El triunfo de Ignacio Lula Da Silva en las elecciones de Brasil tiene varias lecturas que van desde hechos netamente locales.
Lula termina regresando al gobierno de Brasil, aunque lo hace en un contexto en el que no tendrá mayoría en las Cámaras de Diputados y Senadores, ganando por mucho menos margen del que le anunciaban las encuestas. La mayoría de los gobiernos regionales quedaron en manos de candidatos que apoyaban a Bolsonaro, que gobernarán 13 de los 27 estados de Brasil, entre ellos San Pablo, el más poblado, industrializado y rico del país, mientras que los apoyados por Lula da Silva regirán solo 10 regiones de las más marginales.
Tal vez por eso su cara exhibía una alegría forzadamente exuberante tras conocerse los resultados, a la vez de entender que estaba en un país partido en dos. Con el 100% de los votos escrutados, Lula obtuvo 60.331.211 votos, significando un porcentaje del 50,90% y Bolsonaro 58.198.346, con un porcentaje del 49,10%. La diferencia: 2.132.865 votos, un 1,7% sobre el total de los votos válidos. Si se compara con la primera vuelta, Lula Da Silva sumó tres millones de votos y Bolsonaro siete millones. Otro fracaso de los sondeos de opinión.
Nuevamente, la mayoría de las encuestas fallaron. La única que se acercó a la realidad fue Paraná Pesquisas que el resultado se ajustó a sus predicciones. Otras – las más renombrdas- oscilaban entre 54% y 52% para el líder del PT y 46% a 48% para el actual presidente brasileño.
El pragmatismo de raíz lusitana se impone
Sin duda las elecciones del pasado domingo en Brasil marcaron un hito de especial relevancia en la región, pero mucho más importante son las luces y sombras que se proyectan en el horizonte de este convulsionado mundo que nos toca hoy vivir.
Nadie puede negar la importancia de la principal nación de América Latina, que no sólo revista como una de las principales productoras y exportadora de alimentos (soja, naranja, carne bovina, de pollo, de cerdo, etc) sino que a partir de Getulio Vargas no ha cesado de avanzar en el camino de la industrialización y en agregar valor a sus exportaciones.
Las palabras de experimentado lider del PT, al constatar su triunfo electoral, seguramente no dejaron satisfechos a los corifeos locales de los grandes centros del poder mundial.
Si bien la mano venía muy tensa con el país dividido en dos mitades, Lula supo no perder el rumbo.
“No nos interesan los acuerdos comerciales que condenen a nuestro país al eterno papel de exportador de materias primas” expresó.
El tema de la Amazonia lo manejó con suma cautela, y no convocó a la creación de una república de Jibaros. Consiente de su pertenencia a uno de los países de mayor base agrícola, mantuvo distancia de las utopías maltucianas en boga, como de prescindir de los agroquímicos en el manejo de la agricultura.
En su acalorado discurso, nunca salió de vaguedades, al mejor estilo brasileño (a gente falando se entende). Si bien recordó sus viejos amores por Unasur y Mercosur, se cuidó bien de no aludir a su compromiso con el BRICS ni su posición de neutralidad en la guerra de Ucrania.
Triunfo en el noreste
Claramente, es en el noreste –una de las zonas más empobrecidas de Brasil– donde Lula da Silva termina ganando la elección. De las cinco regiones del país, esa fue suficiente para descontar los 2.1 millones de votos que necesitaba para derrotar a su rival. Solo en Piauí, Lula le sacó de ventaja a Bolsonaro.
Fue justamente en el nordeste que el líder petista logró llevarse una ventaja de 12 millones de votos. En el estado de Piauí obtuvo el 77% de los sufragios, 72% en Bahía, 70% en Ceará, 67% en Pernambuco y cifras similares en todos los estados nordestinos, obteniendo en esa gigantesca región un promedio de más del 65% de los sufragios. Un caso anecdótico: en Caetés el pueblo natal de Lula ubicado en Pernambuco, el ex presidente obtuvo el 91% de los 13 mil votos emitidos. Estos resultados dejaron en evidencia que las políticas ortodoxas de Paulo Guedes en su afán de aplicar un liberalismo químicamente puro, llevó a descuidar a algunos de los sectores más frágiles de ese enorme país, que está conformado por regiones sumamente dispares.
A esos territorios, el presidente Ernesto Geissel, los tuvo muy claro cuando puso en marcha la extracción de etanol a partir de la caña de azúcar con fines energéticos, logrando una de las mayores eficiencias a nivel mundial en producción de biocombustibles. Y lo hizo no solo pensando en la generación de energías sostenibles sino fundamentalmente con un sentido social, de incrementar fuentes de trabajo en una de las zonas más carenciadas de Brasil. Esa fue la región que le dio el triunfo electoral al veterano líder del PT.
Se aplicó un viejo principio electoral en Brasil: quien gana en el nordeste, gana la elección nacional. Lula perdió en todo el resto de Brasil por 10 millones de votos, pero la ventaja la obtuvo en una vasta región – de la cual es originario- que además reclamaba mayor atención del gobierno central.
En Minas, otro Estado clave, hubo un empate. Lula apenas ganó por 0,4%. En la zona del sudeste (con Sao Pablo a la cabeza), Bolsonaro logró 4,2 millones de votos, casi lo mismo que en Porto Alegre.
Los analistas consideran que Bolsonaro subestimó en parte lo que podía pasar en el nordeste, en especial en algunos estados, y se confiaba en que a Lula no le iría tan bien. Pero, por ejemplo, en Bahía creció el electorado del líder del PT con respecto a la primera vuelta, al igual que en otros estados de esa región. Una explicación lógica es que se sumaron votantes (como se verá más adelante), ya que en Brasil la votación no es obligatoria y la abstención ronda un 20%.
A esto se suma que los asesores de Bolsonaro pensaron que las diferencias que se obtendrían en Río de Janeiro y Sao Pablo podrían compensar y estimaban que eso sucedería en el nordeste, lo cual no fue así. Acá entraron a jugar los seguidores de dos candidatos que quedaron fuera en la primera vuelta: Simone Tebet y Ciro Gómez. Entre ambos sumaron 8,5 millones de votos y ambos apoyaron a Lula. Es claro que esos votos no fueron a Lula Da Silva y la gran mayoría terminaron apoyando a Bolsonaro, lo que también debe haber afectado al ya dos veces presidente.
Pero se sumó otro factor: la cantidad de votantes. En la primera vuelta totalizaron 116.8 millones de votos válidos, en la segunda fueron 118.5 millones. O sea, 2,3 millones de votos de diferencia, la diferencia que le permitió el triunfo a Lula Da Silva. Esto da pie a varias conclusiones. La primera es que los votos de Tebet y Gómez fueron en minoría para Lula y que se incorporaron 2.3 millones de personas que no habían ido a votar en la primera vuelta.
Más allá del escaso margen de ventaja que obtuvo Lula en el resultado del balotage, no se le puede dejar de valorar sus dotes de habilidoso político que supo cautivar la opinión pública, tocando todos los matices del espectro ideológico.
Su ex ministro y canciller, Celso Amorim, apuntando al meollo de la política internacional del veterano dirigente, en su tercera presidencia, en entrevista con la agencia Télam afirmó: “El ingreso de Argentina a los BRICS ayudará a dar más peso a América Latina por tratarse de las importantes que interesan al mundo”
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