera una modificación de la concentración de la dopamina a nivel de la sinapsis de la neurona dentro del circuito de recompensa, el área donde se siente el placer. Cuando la persona comienza a consumir una sustancia, el cerebro cada vez le pide dosis mayores a la anterior para proporcionarlo. En la medida en que se repite el consumo, se empieza a pasar el umbral donde la adicción se genera. En caso de no darle al cuerpo la sustancia, se genera el síndrome de abstinencia: una combinación de sintomatología en la que el individuo se siente mal físicamente e incluso le comienza a temblar el cuerpo.
“Cuando se instala una adicción en el cerebro, ya se produjeron modificaciones funcionales y estructurales. Se rompen ligazones. De todas formas, el cerebro es plástico y luego de diez meses de abstinencia puede formar otras ligazones neuronales, pero no necesariamente de la manera que estaban antes. Por eso es que lleva tanto tiempo la recuperación. Es muy difícil con los recursos que tenemos en nuestro país de que haya espacio para todas las necesidades, no solo por la cantidad de cupos sino para poder dar respuestas a estas realidades”, explicó a La Mañana Miguel Hernández, psicólogo especialista en adicciones por la Universidad Católica, especialista en familia y psicoanálisis vincular y director técnico de Izcalí. La institución que preside es una de las pocas en el ámbito privado de Uruguay que está dirigida a la rehabilitación de personas adictas a sustancias.
Las comunidades terapéuticas surgieron a mediados del siglo pasado a raíz de dos grandes modelos, uno de Estados Unidos y otro de Italia y España. En ambos, que surgen como derivados a partir del modelo de Alcohólicos Anónimos, la persona que ingresa debe permanecer en abstinencia. Estos modelos de comunidades terapéuticas se fueron instalando y extendiendo en distintos países, con coordinadores que podía ser tanto de técnicos profesionales como exadictos.
A nuestro país llegaron alrededor de la década del 90. A esta oferta se le agregaron nuevas modalidades, como las chacras o las opciones que ofrecen algunas iglesias. No obstante, Hérnandez señala que el tratamiento de estas últimas no contempla el área de la psicoterapia, por lo que en algunos casos lo que se logra hacer es el cambio del objeto de adicción y no de la adicción en sí.
El vínculo de una persona con una sustancia se da de acuerdo al medio, explicó Hernández. Se toma la adicción como un sistema que incluye los elementos droga-persona-medio en donde la persona se relaciona con la sustancia. En el caso de Nicolás, por ejemplo, fueron sus amigos del barrio. Esto explica por qué en Uruguay no hay casi adictos a la heroína: es una sustancia que escasea en el medio. En el caso de que una persona adicta a esta sustancia llegue desde otro medio (por ejemplo, Europa, donde sí se conoce) debe cambiar el objeto de adicción a alguno que prevalezca en nuestro país. También debe darse una determinada frecuencia para que la adicción se genere.
En el caso de Izcalí, el tratamiento estándar que ofrece demanda de unos diez meses tras la desintoxicación. El foco está en la grupalidad y el proceso de comenzar a tener contacto con el exterior es lento y paulatino. Como las comunidades terapéuticas, son de puertas abiertas, la persona puede abandonar el tratamiento cuando desee, aunque previamente se agotan todas las posibilidades para que no lo hagan.
“Es bajo el porcentaje de rehabilitación y es alto el porcentaje de abandono. Los tratamientos son largos y no son baratos. Raramente un trabajador tenga unos 60 mil pesos por mes para pagar el tratamiento que cuesta aproximadamente lo mismo en todas las comunidades”.
Lo más común que sucede, explicó, es que llegan usuarios de mutualistas con los que tienen convenios por treinta días. Por lo tanto, la persona realiza el tratamiento en el centro durante el tiempo que tiene cobertura y luego continúa por voluntad propia a su manera. En el caso de los usuarios de ASSE, explicó, antiguamente este organismo cubría todo el tratamiento de la persona, sin embargo, a partir de la nueva modificación en el área de salud mental, pasarán a ser solo tres meses, mientras que el Portal Amarillo comenzará a ser el nuevo centro de desintoxicación.
Hasta el momento, la lista de espera en Izcalí es de 60 personas. Para Hernández, al sistema le faltan recursos. “Un tratamiento es caro, los recursos humanos no están bien pagos”, expresó. A la vez, agregó: “Se necesitan espacios de internación, dispositivos intermedios que implicaría algo de un recurso de rejas. La gente no se forma en adicciones porque después no recibe un sueldo acorde. También falta mucha cama de internación y de una prevención que se realice sistemáticamente desde el jardín y no la noche anterior de que el adolescente vaya a su primera fiesta de 15”.
“Lo que más frena es la decisión y no el dinero”
Nancy Alonso, psicóloga y directora institucional de Fundación Manantiales, comentó a La Mañana que desde la institución ofrecen diferentes modalidades de tratamiento, como lo son internación horas, centros diurnos de lunes a viernes, tratamientos ambulatorios con grupos y terapias individuales o familiares.
En Uruguay cuentan con su sede central y su chacra en Montevideo. Hacia allí llega gente de todo el país e incluso desde Argentina, Brasil y Paraguay. Además, desde la pandemia comenzaron a ofrecer tratamientos en línea, lo que diversifica la oferta.
El tiempo estimado de tratamiento depende directamente del tiempo que se tenga de consumo. El porcentaje de efectividad es de un 94% y hasta el momento, en los últimos 29 años, se han recuperado 6.000 personas.
