Muchas cosas pueden cambiar, pero es probable que estemos asistiendo al inicio de una nueva y prolongada Guerra Fría, luego de la hegemonía de Estados Unidos durante las últimas tres décadas. Los esfuerzos de Mijaíl Gorbachov por crear las condiciones para una paz y cooperación internacional más amplias se basaron en un cierto acuerdo de confianza implícito. Pero tras el colapso de la Unión Soviética durante los años 90, éste fue traicionado con el ascenso del unipolarismo estadounidense y el expansionismo de la OTAN, a pesar de la desaparición de la amenaza soviética, su razón de ser original. Se sigue menoscabando el multilateralismo y sus diversas instituciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial –principalmente asociadas a la ONU–, excepto cuando sirven a los intereses de Estados Unidos y la OTAN. Mientras tanto, las sanciones contra Rusia y sus aliados perturban aún más el comercio y la cooperación internacional.
La liberalización del comercio internacional llegó a su fin en gran medida a finales del siglo XX, cuando los salarios reales en los países desarrollados comenzaron a disminuir. Sin embargo, la globalización financiera ha continuado con consecuencias variadas. Muchos países asiáticos en vías de desarrollo han logrado crecer mientras las desigualdades aumentaron en el sur global. Tras la crisis financiera de 2008-2009, se abandonaron rápidamente los esfuerzos iniciales en favor de estímulos fiscales, en favor de políticas monetarias no convencionales, especialmente la “flexibilización cuantitativa”, una opción principalmente disponible para EE.UU., que con su “privilegio exorbitante” puede financiarse por tiempo indefinido vendiendo bonos del tesoro al resto del mundo. Otras economías ricas tienen menos espacio político, dejando a los países en desarrollo con aún menor espacio. Mucho depende, por supuesto, de la propia capacidad de los países en desarrollo para gestionar su cuenta de capital y su propia deuda soberana.
Hemos visto cómo, tras la imposición de sanciones por parte de la OTAN, los precios del petróleo y el gas han subido bruscamente en todo el mundo, perjudicando principalmente a las economías europeas, sobre todo a las que importan petróleo y gas de Rusia. Pero Rusia ha conseguido eludir esta situación ofreciendo grandes descuentos a sus compradores, aumentando su dependencia de los mercados de China y otros países amigos. Así, la alianza de China con Rusia se ha reforzado enormemente. Pero lo más peligroso es que hemos asistido al abandono y al aplazamiento de las transiciones prometidas desde hace tiempo hacia energías más limpias, especialmente las renovables. Apenas unos meses después de las promesas de Glasgow del año pasado de dejar de usar carbón, los europeos ya encabezan la carrera de regreso al carbón para hacerse de energía antes de su invierno. Rusia y Ucrania también son importantes exportadores de trigo. Sus exportaciones se han visto afectadas, no solo por las sanciones, sino también por las minas colocadas en los puertos del Mar Negro. Los precios de los cereales y otros alimentos también han subido.
La liberalización del comercio se ha desacelerado desde la creación de la OMC en 1995. Por más que se siga hablando mucho de los acuerdos de libre comercio (TLC), se trata sobre todo de TLC bilaterales y plurilaterales, que incluso el gurú del libre comercio, Jagdish Bhagwati, ha denunciado actúan como termitas, socavando el más saludable y libre comercio multilateral. De hecho, la mayoría de los TLC actuales se centran en cuestiones no comerciales, como los derechos de los inversores y la propiedad intelectual, como ocurre con la Asociación Transpacífica Integral y Progresiva (CPTPP). Peor aún, el TPP (su antecesor) fue impulsado originalmente por Obama como un medio para cercar y aislar a China, pero Trump optó por retirarse del mismo. No obstante, los aliados más cercanos de Estados Unidos siguieron adelante con el acuerdo, por lo que hoy nos enfrentamos a la ironía de un TPP de 6.350 páginas, redactado principalmente por asesores empresariales estadounidenses, del que Estados Unidos ya no forma parte. No obstante, este acuerdo supone un peligro para los participantes de los países en desarrollo, ya que los poderosos intereses empresariales tienen formas y medios para aprovecharse de él.
Jomo Kwame Sundaram, entrevistado por The Hindu
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