Nació en Argentina, pero siempre encontró un motivo para irse de ese país. Vivió en Brasil por 30 años y las vueltas de la vida la llevaron a asentarse en Uruguay. Se formó en Ciencias de la Educación y Turismo en la Universidad Complutense de Madrid y se dedicó a escribir y ejercer la docencia. En 2014 se casó con el reconocido antropólogo Daniel Vidart y estuvo a su lado durante sus últimos años de vida. Entrevistada por La Mañana, Castilla conversó sobre los momentos que la marcaron a nivel personal y profesional, y se refirió a sus experiencias con el también escritor uruguayo, además de la importancia de su obra para nuestro país.
Usted nació en Buenos Aires, en el barrio de Flores. ¿Cómo era la vida allá en ese momento?
Me acuerdo de una Argentina que prácticamente no existe más. Pasaron muchos años, está bien, pero no tanto para que eso sucediera. Era un país muy tranquilo, con mucha prosperidad, con muy buenas escuelas, con muy buenos servicios de salud. Me acuerdo de una vida casi idílica en cuanto a la situación socioeconómica. Me fui de Argentina varias veces, no viví el proceso, por ejemplo, de lo que ahora se ve en la película 1985. Yo no estaba en el país. Me quedó un recuerdo de una infancia y adolescencia muy estable, muy culta, muy tranquila.
¿A qué pensaba dedicarse entonces?
Mis padres tenían una farmacia y mi padre quería que yo fuese farmacéutica. Por intuición o fantasía infantil, pensaba que el mundo debía ser mucho más amplio que una farmacia, no quería encuadrarme. Me gustaba la farmacia, sobre todo el laboratorio, en un tiempo en el que aún se hacían las preparaciones: había polvos, aceites, cápsulas, pomadas, y eso me parecía fascinante. Pero no quería limitarme a esa partecita del universo, pensaba que habría más. Eso lo vi cuando estuve en España, con el destape y esa efervescencia. Volví a Argentina y ya era otro país.
¿Qué hizo en España?
Me habían dado una beca para estudiar allí y viví muchos acontecimientos muy prometedores de una sociedad mejor. Cuando se terminó (la beca) volví a Argentina y estalló una revolución militar, no la del proceso, sino una anterior, la que llevó adelante (Juan Carlos) Onganía. Con la misma ropa con la que andaba en Europa, en Buenos Aires me paraba la policía en la calle. Había cambiado, no era el país que había conocido. Luego tuve una propuesta para trabajar en Brasil y no lo pensé dos veces. Brasil me cautivó, eché raíces, tuve una hija. Viví allí por 30 años.
Eligió hacer la licenciatura en Educación. ¿Qué expectativas tenía?
La educación siempre me fascinó como actividad, me gustó ejercerla; es algo muy noble. Lo que hice fue una extensión universitaria, y precisaba cursar horas para cumplir con la beca porque me interesaba viajar y conocer otras culturas. Primero hice la licenciatura en Turismo y ahí completé las horas que tenía que cumplir por la beca.
¿Cómo se despierta en usted el interés por la escritura?
Se me despertó cuando era muy adolescente, no me acuerdo exactamente, pero creo que tendría 11 o 12 años cuando decidí escribir una novela. Empecé con un cuaderno a describir los personajes, con sus nombres, armando la personalidad, la vida de cada uno, para después armar la trama. Y mi padre me lo encontró y lo rompió, me pusieron en penitencia porque decían que tenía que estudiar y no hacer esas cosas. Ahí me quedaron las ganas de escribir. Con los años escribí varias cosas, a veces como profesora, o cuando trabajaba en turismo escribía cosas para regalarles a los turistas. Luego la vida me fue llevando a escribir algunos libros y disfrutarlo plenamente como actividad.
¿Cuál fue su primer libro y qué la motivó a escribirlo?
