Cualquier observador objetivo razonaría que un país de base agroindustrial, cuya población se viene envejeciendo sistemáticamente, debería hacer todos los esfuerzos a su alcance para evitar que su juventud rural continúe emigrando hacia las ciudades.
La agricultura ha sido desde sus inicios un gran caldo de cultivo para la innovación; la civilización misma viene asociada con el desarrollo de la agricultura. Pero si la tecnología es un factor fundamental en la producción agrícola, se trata del único insumo puramente transable que se puede trasladar de una región a la otra fácilmente. A modo de ejemplo, la innovación argentina de la siembra directa no tardó mucho tiempo en ser implantada en nuestro país. Luego vinieron el GPS, los drones y muchas innovaciones más que seguirán llegando para mejorar nuestra productividad agrícola.
Pero la importancia de la tecnología en el proceso de producción no nos debe permitir olvidar que la tierra y el trabajo son los dos factores fundamentales sin los cuales es imposible producir comida. Por más esfuerzos que hagan en Davos para equiparar una formulación química a un churrasco y transformar la ganadería en una fábrica de componentes biológicos, la comida producida naturalmente siempre será superior. Y quien la ingiera será más fuerte y quedará mejor preparado para defender ese bien preciado sin el cual no existiría ni familia ni Nación ni nada: la tierra.
Es por ello que la defensa de la juventud rural y de la tierra son dos caras de la misma moneda. Sin jóvenes dispuestos a formar familia y asentarse en el medio rural, no hay defensa posible del territorio. Y sin la capacidad de defender el territorio no hay Nación, Constitución ni República ni nada que se le parezca. Sin el control del territorio no produciremos lo que decidamos los uruguayos, sino aquello que decida algún poder foráneo, formal o informal, legal o ilegal. Del mismo modo que las multinacionales forestales, con la asistencia de fuertes subsidios estatales, consiguieron que decenas de miles de hectáreas de alta productividad alimentarias se convirtieran en bosques de eucaliptus, mañana una multinacional de la droga perfectamente podría poner incentivos “de mercado” suficientes para que nuestro medio rural se convierta en un vergel de cannabis.
Lo cierto es que para alimentar al mundo se necesitan tierras y familias viviendo encima de ellas, agrupadas en comunidades y pueblos. Lo hicieron así los sucesivos grupos de inmigrantes que fueron integrándose de forma aluvional a nuestro país. ¿Por qué debería ser diferente ahora?
Es verdad que existe un coro de sofistas al mejor estilo Yogi Berra que nos adormecen semanalmente con conceptos tan foráneos como prácticamente inútiles, como ser el “ecosistema emprendedor”, las “finanzas sostenibles”, la “economía circular” o el “hidrógeno verde”. Sin dudas que un grupo muy reducido de jóvenes lograrán insertarse en las muy rentables cadenas globales de valor que promueven estas “industrias” pobladas de trabajos, que por más rentables que sean, agregan poco valor a la humanidad. Pero como bien advertía Stuart Chase, el economista que acuñó el término “New Deal”, el talento individual es demasiado esporádico e imprevisible para que se le permita desempeñar un papel importante en la sociedad organizada.
Para Chase, los sistemas sociales que perduran lo hacen basados en el ciudadano medio, a quien se lo puede potencialmente entrenar para ocupar cualquier puesto en forma adecuada. En efecto, este debería ser el rol del Estado.
El anuncio del Banco República (BROU) de una línea de crédito a 30 años para pequeños productores implica un cambio estructural en la dirección correcta. Esto permitirá hacer más posible lo que para muchos jóvenes resultaba imposible. Será necesario complementar este esfuerzo con el de otras dependencias del Estado para motivar a esos jóvenes a asumir el compromiso de embarcarse en una empresa de riesgo para ellos, pero que a la larga contribuirá a formarlos como personas, como ciudadanos y como empresarios. En el proceso formarán familia y fortalecerán la Nación.
Nuestra sociedad debe procurar todos los esfuerzos para ayudar a formar a esta juventud rural, ofreciéndoles todo lo que esté a su alcance. Lo absolutamente cierto es que nuestro futuro depende de ellos y, por tal motivo, La Mañana desea participar de este proceso no como simple testigo, sino como protagonista de los acontecimientos.
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