Es probable que las actuales turbulencias de la economía global estén presagiando un cambio significativo en el enfoque de las prioridades económicas, incluyendo un rol fortalecido del Estado frente a los resultados de una extendida fase de predominancia de los mercados desregulados.
Suele hablarse de las neblinas de la historia que con el pasaje del tiempo oscurecen lo verdaderamente acontecido, reemplazándolo por versiones estilizadas e interesadas que puedan rendir dividendo al tiempo presente. En materia de economía a veces ocurre lo contrario: absortos por la velocidad de los acontecimientos (según Lenin hay décadas que transcurren en semanas), nos cuesta adquirir la perspectiva necesaria para diferenciar entre tendencias de continuidad o de ruptura.
Viene al caso esta reflexión por los eventos económicos mundiales de los últimos meses, que pueden estar marcando el ingreso a la antesala de un paradigma de organización económica distinto al que ha imperado en décadas recientes, con un renovado énfasis en el papel del Estado como organismo rector.
Experiencias pasadas
Convengamos primero que de hecho existen períodos netamente diferenciados en cuanto a las ideas rectoras y los comportamientos típicos de los agentes económicos, gobiernos incluidos. Lógicamente coexisten en transición con prácticas de tiempos previos y por venir, pero digamos que los países de mayor peso se caracterizan por conductas y hasta formalizan conjuntos de reglas que distinguen claramente su interacción y sus actitudes frente a la economía con relación a otras épocas.
Un rápido vistazo hacia atrás nos permite enumerar
- El patrón oro recorre un siglo desde Waterloo hasta Sarajevo y marca la primera gran ola de globalización (en clave imperial, como se suele decir hoy). Dominaba el capitalismo primitivo bajo un Estado gendarme (laissez faire, laissez passer), pero atemperado progresivamente por el enfranquiciamiento del voto popular interno.
- Luego de Versalles sobrevienen las tres décadas del período entreguerras, un “sálvese quien pueda” en medio de la Gran Depresión, caracterizada por devaluaciones competitivas entre las grandes potencias buscando cerrar sus mercados y proteger fuentes de trabajo ante un desempleo del 25% y caídas del 40% en los salarios en medio de una espiral deflacionaria.
- Aleccionados por la devastación de la Segunda Guerra Mundial, los aliados victoriosos se empeñaron en construir un marco económico mundial en el cual la desgravación del comercio ofreciera posibilidades de crecimiento y reconstrucción a todos los países. Las instituciones creadas para regir las relaciones políticas y económicas internacionales permanecen hasta hoy (si bien algo desgastadas), pero la piedra fundamental del sistema –el régimen de paridades cambiarias fijas de Bretton Woods– sucumbió en 1973 ante las demandas de los mercados por menos controles oficiales (en especial la libre movilidad transfronteriza de capitales).
- El período siguiente se caracterizó por la gradual captura del Estado por los grupos corporativos de interés en general, pero con gran protagonismo de la industria financiera en particular. La consigna era desmantelar ladrillo por ladrillo la cuidosa estructura legislativa erigida por el New Deal de FDR para prevenir una repetición del crac del ’29, finalmente lograda con la derogación de la ley Glass-Steagall en 1999. Se le puede dar distintos nombres a este periodo: globalización, neoliberalismo, el gran apalancamiento financiero o la concentración sin precedentes de ingreso y riquezas. Pero estos serían términos descriptivos, no apelativos. Ha sido en realidad el período de los excesos, sin gobiernos capaces de poner freno a los insaciables apetitos del mercado.
La transición y el Estado
Han sido sus mismos excesos los que han provocado la caída de la época que finaliza. El cambio no llega por convicción o innovación, sino obligado por las circunstancias, con países tradicionalmente conservadores en su manejo de la economía exhibiendo cocientes deuda-producto que duplican el criterio de Maastricht para ingresar a la eurozona (ver cuadro). Simultáneamente la inflación llega a niveles de dos dígitos desconocidos desde los comienzos de los años 80, combatida por tasas de interés que –aun negativas en términos reales– comienzan a retornar a niveles considerados normales.
Es de suponer que el nuevo período que se asoma sea un regreso a la moderación, dirigida por un Estado que recupere su autoridad, iniciativa e independencia frente a los excesos y las presiones a las que estuvo sometido. De hecho, la necesidad de reducir la presión del enorme endeudamiento público de los países industrializados requerirá un esfuerzo fiscal titánico durante años de bajo crecimiento, si no ha de recurrirse al impuesto inflacionario.
En un país como EE.UU., por ejemplo, donde el cociente deuda/PBI llega a 130%, con una tasa de interés sobre bonos a 10 años del 4%, el servicio anual solamente de intereses representará más del 5% del producto. Este es un problema que los mercados no van a resolver, sino que le va a tocar al Gobierno. El Estado deberá buscar recursos de donde pueda dentro de la economía. El expeditivo camino de la emisión monetaria –abusado durante las etapas del QE (relajamiento cuantitativo) y la pandemia– arriesga perder su calidad de reserva internacional.
Tampoco debe descartarse la reaparición de la represión financiera, con controles más rígidos a los sistemas bancarios que limiten la creación de crédito e introduzcan controles a los movimientos de capitales. Ante la escasez de fondos prestables resultante (contrastado con la disponibilidad sin precedentes de crédito durante el pasado reciente), no ha de extrañar que el Estado oriente la canalización del crédito hacia sectores definidos que presenten potencial de crecimiento, empleo y exportación. La transición de la matriz energética es candidata “cantada”. Las llamadas “políticas industriales” volverán a estar en las agendas de gobierno, como Macrón ya ha adelantado al pueblo francés.
Por último, si bien es probable que los regímenes cambiarios continúen con el mecanismo de la flotación de las monedas extranjeras, es probable que las principales divisas lo hagan dentro de rangos difusos acordados o insinuados por los bancos centrales de los principales países participantes.
(*) Doctorado en Economía por la Universidad de Stanford. Ex Director Ejecutivo del Banco Mundial.
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