Desde años atrás los organismos financieros mundiales y regionales vienen perdiendo imagen de seriedad profesional debido en gran parte a su politización externa. La influencia de accionistas en sus decisiones de crédito y nombramientos de personal superior ha hecho de la meritocracia una cosa del pasado. Asimismo, internamente las recomendaciones de autoridades de gobierno de los países miembros y las conexiones por afinidad política con las “mafias ideológicas” ya establecidas han socavado la integridad de sus procesos de reclutamiento y el altruismo que caracterizaba su personal.
Elección y eyección
Dos nuevos episodios vienen a agregarse a la ya larga cadena de escándalos que han afectado a las máximas esferas ejecutivas de los principales organismos financieros internacionales con sede en la ciudad de Washington, D.C. En la mayoría de los casos, los afectados han sido el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, pero en esta ocasión también el Banco Interamericano para el Desarrollo (BID) ha sido escenario de graves faltas éticas.
En el día de ayer los gobernadores del BID, en su mayoría los ministros de Economía de los países miembros, atendiendo una recomendación unánime de su directorio ejecutivo, cesaron en su cargo al actual presidente de la institución. Se trata del Sr. Mauricio Claver-Carone, de origen cubano y nacionalidad estadounidense, quien había ejercido anteriormente cargos sensibles durante la administración del presidente Trump.
El motivo de su despido fue el hallazgo de conducta inapropiada, resultante de una investigación externa contratada por el directorio ejecutivo a raíz de una denuncia anónima acerca de irregularidades en el ejercicio de su cargo. Estas incluían el nombramiento a jefatura de gabinete de una persona con quien mantenía una relación sentimental previa y beneficiándola con suculentos aumentos salariales.
Su nombramiento por un quinquenio a partir de octubre de 2020 ya había sido polémico por dos motivos. En primer lugar, violaba un acuerdo informal de larga data que la presidencia del organismo correspondería siempre a una persona de nacionalidad latinoamericana y elevado perfil internacional. Como ejemplos, el chileno Felipe Herrera, el mexicano Antonio Ortiz Mena y nuestro propio Enrique Iglesias. Circuló en esos días una carta firmada por varios expresidentes latinoamericanos (entre ellos, el Dr. Julio María Sanguinetti) señalando “su profunda preocupación y desacuerdo” con el quiebre de la tradición.
En segundo lugar, de prosperar, el nombramiento se produciría en vísperas de una elección nacional en EE.UU. cuyo resultado era altamente incierto. Lo lógico hubiera sido aguardar dicho resultado para que la administración (ya sea existente o entrante) pudiese nombrar un candidato de su confianza. No fue así, a pesar de la sugerencia de los miembros de la Unión Europea de postergar el tema por un semestre. El gobierno uruguayo votó a favor del candidato de EE.UU.
Entre líneas, la preocupación principal yacía en el temor que el accionista principal –EE.UU. con el 30%– pudiera intentar alinear la conducción crediticia del banco con su política externa en la región, más aún bajo una posible segunda administración Trump que no se destacaba precisamente por la sutileza de su diplomacia. Con la victoria de Biden en las urnas, dicho temor se disipó.
Un mal paso lo da cualquiera
El segundo caso involucra al actual presidente del Banco Mundial, David Malpass, estadounidense, también nombrado durante la administración Trump. Ocurrió luego de la sorpresiva renuncia en 2019 a su segundo período en el cargo por parte del coreano estadounidense Jim Yong Kim (nombrado en 2012 por Barack Obama).
A Malpass se le critica por el poco entusiasmo desplegado en el combate al cambio climático, a pesar del posicionamiento del Banco Mundial por sus predecesores como institución abanderada de dicha causa. El volumen de fondos movilizados por el banco bajo su mandato para financiar la transición hacia energías renovables en los países en desarrollo no ha alcanzado las expectativas ni del fuerte lobby a favor de la reducción de gases de invernadero, ni de otros organismos internacionales como la ONU. Asimismo, aparentemente la institución continúa apoyando financieramente la extracción de combustibles fósiles. Entre sus críticos, Malpass ha adquirido fama de “negador climático”.
La situación hizo eclosión la semana pasada cuando un periodista le preguntó si aceptaba el consenso científico que responsabilizaba a la quema de combustibles fósiles por el hombre por el recalentamiento avanzado y peligroso del planeta. Su respuesta –en cámaras y luego de evasivas– fue que no lo sabía y que él no era científico.
Tal fue la reacción adversa que, días después, desde la Casa Blanca la vocera presidencial indicó que “condenaban las palabras del presidente Malpass” y que esperaban que el Banco Mundial liderara globalmente la movilización climática con un aumento significativo del financiamiento para los países en desarrollo.
Sin embargo, si Biden quiere deshacerse de Malpass, deberá recurrir a la diplomacia internacional. Con “solo” el 16% de poder de voto en el Banco Mundial, EE.UU. necesitará el apoyo de los bloques europeo y anglosajón para lograr una mayoría. Seguramente el tema será abordado en reuniones bilaterales durante las reuniones anuales FMI/Banco Mundial que comienzan en Washington dentro de dos semanas, pero no está claro si hay ambiente para abrir un nuevo frente polémico en épocas de tanta incertidumbre y complejidad geopolítica.
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