«Toda la realidad es capaz de verterse en poesía. La poesía no tiene como fin la belleza […] sino la emoción», decía el poeta, escritor, filólogo y director de la RAE, Dámaso Alonso (1898-1990). Y esa es la clave del aporte que Machado hizo a la poesía. El apellido Machado, a secas, trae a la mente de la generalidad de las personas el nombre de Antonio. Sin embargo, don Dámaso se refería a Manuel.
No son pocos los que opinan que el arte de don Manuel no era inferior al de su renombrado hermano. Pero cuando Joan Manuel Serrat elige a uno para cantar opta por Antonio. Es Antonio el que acapara la mayoría de las menciones periodísticas y el interés de los críticos. Es a Antonio al que María Casares (1922-1996) la amante de Camus, recita con voz doliente. Resuena en mis oídos la voz de la gran actriz desde el disco de vinilo en el tocadiscos de mi padre cuando esto escribo.
¿Manuel sería entonces un «poeta menor»? El sentido común contestaría: «léelo». Si como dice Alonso el fin es la emoción, es la forma de saber si lo logra. Ese es el fin de esta nota. Diríamos, un propósito… perdiguero. Hay etapas en que la prensa madrileña se ocupa frecuentemente de ambos hermanos. Eso es hasta 1936. Hay otro tramo hasta 1939 en que, particularmente el periódico La Libertad, del cual don Manuel supo formar parte del cuerpo de redactores, lo trata muy mal. Es natural, estaban en guerra.
Guardián de mi hermano
Así cuentan la historia de aquel viaje. El matrimonio de don Manuel con doña Eulalia Cáceres solía visitar anualmente a la hermana de esta señora, monja, que estaba radicada en Burgos. En la visita de 1936 las fuerzas de Franco tomaron Burgos. Dicen que don Manuel estuvo unos días detenido y que su esposa intercedió por su libertad. Lo cierto es que el poeta se embanderó con el Alzamiento.
«¿Dónde se encuentra su hermano Manuel?» pregunta el periodista del periódico Ahora a Antonio Machado, en diciembre de 1936. «En Burgos. Marchó allí unos días antes del levantamiento para resolver algunos asuntos familiares y allí le sorprendió la revolución. No tengo la menor noticia de él», responde el poeta. No volvieron a verse. Antonio murió en febrero de 1939.
El mes anterior Manuel Machado había escrito su «Oración a José Antonio» que termina: De tu perfecta gloria / hoy nos enturbia la lección el llanto; / mas ya el sagrado nimbo te acompaña / y en la pomada de su nueva historia / la Patria inscribe ya tu nombre santo… / ¡José Antonio!¡Presente! ¡Arriba España!
Desde entonces en su obra encontramos creaciones como esta que titula «Nuestra Sra. del Pilar»: Capitana, otra vez, Madre divina / Capitana otra vez en la campaña / En la lucha por Dios y por España / Puerta del cielo. Estrella matutina. (Revista Occident 19/06/1938, p.8).
Tiene su lógica que, desde Madrid, donde solo existía a esa altura la prensa favorable al gobierno, la reacción hacia el poeta fuera, en el mejor de los casos, el silencio. La Libertad del 4 de abril del 36 denuncia que Manuel Machado está ofendiendo a la España republicana desde ABC de Sevilla. La misma página destaca bajo el título «Los niños españoles llegan a Rusia» que «cincuenta y tres niños y diecinueve niñas […] fueron acogidos con gran alegría por parte de los pioneros soviéticos».
Es claro que la producción de don Manuel no se reducía a esos textos propagandísticos. Ni tampoco había sido precisamente un beato. Así como imploraba a la Virgen, había escrito: No es cinismo/ Es la verdad. / Yo quiero a una mujer / mala, fuera de la Sociedad. / Una declassé, lo sé; / pero… ¿la conoce usted? / ¡No! Pues… bueno: / sea usted bueno y cállese / que es el saber más profundo, / y nadie diga en el mundo / de esta agua no beberé. / Es hermosa. / Sabe ser, / a ratos voluptuosa / y querer / o no querer. / De la prosa, sabe hacer / otra cosa. / Y es mujer muy hermosa, / muy hermosa y muy mujer. / Lo tiene todo bonito / mi Phriné… / Desde el cabello hasta el pie / chiquito. / Ahí tiene usted / disculpado / mi delito. / «No es delito». / «Ya lo sé».
Otro ejemplo es su «Chouette»: En cualquier parte hay un espejo, / un poco de agua clara y un peine. Y si la nena / es bonita, ¡ya está! La noche pasa, / y el nuevo día llega. / Y no se te conoce / la batalla de amor ni a ti ni a ella. / Y luego, son dos vidas / separadas, ajenas, / dos mundos. Tú, al trabajo / cotidiano, a la eterna / lucha, pequeña o grande, cosas de hombre / archisabidas… Ella, / a dormir y a esperar la noche. Y viene / la noche, y la despierta.
Hábil declarante
Las mujeres parecen haber sido un asunto de gran interés para el poeta. Por supuesto que era complicado abordar esta temática después de su casamiento.
En el mes de mayo de año 1944 –con mucha agua pasada bajo los puentes– el periodista Juan de Diego entrevista a doña Eulalia Cáceres de Machado, para la madrileña Revista para la mujer.
Le pregunta cuándo se conocieron: «¡Huy! Si casi nos hemos criado juntos, porque estamos emparentados; somos primos… ¿Cuándo nos pusimos en relaciones?… Pues verán ustedes. Fue hacia el año 97, al volver Manolo a Sevilla para estudiar Filosofía y Letras. Él tenía dieciocho años; y catorce. ¿Fueron novios durante mucho tiempo? Diez años. Le habrá dedicado a usted muchas poesías… ¡Ni una! No lo querrá usted creer; pero le aseguro que ni una». Machado, que no se perdía palabra de la conversación interviene: «Ni a ti ni a ninguna otra mujer. Jamás he dedicado una poesía a una mujer; pero que te conste que he escrito muchas pensando en ti, y eso, después de casados, tiene un mérito enorme». Seguramente don Manuel en el estrés de la entrevista olvidó aquel poema a la bella Raquel Meller que dice: Yo sólo quiero añadir / que si cuando canta encanta, / no se sabe cuando canta, / si es más de ver que de oír.
El olvido
El entusiasmo de don Manuel por la causa se había ido enfriando según pasaron los años y había comenzado a criticar al gobierno. A su muerte en 1947 a pesar de las cincuenta misas que le dedica la RAE, el nombre del poeta empieza a caer en el olvido. José Manuel Aragón Guerrero lo explica: «Manuel, modernista primero y franquista después; Antonio, regeneracionista, republicano, exiliado y finalmente víctima de la guerra, acaparaba las simpatías». Es que, según este profesor español, merced a «la influencia de la teoría literaria marxista, se llegó a creer que la calidad de un poema dependía, primordial o incluso únicamente, de su contenido (y, a veces, hasta de la conducta de su autor)». Inscripto en el índex marxista, su revalorización es relativamente reciente.
En lo personal, lo que me causa esa emoción de que habla Dámaso Alonso, es aquel poema que dice:
El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.
Cerrado está el mesón a piedra y lodo.
Nadie responde… Al pomo de la espada
y al cuento de las picas el postigo
va a ceder. ¡Quema el sol, el aire abrasa!…
¿Será tal vez porque aquel salón del Liceo Suárez colmado de adolescentes y cerrado «a piedra y lodo» creaba el clima ideal para sentir el poema?
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