Una de las claves para comprender el periodo entre 1914 y 1945 es la continuidad del colonialismo. Ya sea de forma declarada o no, la expansión y el control de Estados extranjeros fue uno de los principales objetivos de guerra de Gran Bretaña, Francia y Alemania. Los triunfadores, Gran Bretaña y Francia, se quedaron con todo. La única parte importante del mundo que no estaba colonizada hasta este momento era la del mundo islámico que formaba el Imperio otomano. Llegado el año 1900, los otomanos lograban subsistir con el apoyo territorial brindado por las potencias europeas, cuyo interés residía en impedir que el Imperio ruso se expandiera hacia el Mediterráneo. Hasta 1914, los otomanos dominaban los territorios del mundo árabe, así como partes del norte del Mediterráneo islámico y los pueblos de lo que se convertiría en Yugoslavia. Uno de los principales objetivos militares de Gran Bretaña y Francia había sido la colonización de los pueblos controlados por los otomanos.
En la década que empezó en 1870, John D. Rockefeller creó la Standard Oil Company. En 1882, los líderes navales con visión de futuro comprendieron que el petróleo sería el futuro del transporte marítimo. Para 1905 el gobierno británico ya estaba convencido. Para ello resultaba necesario hacerse de los suministros, pero las principales reservas conocidas en ese momento estaban en Odesa y en el Golfo Pérsico, fuera de las colonias dominadas por los británicos. Esto empezó a cambiar ya en 1901, cuando los británicos obtuvieron del gobierno persa una concesión para toda la región durante 50 años; en 1905 se fundaría como resultado la Anglo Persian Oil Company (ndr: el presidente iraní Mosadegh intentó recuperar el control de su petróleo en 1951, episodio que condujo al golpe de Estado que tuvo lugar dos años después). Era solo cuestión de tiempo antes de que las principales potencias europeas decidieran hacer valer sus derechos de invadir y colonizar los territorios árabes en Medio Oriente.
Al mismo tiempo, la infraestructura ferroviaria que los alemanes estaban construyendo desde Constantinopla hasta Bagdad, con el apoyo de los otomanos, fue vista por los británicos como una grave amenaza para sus intereses en el subcontinente indio y el Canal de Suez. Todo indica que Alemania deseaba cooperar con Gran Bretaña y Francia, pero ante todo pretendía asegurar sus propias necesidades de petróleo y, según los moldes del viejo colonialismo competitivo europeo, negar a sus rivales el acceso a sus campos petrolíferos. ¿Eran estas cuestiones suficientes para que Gran Bretaña entrara en guerra con Alemania? Gran Bretaña se había convertido en la gran potencia de Europa y del resto del mundo desde 1815. Como sabemos hoy en día, el estatus de potencia mundial dominante crea un aura alrededor de los líderes de su invencibilidad y su cometido moral. Esto no era diferente en 1914 cuando Inglaterra se sintió amenazada por Alemania.
Una vez que se comprende esa estratégica región, queda clara la importancia del control colonial del Mediterráneo. El control de Constantinopla/Estambul ha sido históricamente de suma importancia para todos los actores, al menos durante los últimos 1000 años. Cuando Gran Bretaña ofreció a los rusos Estambul en 1914, a cambio de que se unieran en la guerra contra Alemania, la importancia de la oferta era evidente. El hecho es que seguramente los británicos nunca tuvieron la intención de permitir a los rusos el control de Estambul. La invasión en Gallipoli (Turquía) en febrero de 1914 por parte de Gran Bretaña y Francia con tropas variadas pero insuficientes de australianos y neozelandeses fue posiblemente una artimaña. La pérdida de hombres fue enorme, pero Kitchener, que en última instancia estaba a cargo de esta invasión, posiblemente nunca tuvo la intención de ganar y dejar a Rusia a cargo.
A pesar de las múltiples debilidades del Imperio otomano a principios del siglo XX, en 1914 toda Arabia, excepto Egipto, seguía bajo control otomano. Gran Bretaña y Francia decidieron a principios de 1915 cómo dividir y colonizar las tierras árabes para ellos. Dos hombres –uno británico, Sykes, y otro francés, Picot– llegaron a un pacto secreto en 1915 para repartirse las tierras ricas en petróleo entre ambos países. El Acuerdo de Sevres de 1920 pone de manifiesto las verdaderas intenciones francesas y británicas. El Tratado de Paz de Sevres, que el sultán otomano se vio obligado a suscribir en agosto de 1920, era análogo al de la ruptura y división de África en 1884. Gran Bretaña tomaría como mandato Irak y Palestina (se confirmaban las concesiones petroleras y comerciales británicas existentes). Francia se quedaría con Siria y el Líbano. Se delimitaron zonas de influencia para los franceses, los griegos y los italianos. El Kurdistán y Armenia quedaron sin decidir, al igual que el reino del Hiyaz (actualmente Arabia Saudita).
El tratado nunca se aplicó; lo mencionamos porque el acuerdo deja en evidencia los objetivos de los vencedores: la ruptura del Imperio otomano en pequeños Estados-nación propiedad de los varios aliados británicos y franceses. En 1920, no satisfecha con Sevres –quería controlar Constantinopla–, Grecia decidió invadir con apoyo británico lo que quedaba de Turquía, ya gobernada por Mustafa Kemal (Ataturk). Pero Kemal reunió un nuevo ejército turco y expulsó a los griegos hacia el Mediterráneo. Para los turcos la guerra no terminaría hasta octubre de 1922, en lo que se convertiría en su guerra de independencia.
Dr. Roger van Zwanenberg, en “El mundo en ebullición, de 1914 a 1945: Guerra, revolución, crisis y destrucción”. Publicado por “Wealth and Power”.
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