El primer libro lo publiqué en Brasil y el motivo fue por una tragedia que viví con mi hija, que fue algo que estuvo muy expuesto en los medios en ese momento, muy polémico. Mi hija cuando tenía 14 años se fue con una secta. Eso generó mucha polémica y muchas versiones periodísticas, y entonces me decidí a escribir un libro contando la verdad. El éxito del libro me atropelló, fue un best seller, me impresionó mucho eso. La escritura es una actitud solitaria, totalmente, y de repente me di cuenta de que miles de personas que no conocés se interesan sobre eso que salió del teclado. Me encontraba con gente que vivía a miles de kilómetros de distancia y me pedía para firmarle el libro.
Empujada por el éxito del libro, la editorial más grande de Brasil me propuso que escribiese otro. El primero tenía un motivo real y puntual, pero yo no tenía otro tema. Luego surgió la posibilidad de escribir sobre el cannabis. Lo tenía medio escrito en portugués, aunque las circunstancias de la vida cambiaron: se murió mi madre, mi padre quedó solo internado y volví a Buenos Aires a ocuparme de él. Pensé que volvía por unos meses, pero pasaron años. Traduje al español lo escrito y lo terminé en Buenos Aires.
¿Qué la trajo a vivir a Uruguay?
Como te decía, siempre me fui de Argentina. Cada vez que tuve que volver por alguna razón, me fui. Esa última vez que volví de Brasil, pensé que estaría unos meses y retornaría. No fue así. Entre la enfermedad de mi padre, su muerte, todo el tema sucesorio, fueron 12 años. Ya me había acostumbrado a Argentina, a que no es necesario hablar portugués, me iba muy bien. El libro fue un éxito total. Intenté volver a Brasil, pero habían pasado muchos años, ya mi lugar como que no estaba. El país había cambiado mucho también. No me sentí otra vez bien y tampoco quería quedarme en Argentina.
¿Por qué?
Porque hay un clima que se establece de violencia social que me hace mucho daño. Ahí están los resultados. Estaba en esa duda de qué hacer. Por esas casualidades me encontré con un amigo y fuimos a tomar un café. Me contó que estaba volviendo de Uruguay, que había comprado casa ahí y lo bien que se vivía. A mí siempre me cayó muy bien Uruguay. No sé si los uruguayos tienen noción de cómo los vemos los otros latinoamericanos. Son gente educada, tranquila, y es un país muy pionero en los derechos civiles, un faro para los latinoamericanos. Entonces decidí ir a pasar un mes y le alquilé la casa, para ver cómo era Uruguay y si era tal como me lo contaba. Me gustó, encontré esta casa donde vivo ahora y la compré.
¿Cómo conoció a Daniel Vidart?
Fue muy divertido. Yo estuve presa, algo que llamó mucho la atención: una señora que parecía una maestra jubilada tenía plantines (de marihuana) en su casa. Me entrevistaron muchos periodistas de televisión, radio, prensa escrita, hasta que dije “basta” porque había contado la historia mil veces. Pero me llamaron de la producción de Juan Sader, que tenía un programa de radio que en la cárcel era muy escuchado por las chicas, que era “Viva la tarde”. Al principio no quise, y luego pensé que era importante que ellos supiesen cómo las chicas recibían el programa en la cárcel. Se los dije, en una entrevista muy divertida. Al tiempo me escribió Juan y me dijo: “No sé si conocés a Daniel Vidart, que es una de nuestras mayores glorias, pero estuve con él y va a escribir un libro sobre la marihuana y se nos ocurrió que ustedes debían conocerse”. Él estaba de acuerdo. Y así fue.
¿Cómo fue el primer encuentro?
