Trasladar el encanto de la ruralidad a cuadros en óleo o acuarelas es una capacidad que no todos tienen la habilidad de desarrollar.
Carolina Pomi forma parte de la Sociedad de Ayuda Rural del Uruguay (SARU), una institución de carácter civil y privado dedicada a promover a personas jóvenes rurales de escasos recursos; además tiene una importante veta artística que comenzó a trabajar en Treinta y Tres y que ha desarrollado exitosamente con el campo como una de sus principales inspiraciones.
Aunque su primer vínculo con el medio rural se remonta a su padre que trabajaba en una empresa dedicada a la venta de maquinaria agrícola, a lo largo de su vida Carolina ha sabido modelar y estrechar la relación con el campo en función a la familia que formó con su esposo Ernesto y sus tres hijos varones hoy independizados.
Su despertar artístico se dio en Treinta y Tres cuando descubrió un taller dirigido “por una señora muy amena y abierta” que supo encausar sus destrezas con la pintura, dijo en referencia a Beba Machado. “Yo siempre me sentí muy torpe con mis habilidades y estaba precisando hacer algo para mí misma, algo para disfrutar y que me quitara el estrés de todos los días”, y la pintura fue sin duda la salida.
Cuando se trasladó a Montevideo, continuó asistiendo a distintos talleres en los que se fue perfeccionando. “Cuando uno tiene un hobby y lo practicas, en ese momento te vas del mundo y es muy gratificante”, comentó.
Si se recorre su obra, el campo parece ser el leitmotiv, o la mayor fuente de inspiración, aunque no la única, porque también pinta flores y puertos, en óleo y acuarela.
Sobre las temáticas, “empecé con de casas de campo, taperas, estancias. En el camino o la ruta voy sacando fotos”; también “me apasionan las flores, y siempre tuve la suerte de estar en casas lindas y con jardines”, agregó. Esto también la llevó a participar del Garden Club y entablar vínculos sociales en el medio rural a pesar de las distancias, con otras mujeres con la misma pasión por la jardinería.
Una obra que vale oro
Hace 8 años ingresó a SARU invitada por su presidenta, Beatriz Methol. “Es una obra fantástica que vale oro”, definió.
“SARU tiene más de 65 años, es una institución sin fines de lucro cuyo centro es el niño y la juventud del medio rural; es un proyecto sin partido ni religión, no se excluye a nadie cualquiera sea su formación y creencia porque se atiende a la humanidad del niño y del joven por arriba de todo”.
Es una organización social que transmite “valores de vida” con un mensaje de superación en medio de las dificultades y las carencias, para que los jóvenes puedan vivir y progresar, a pesar de que no siempre llegan los servicios”.
El grupo de SARU “es muy heterogéneo, pero tenemos una finalidad común y eso logra el éxito”, por lo tanto “es muy gratificante saber que trabajas y llegás a lograr algo, eso es positivo, porque no esta bueno trabajar y hacer cosas que terminan chocando contra una pared. Acá se llega, el éxito es palpable, aunque también hay fracasos”.
Un vínculo positivo
Al sintetizar su vínculo con el medio Rural, Carolina dijo que “la evaluación es positiva. Son opciones que uno hace, optar por algo y dejar otras cosas, pero desde el punto de vista familiar ha funcionado muy bien y es muy enriquecedor”.
Asimismo, “reconozco que no todas las chicas jóvenes se van al campo, pero creo que vale la pena”, aunque “no es lo mismo para las jóvenes que tienen una carrera” para desarrollar en la ciudad.
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