De los innúmeros biógrafos de Gabriele D’Annunzio, tal vez el más apropiado haya sido Tommaso Antongini. Este escritor, periodista, licenciado en derecho y editor actuó cuarenta años como secretario del poeta. Si alguien conocía las intimidades de la vida de D’Annunzio tenía que ser él. Así, entre 1938 y 1963, escribió La vida secreta de Gabriele D’Annunzio, D’Annunzio anecdótico, Los alegres filibusteros de D’Annunzio, Cuarenta años con D’Annunzio y Un D’Annunzio ignorado. Según el profesor Marcello Carlino que aparentemente los ha leído, son libros muy parecidos. Como apenas leí el primero, haré un acto de fe en el especialista italiano, interpretando que leer uno equivale a leer los cinco.
Lo interesante del caso de este primer texto de Antongini es que fue publicado a poco de la muerte de D’Annunzio en 1938. En ese momento el poeta ostentaba el título de príncipe de Monte Nevoso y era un personaje indiscutible en el ámbito de su país. Por otra parte, en su calidad de secretario personal, lo comprendían las generales de la ley. Las biografías hechas por autores que no conocieron al poeta, precisamente por eso, aducen pretensión de objetividad. Si de esto debemos deducir que es mejor no conocer a alguien para referirse a él, no lo sé. El hecho cierto y verificable es que Antongini estuvo ahí.
D’Annunzio no era precisamente un bell’uomo, pero su capacidad de seducción era innegable.
En La vida secreta… Antongini dedica unas páginas a algunos amores del poeta. Cree, aunque no simpatizaba con ella, que el amor de la vida de D’Annunzio fue Eleonora Duse (1858-1924). Es ella «la compañera de las bellas manos» la que, al llorar, «cuando la primera lágrima gotea de sus ojos y vacila en las largas pestañas […] no hace ningún gesto para secarla. Levanta la mano hacia la sien y con sus manos esparce sobre la sien, ligeramente el agua del corazón». Y, sin embargo, no puede permanecerle fiel. Su explicación es un tanto… dannunziana: «Yo soy infiel por amor y también por arte de amor cuando amo a muerte».
Al balcone non c’è più
Fechando 13 de agosto de 1922, escribe: «Ha llegado en mí la hora del silencio […] El balcón está abierto […] Erguido en pie, estudio la actitud favorable para salvarme las manos en la caída […]. Pienso en mi madre que no me recogerá en los brazos invisibles de su piedad para mantenerme en el suelo. Pienso en el gesto de la criatura lejana que esparce sobre su sien el agua del corazón. Arrojo estos papeles detrás del hombro como mi nada, a la noche».
Al día siguiente, la prensa mundial noticia el accidente: el poeta estaba tomando el fresco en un balcón de su chalé cuando sufrió un vahído y cayó de cabeza desde una altura de dos metros.
¿Accidente o intento de suicidio?
En 1935, Angelo Cocles publica Cien, cien, cien y cien páginas del libro secreto de Gabriele D’Annunzio predispuesto a morir. ¿Quién era este caballero? Un supuesto visitante aparecido el día de la caída, a quien D’Annunzio habría dado un manojo de manuscritos como recuerdo. En realidad, era un seudónimo del poeta y el relato una aparente explicación de lo sucedido ese día. Lo cierto es que el hecho ocurrió. D’Annunzio lo cuenta a su manera, pero como sea, antes de lanzarse al vacío piensa en su madre y en Eleonora Duse. Y aun tratándose de ficción, la privilegia entre sus múltiples amores.
Unos días después de ese 13 de agosto –del que el mes pasado se cumplieron cien años– un periodista español publica una nota titulada «El arte del reclamo» adjudicando a los italianos el primer lugar en esa especialidad. Según el cronista, con tal de que hablaran de él, D’Annunzio era capaz de tirarse desde un balcón.