Yo había leído alguna cita, pero realmente no estaba al tanto de quién era. Fue muy amable por teléfono. Le llevé un libro mío y le dije que tenía una gran colección y material sobre la marihuana y los puse a su disposición. Supuse que iba a encontrar una persona muy distante, como muchos eruditos que mantienen distancia de los seres comunes. “Debe ser una persona arrogante”, pensé. Llegué en la mañana, demoró en aparecer, y me sorprendió enormemente su simpatía. Pero sonó el timbre, la empleada le dijo algo al oído y me dijo: “Va a tener que disculparme”. Había marcado una cita a esa misma hora con una persona con la que había tenido un problema muy serio y tenía que atenderla. Era un escritor con el que se había peleado públicamente y había ido a hacer las paces. La empleada me acompañó hasta la puerta y le pedí un correo electrónico de Daniel.
Al día siguiente me iba a Chile a hacer un trabajo por dos meses y cuando estaba en el aeropuerto esperando para subir al avión, le mandé un mail. Le dije que había quedado con gusto a poco, porque realmente fue lo que me pasó. Al toque me respondió y me pidió mil disculpas, y que estaba tratando de comunicarse con Juan para localizarme. Ahí empezó una correspondencia de dos meses por mail; no podía creer lo que leía. Quedé absolutamente deslumbrada con él. Al volver me propuso casamiento. Yo nunca tuve pareja. Mi soltería era aceptada y construida con conciencia. Pensé “a esta edad voy a hacer algo que nunca hice”. Y fue avasallador. La propuesta de Daniel, su personalidad, me encantó. Fue la mejor decisión de mi vida y los mejores años fueron los que compartí con él.
¿Cómo era él?
Tenía un gran encanto personal. Tremendo seductor. Y era una persona con valores espirituales, un ser muy fuera de lo común, creativo, divertidísimo, con un sentido del humor incomparable. ¡Qué te voy a hablar de su cultura, de lo que era conversar con él! Lo entendí como un regalo que me ofrecía la vida y así fue.
¿Cómo era la relación personal que tenían?
Muy amorosa. Y al mismo tiempo muy cómplice. Daniel tenía un lado muy divertido, muy histriónico, que tal vez no era muy público. Compartimos muchas cosas y, sobre todo, en lo que para mí fue un maestro, un ejemplo, fue en desprenderse de la vida: la conciencia de que se iba, la enfermedad, el final.
¿Cómo fueron sus últimos años?
Primero, nunca lo escuché quejarse. Era una persona muy metódica, se levantaba temprano, desayunaba, leía los diarios, era muy activo en las redes, leía muchísimo y trabajaba. Algo que me costaba era sacarlo a caminar, le había propuesto eso porque pasaba muchas horas sentado. Era muy sociable, muy ameno. A pesar de ser un erudito en muchos asuntos, nunca abandonó la curiosidad y se autodefinía como un curioso impertinente. Era un admirador de la naturaleza, de las flores, de los pájaros.
¿Cuál cree que fue el legado que dejó para el país?
Salir a caminar con Daniel, ir a un restaurante, entrar a un negocio, era encontrarse permanentemente con gente que decía haberlo tenido de profesor, y él se acordaba de todos. A mí lo que me impresiona mucho del legado de Daniel es por fuera de la obra en sí. Yo le muevo la página en Facebook y las personas se sienten en la obligación de contarme qué les dejó Daniel. Por ejemplo, un señor que no conozco me dijo que era profesor, ahora jubilado, y que eso se lo debía a Daniel, que había sido su profesor cuando tenía 12 años.
Un día íbamos en taxi para la casa donde vivía en Pocitos, y cuando entramos a la calle Zubillaga, muy cortita, le dice: “Aquella casa de dos plantas”, y el taxista le dice: “No precisa decirme, yo sé dónde es la casa; hace 30 años lo traje y me dijo algo que me cambió la vida para siempre”. Eso se lo decía muchísima gente. En verano muchos uruguayos que vivían fuera de Uruguay venían a visitarlo, exalumnos suyos de colegios, de liceos, de universidades. Dejó una marca indeleble en la gente que lo conoció.
