Evidentemente, a las ONG que inventaron al personaje de Greta Thunberg se les empiezan a agotar las fuentes de financiación. En efecto, las industrias del norte de Europa, que hasta hace poco fomentaban la adopción global de sus tecnologías de renovables, hoy están ocupados mandando a sus políticos –todos democráticos– a negociar contratos de energía con los mismos gobiernos en Medio Oriente que hasta hace poco acusaban de autocracias.
A la luz de esta nueva realidad, no debería sorprender a nadie que la activista sueca haya anunciado hace unos días que no concurrirá a la COP 27, conferencia que tendrá lugar en Egipto la semana próxima. Justo cuando había llegado a la mayoría de edad, lo que le hubiera permitido esgrimir sus propios argumentos; no aquellos libretados por sus agentes. “Las COP son utilizados fundamentalmente como una oportunidad para que los líderes y la gente en el poder atraigan la atención a sí mismos, utilizando las más diversas formas de maquillaje verde”, dijo Greta, anunciando que ahora concentrará sus energías en presionar al gobierno egipcio por sus políticas de derechos humanos. ¡Vamos ahora por Egipto!
Este es el problema de atar un país a las modas impuestas por multilaterales y ONG bien financiadas; basta que cambien los intereses de sus mandantes para que cambie el norte de la brújula. En nuestro caso, todavía no sabemos a ciencia cierta las implicancias de los onerosos compromisos que asumimos en la COP 26 que tuvo lugar en Glasgow el año pasado. Pero sí no somos lo suficientemente tontos como para no darnos cuenta de que Europa corre detrás de los combustibles fósiles como si no hubiera compromisos ambientales.
Lamentablemente, todavía hay muchos que creen que ante la supuesta inmadurez de nuestros sistemas políticos nacionales, debemos atarnos a compromisos externos difíciles de desarmar para cualquier gobierno democrático. Ya en 1975, en La crisis de la democracia, Michel Crozier, Samuel Huntington y Joji Watanuki proponían “resetear” lo que ellos consideraban el “exceso de democracia” provocado por los regímenes de pleno empleo de la posguerra, y que habían servido para crear vigorosas clases medias. Según explica el británico Thomas Fazi, este “manifiesto de élites” instaba como resultado a acotar el poder de negociación de los trabajadores y restringir los espacios para la democracia de masas. Luego de la crisis de 1992, Italia sería de los primeros en adoptar esta doctrina “proto-Davos”. Guido Carli, exministro del Tesoro, inmortalizó la expresión “vincolo esterno” para referirse a la política de amarrar el destino de la Nación italiana a los designios de la Unión Europea, la cual resultó en la subordinación de la democracia y la economía italianas a las decisiones del eje franco-alemán. Los resultados están a la vista, por más culpas que se le quieran endosar a Silvio Berlusconi, cuyo ingreso a la política se daría recién unos años después.
Es cierto también que, ante el creciente desprestigio de los organismos multilaterales, el cambio climático pareció ofrecer una preciosa oportunidad de movilizar a las élites gobernantes de todo el mundo detrás de una nueva doctrina unificadora. El problema es que justamente en el momento en que nosotros nos comprometemos cada vez más con esa agenda, los países desarrollados parecen bajarse de la misma. Claro que lo hacen de forma sigilosa, casi como para que no nos demos cuenta.
El sentido común nos indicaría que no deberíamos hacer punta en esta nueva agenda global, como tampoco debimos hacerlo con la OCDE. ¿Para qué sujetarnos voluntariamente a rankings y rigideces que nadie nos exige y que podrían complicar nuestra economía y nuestras propias finanzas?
Sin embargo, aparentemente no nos bastó con los compromisos de reducir las emisiones firmados en Glasgow. Ahora también estamos atando el delicado tema de la deuda externa a la novelería de los estándares ESG, mediante la emisión de un publicitado “bono verde”. Daría la impresión que el timing para ingresar en este mundo no es el más adecuado. Según un informe reciente de la consultora global KPMG, el 59% de los CEO de empresas de Estados Unidos “planea interrumpir o reconsiderar sus esfuerzos de ESG en los próximos seis meses” como forma de prepararse para la recesión anticipada. Para estas empresas, adoptar las normas ESG en medio de la situación actual no es aconsejable.
Esto debería ser obvio. Vincular las finanzas de una empresa o de un país a otros objetivos no financieros –y determinados políticamente– ya resulta una proposición dudosa. Así lo sostienen encumbrados expertos financieros como Aswath Damodaran y John Cochrane, por nombrar solo a algunos. Pero embarcarse en esta aventura en medio de un desafiante escenario de suba de tasas de interés y de volatilidad en los mercados financieros podría no ser el mejor curso de acción para un país como el nuestro, que ya de por sí enfrenta un complicado entorno regional.
Sin dudas que los múltiples agentes del “ecosistema ESG” recibieron con beneplácito la emisión de este bono verde. Pero también es cierto que su complejidad alargó el proceso de emisión, algo que nos jugó en contra. En concreto, para cuando llegó el momento de concretar la emisión, las tasas internacionales habían subido 1% respecto al nivel de dos meses atrás, convirtiendo el eventual ahorro de cumplir con las “metas verdes” en mero redondeo. Efectivamente, según informó El País la semana pasada, para el director de la Unidad de Gestión de Deuda esta emisión llevó “mucho más tiempo” de estructurar y colocar ya que, no acostumbrados a este tipo de emisión, los inversores evidenciaron “mucha reticencia”. Esto explicaría la “gran dificultad” que encontró el MEF al momento de lanzar el bono. ¿Cuál es la sorpresa? Cualquier estudiante de economía sabe que restringir la demanda resulta en un equilibrio de precios más bajos y menores cantidades, lo que en este caso concreto implica tasas de interés más altas, no más bajas.
Como ya probablemente descubrió Greta Thunberg, al final de esta carrera no hay premio. Los países desarrollados, los que marcan la agenda, se mueven por sus propios intereses. Y cuando estos últimos cambian, no dudan en alterar sus conductas y doctrinas. Mientras Europa procura gas natural por todo el planeta, nosotros seguimos con la proa orientada hacia Glasgow. Con garantía Davos.
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