La esposa
D’Annunzio se había casado en 1883 con María Hardouin (1864-1954), hija del duque de Gallese, con la que previamente se había fugado. Se conocieron en esos salones que reunían a la aristocracia romana y donde no podían faltar los escritores. Se enamoraron y comenzó a visitarla en su castillo mientras los padres de la joven dormían. Cuando María quedó embarazada, en vista de que no contarían con la aprobación paterna para casarse, decidieron huir juntos. Noticias como: «las obras de D’Annunzio, Canto Nuovo, que ilustran dibujos de Michetti, y Terra vergine, cuya segunda edición en cromo-tipografía es una joya que debe adornar la mesa de toda dama elegante y de todo bibliófilo distinguido», no impresionaban a la familia de la dama. ¿Qué hubieran dicho de haber sabido que la boda con D’Annunzio convertiría a doña María en princesa? Del matrimonio nacieron tres varones. En 1890 ya los cónyuges estaban separados, aunque mantuvieron buenas relaciones hasta la muerte del poeta.
En julio de 1893, D’Annunzio fue arrestado en la cárcel correccional por el delito de adulterio con la condesa María Gravina Anguissola, y condenado a cinco meses de cárcel que le fueron amnistiados. La condena en cambio suponía inelegibilidad política cuando fue nominado para diputado. De esos amores surgió la novela El Triunfo de la Muerte.
Eleonora Duse
Según Antongini, la relación con la Duse no fue fruto de un flechazo repentino. Un grupo de amigos consideró que era bueno que se conocieran. Los presentaron en el Grand-Hôtel de Roma en 1897. Lo que empezó siendo una asociación entre el gran poeta y la gran actriz terminó en un apasionado romance. El público siguió con gran interés estos amores al punto en cuando llegaron a su fin, D’Annunzio cosechó millares de críticas. El fruto literario de esta relación fue El fuego. Una novela en que todos vieron en la pareja central, el poeta Stelio Effrena y una actriz no muy joven, la Foscarina a quien él apoda Perdita, la réplica de D’Annunzio y Duse. El tercer personaje en discordia es Donatella, una joven cantante de quien la Foscarina era celosa. D’Annunzio era cinco años menor que Duse.
Niké
El 14 de septiembre de 1903, en Florencia, D’Annunzio es testigo de la boda de Carlo, el hermano de la duquesa Alessandra Carlotti Di Rudinì (1876-1931). La dama, joven y viuda, no quería ir a la boda de su hermano por no encontrarse con d’Annunzio a quien consideraba un hombre tortuoso y vicioso, un pecador impenitente, un corruptor, un ser despreciable por excelencia. Sin embargo, fue y sucumbió a los encantos del poeta. En marzo de 1904 ya vivía con D’ Annunzio en la Villa La Capponcina. Siguiendo su protocolo, el vate la rebautizó como Niké: la Victoria. Vivieron cuatro años de un amor loco dilapidando una fortuna. El poeta se endeudó con amigos y usureros. En 1905 Niké fue operada varias veces de un tumor en los ovarios. D’Annunzio la cuidó cuanto pudo. Dice Antongini que fue tal la pasión de D’Annunzio por esta dama que no pudo transformarla en una novela.
La duquesa dará un giro copernicano: pedirá públicamente perdón por su vida pasada. fundará tres monasterios y se consagrará a la vida religiosa.
Mientras tanto, D’Annunzo había conocido en Florencia a la condesa Giuseppina Mancini (1871-1961). En 1907 vivía con ella y de esa relación nació su hija Renata… y una novela: Quizás sí, quizás no.
D’Annunzio hizo traducir la novela al francés por Donatella Cross, como así llamó a la cantante y traductora rusa Nathalie de Goloubeff (1879-1941) quien ya ocupaba el puesto de Giusina. El seudónimo estaba tomado de aquella Donatella de quien Perdita estaba celosa… El idilio comenzó en 1908 y, por cierto, no fue el último, D’Annunzio murió treinta años después.
Hay libros enteros sobre los amores del poeta. No en vano uno de sus lemas era: «Para no dormir».
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