Una vez fuimos a almorzar a un restaurante armenio y una muchacha que estaba en la barra me pregunta: “¿Ese señor es pariente del antropólogo Vidart?”. “No, es el propio”, le digo. Al ratito viene ella con el cocinero, que era una pareja de hijos de armenios que habían sido alumnos de Daniel en la universidad. Le contaron que gracias a sus enseñanzas se habían dedicado a rescatar la cultura armenia. No nos dejaron pagar. Esas cosas pasaban continuamente. Él sintió la marca que había dejado en las personas.
Y el legado en cuanto a su obra y biblioteca, tengo entendido que ha sido repartido en varias instituciones.
Sí, porque no hay ningún lugar en Uruguay donde quepan 21 mil libros, entonces, se repartieron. Se crearon algunas bibliotecas “Daniel Vidart” por ahí, eso me gustó mucho. En esas donaciones aparecieron muchas personas que lo habían conocido, siempre manifestando la importancia que Daniel había tenido en sus vidas. En el Facebook la gente tiene esa gratitud.
Un planteo bastante polémico de Vidart era que la influencia de los charrúas en la identidad nacional no era tan significativa como se suele creer.
Era un tema súper polémico, sí. Decía que aquí no hubo charrúas, sino guaraníes, por lo tanto, que si hay algún componente genético en estos uruguayos que se consideran descendientes, debe ser guaraní y no charrúa. Daniel se reía porque tenían apellidos italianos o vascos los “charruistas”, y tenía toda una línea de argumentación. Hubo discusiones y peleas muy bravas. Incluso, amenazaron públicamente con venir a lancearlo, o sea, con las lanzas. Daniel los había acusado de que no eran descendientes, y que las armas que decían saber usar nunca fueron usadas por los charrúas. El Ministerio del Interior le ofreció ponerle seguridad, pero la rechazó porque era más una bravata que otra cosa. La cuestión de la garra charrúa surgió por el fútbol, pero no tiene ninguna base antropológica. Tendría que haber sido, según Daniel, la garra guaraní.
Hace unos días subí unos textos de Daniel sobre el tema, él había hecho una lista de las palabras de origen quechua que todavía se siguen utilizando acá. La discusión es interesante, la gente se entusiasma y aporta. Hay mucha cosa que Daniel escribió. Una cosa que le comenté a Ana Ribeiro (subsecretaria de Educación), es que habría que recopilar lo que Daniel publicaba en Facebook, porque eso no está en los archivos de Word, lo escribía directo en su muro. Hay mucha cosa con la que yo misma me sorprendo cuando levanto lo que el Facebook me recuerda. Siempre me pasa que no tenía idea de que había escrito tal cosa y trato de recopilar todo. Lo de las palabras en quechua, por ejemplo, lo subió al Facebook directamente.
Las obras inéditas y la idea de universalizar a Vidart
Luego del fallecimiento de Daniel, Alicia se encontró con una obra “gigante”, que es la obra no publicada del antropólogo. Ella entendió que eso no podía quedar en un disco duro, por lo que está trabajando para rescatarlo. Actualmente está terminando de escribir un prefacio para el primer libro póstumo que va a publicar, que es sobre el islam. Para más adelante planea publicar otros tres.
Por otro lado, publicó 12 libros de Daniel en Amazon para que la gente los pueda leer de forma virtual y para que él pueda ser conocido fuera de Uruguay. “Mi idea es universalizarlo”, explicó la escritora.
Hoy ella está completamente dedicada a la obra que dejó Daniel, la que considera muy “atrapante”. Si bien tiene otros proyectos en carpeta, antes que nada, quiere culminar ese trabajo. También está tratando de gestionar que el Estado publique las obras completas, puesto que “hay muchas cosas desparramadas de temas de interés para Uruguay”, según dijo. “Quiero publicar estos libros y después veré cómo seguimos. Quiero que todo eso quede en el patrimonio de los uruguayos, que no se pierda”, agregó.
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