Cuentan con un convenio con el Instituto del Niño y el Adolescente del Uruguay (INAU) y además durante el año se abren 15 becas. No obstante, según indicó Alonso, el principal motivo por el cual las personas no acceden a un tratamiento no tiene que ver con el área económica sino con la voluntad. “No es por dinero, sino porque les cuesta dar el paso”, dijo, y alentó a las personas a consultar porque, aseguró, “de las adicciones se sale”.
Otras de las opciones disponibles en plaza para el tratamiento de adicciones la ofrece Fundación Dianova. Patricia Piugdevall es coordinadora del centro de psicoterapia gestionado por la institución y de uno de los proyectos dentro del mismo caracterizado por ser ambulatorio.
En este caso se trabaja en base a la Estrategia Nacional de Drogas, enfocada en la gestión de riesgos y daños, que implica trabajar en que la persona sea lo suficientemente autónoma como para poder decidir o identificar qué riesgo tiene el consumo de determinada sustancia. “No trabajamos desde el prohibicionismo entendiendo que gran parte de la población consume sustancias. Por el contrario, trabajamos con tratamientos personalizados que tienen que ver con conocer en principio a la persona y acompañar los procesos de cambio. Muchas veces las personas nos mencionan que quieren dejar el consumo total pero muchas otras que solo quieren reducir el consumo”, explicó a La Mañana. En este sentido, el tiempo de tratamiento depende exclusivamente de individuo a individuo, por lo que el costo total también es relativo. No obstante, una consulta en el centro tiene un costo de $1200, lo que ronda el arancel establecido para las consultas psicológicas.
La real necesidad de ampliar el sistema
Por otro lado, Martín Gedanke, director de la clínica Aconcagua que desde el año 2006 trabaja en el tratamiento de adicciones y que cuenta con dos centros de capacidad de 25 personas cada uno, dijo a La Mañana que en el último tiempo los ingresos por cocaína y pasta base se equilibraron en la misma cantidad. Las edades de los pacientes van en su mayoría entre los 20 y 30 años, y para el caso de la cocaína este rango se amplía. Quienes se internan por alcoholismo tienen de 55 años en adelante. El tratamiento base es de tres meses de internación y cuesta unos 60 mil pesos por mes aproximadamente. También cuentan con opciones de tratamiento ambulatorio que rondan los 20 mil pesos. La mayoría de los internos llegan a través de Fonasa.
“El sistema tiene falta de recursos y de centros de tratamiento. Somos muy pocos los que nos dedicamos a esto y hay muy poco a nivel estatal para la cantidad de personas con problemática de adicciones. También faltan políticas de tratamiento y prevención, pues las que hay son muy incipientes. Hay mucha carencia en el sistema, faltan camas. Es una cuestión que es realmente necesaria”, reconoció.
En el ámbito público, el Portal Amarillo es el centro de información y referencia nacional de la Red Drogas. Es una institución de referencia para la salud pública de nuestro país en esta temática. Cuenta con tres dispositivos de atención: un centro diurno, uno ambulatorio y uno residencial de internación con 21 camas para adultos y 15 para adolescentes. Recientemente, abrió dos centros diurnos más, uno para usuarios problemáticos de drogas en general y otro para el abuso problemático de alcohol. Ambos se realizaron en convenio con el Ministerio de Desarrollo Social.
En diálogo con La Mañana, Antonio Pascale, director del Portal Amarillo, mencionó que en promedio reciben unas 11 mil consultas al año e ingresan unos 700 pacientes, aunque la estabilidad de los pacientes mensuales es de 400 personas. En esta línea, explicó que no todos los pacientes necesitan la internación y que a medida que avanza el tratamiento puede ir mutando la modalidad a la que acceden.
Además, mencionó: “Hemos fortalecido mucho las internaciones dentro de la institución a través de otras unidades ejecutoras de hospitales de ASSE y hemos fortalecido la propia red de ASSE para que personas desde otras partes del país tengan la posibilidad de internarse aquí” y aseguró que “hay una gran oferta de tratamientos gratuitos”.
Los dispositivos de la Junta Nacional de Drogas
A nivel estatal, la Junta Nacional de Drogas (JND) brinda asistencia a personas con uso problemático de drogas, sus familias y la ciudadanía en general de forma complementaria a las prestaciones brindadas por el Sistema Nacional Integrado de Salud (SNIS). En el caso de los Dispositivos Ciudadelas (brinda tratamiento ambulatorio especializados, entre otros servicios, y se encuentran 27 en todo el Uruguay), al cierre de 2021 se realizaron 2.312 ingresos de personas nuevas por uso problemático y realizaron 20.855 entrevistas individuales en el año, según señalaron desde la JND a La Mañana. En el caso de los dispositivos comunitarios, al cierre de 2021 se realizaron 384 ingresos de personas con uso problemáticos de drogas y en promedio se atendieron 511 personas por bimestre. En los dispositivos residenciales se realizaron 162 ingresos anuales y en el caso de los dispositivos de cárceles se implementó un programa con instancias grupales de taller donde participaron 115 personas.
“En Uruguay se viene trabajando en una política de larga data desde el año 1988 para disminuir la brecha de accesibilidad, incrementando las opciones de tratamiento de manera sistemática desde la fecha, destacando que en la actualidad la mayor parte de las prestaciones básicas de tratamiento se prestan a través del SNIS de forma universal”, indicaron. De igual forma, mencionan que para mejorar la accesibilidad se necesitan más recursos para disponer de dispositivos en nuevas localidades. “Los aspectos que más le preocupa a la JND respecto al uso problemático de drogas son la accesibilidad y la calidad de los tratamientos”, agregaron. Sobre este último punto mencionaron que la Secretaría Nacional de Drogas trabaja implementando el Sistema de Gestión de Calidad con el objetivo de que los dispositivos cumplan con los estándares internacionales de calidad.
Todos los programas que ofrece la JND son gratuitos y abiertos.
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