En la introducción a su libro Historias de amor, concluye Bioy Casaresenque «debía escribir sobre lo que conocía un poco, que eran las mujeres»; tenía 43 años. Lope de Vega dedicó casi toda su vida a estudiar esa disciplina: Quiere, aborrece, trata bien, maltrata, / y es la mujer, al fin, como sangría / que a veces da salud y a veces mata.
Sin duda la vida de Lope fue más azarosa que la de Bioy. Hombre de armas, conoció la prisión, el destierro, unas cuantas damas, tuvo al menos diecisiete hijos, conoció la fama, enviudó dos veces y murió convertido en frey.
Hacia 1587, el apasionado romance de Lope con Elena Osorio estaba llegando a su fin. Molesto con la dama y familia había escrito y hecho circular unos libelos ofensivos. El padre de la joven lo denunció y el ya reconocido escritor terminó en prisión. La justicia lo encontró culpable y lo condenó a 10 años de destierro. Opina Zamora Vicente que la razón de la denuncia no estaba en el hecho en sí sino en la publicidad: «todo cuanto entre la pareja ocurría era de inmediato convertido en poema por Lope», o en prosa. Al caso, Elena será la Dorotea de la obra homónima y la Filis de sus poesías: Los diez años cumplirélos, / que bien los he menester / para saberme esconder / de tus engaños y celos.
Pero la escritura tenía un valor terapéutico para Lope. Escapa de su destierro para raptar a una mujer, con su aquiescencia, claro. Nada menos que a doña Isabel de Urbina Alderete y Cortinas, dama de noble linaje. Denunciado, el rapto se resuelve en un matrimonio celebrado por poder el 10 de mayo de 1588. Pocos días después, Lope se alista en la Grande y Felicísima Armada que intentaba derrocar a Isabel I del trono de la pérfida Albión. Como es sabido, la expedición fue un fracaso. En diciembre ya estaba de regreso y se establece con Isabel en Valencia donde se emplea como secretario del duque de Alba. Transcurren unos años de paz hasta que Isabel muere en el parto de su segunda hija.
Al mismo tiempo, el padre de Elena Osorio lo perdona y gestiona ante la justicia el levantamiento del destierro.
Antonia, Lucinda, Juana
Lope vuelve a Madrid, y a las andadas. Nuevamente los tribunales se ocupan de él, ahora lo procesan por amancebamiento con una viuda: Antonia Trillo de Armenta. Aquí el amancebamiento es sinónimo de concubinato porque ambos eran viudos.
Lope rompe esa relación y comienza otra con Micaela de Luján, la que inmortalizará en sus textos como Camila Lucinda o simplemente Lucinda.
Cuando digo a Lucinda que me mata / y que me hiela y juntamente enciende, / libre responde que mi mal no entiende, / como quien ya de no pagarme trata.
Ya no quiero más bien que sólo amaros / ni más vida, Lucinda, que ofreceros / la que me dais, cuando merezco veros, / ni ver más luz que vuestros ojos claros.
Lucinda, yo me siento arder, y sigo / el sol que de este incendio causa el daño; / que porque no me encuentre el desengaño, / tengo el engaño por eterno amigo.
Y así era: mientras declaraba su amor a la actriz de hermosos ojos, preparaba su segundo matrimonio. Se trataba de la hija de un rico carnicero, Juana de Guardo, con quien se casa en 1598. Se supone que Lope tenía sus expectativas en la jugosa dote que le correspondería por el matrimonio. Pero el carnicero, que no había hecho su fortuna por tonto, nunca le dio el dinero.
Dicen que la bella Lucinda no sabía firmar, pero eso a Lope no parecía importarle porque de esa relación nacieron cinco hijos. La dama en cuestión estaba casada con un caballero, de quien hubo dos hijas, y que residía en Perú donde murió en 1603.
Lope debía repartirse entre sus dos hogares y para subvenir a sus necesidades, visto que su prevenido suegro no le auxiliaba ni con un maravedí, se empleó como secretario de distintos señores, como el marqués de Sarria.
En 1608 Lope fue nombrado Familiar del Santo Oficio de la Inquisición, un cargo menor desempeñado por laicos. Al mismo tiempo se separa de Lucinda y vuelve con su esposa con la que había tenido cuatro hijos: Jacinta (1599), Juana (1604 ca.), Carlos Félix (1605) y Feliciana, (1613). El año en que nace Feliciana trae para Lope una doble tragedia: la muerte de Carlos Félix y de la propia Juana en el parto. Queda devastado y a la vez que se trae a los dos hijos más pequeños de Lucinda, Marcela y Lope Félix, decide dedicarse a la vida religiosa.
Se ordena sacerdote el 24 de mayo de 1614. Parecía que su tumultuosa vida por fin había encontrado un remanso de paz.
Amarilis
Dice el escritor, lingüista, crítico literario, miembro de número y secretario perpetuo de la RAE Alonso Zamora Vicente (1916-2006) que Lope era un hombre a horcajadas entre el ascetismo medieval y el vitalismo renacentista. Explica así esa dualidad del genial escritor en permanente lucha entre la carne y el espíritu.
En los últimos meses de 1616 parte repentinamente hacia Valencia con la excusa de visitar a un hijo que allí vivía. Zamora supone que la verdadera razón era la de encontrarse con la actriz Lucía de Salcedo con la que venía manteniendo una relación non sancta.
Lo que no es una suposición es que a la fecha tenía un amorío con Marta de Nevares Santoyo, una mujer de 26 años que fue su último amor, y el de su vida.
Le escribe a su protector y mecenas el duque de Sessa relatándole el problema en que se encuentra: «Dios sabe con qué sentimiento mío, porque no sé cómo ha de ser ni durar esto, ni vivir sin gozarlo, porque pensando en que ya lo dexo, me muero de celos de sucessor, que en este lugar es el amor como juego de esgrima, que a donde uno asienta la espada, hay mil que van a tomarla juntos». El doce de agosto de 1617 le informa que Marta, a quien menciona como Amarilis, ha dado a luz una niña. «Señor, no hay que tratar de papeles, porque Amarilis acaba de parir, después de tres días, como aogado; no la he visto desde ayer por no dar que sospechar y porque en las cosas tan sangrientas de las mujeres no están bien los ombres».
A todo esto, el marido de Marta se resiste a creer que el hijo de su esposa es de él y se desata un lío de proporciones. Pese a ello en la partida de bautismo se hace constar que la niña es hija «de Roque Hernández de Ayala, hombre de negocios, y de D.ª Marta de Nevares Santoyo, su legítima mujer». Como en las novelas, la muerte de Hernández soluciona el problema.
Por su Corona trágica, dedicada a él, el Papa Urbano VIII concede a Lope el título de Doctor en Teología y la Cruz de San Juan, en 1627. Esto le permitió a Lope anteponer a su nombre la calidad de «frey», como religioso de una orden militar.
Lope vivió con Amarilis hasta la muerta de ella en 1632. Es un hombre de 70 años que vierte en literatura su dolor: Resuelta en polvo ya, mas siempre hermosa / sin dejarme vivir, vive serena / aquella luz, que fue mi gloria y pena/ y me hace guerra cuando en paz reposa.
Tres años después, según Juan Pérez de Montalbán, «su alumno y servidor» y primer biógrafo, fallece Lope de Vega «los ojos en el cielo, la boca en un crucifijo y el alma en Dios», dejando una obra literaria extensísima y memorable.
Sus propios versos debieron servirle de epitafio:
¡Oh, qué firmes somos,
Dios mío, yo y vos,
vos en perdonarme,
y en dejaros yo!
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