Junto con Voltaire y el insoportable Rousseau, el barón de Montesquieu era uno de los infaltables pensadores que nos enseñaban en las clases de Historia en Preparatorios (como antes se le llamaba el bachillerato diversificado). Ellos eran señalados como los precursores intelectuales de la Revolución Francesa, esa que tanto aman los liberales, que jamás puede estar fuera de los planes de estudio a pesar de ser la madre natural del marxismo y de haber destrozado el tejido social de Francia hasta el punto que tuvieron que aceptar a Napoleón para que pusiera un poco de orden antes de que casi todos los franceses se quedaran sin cabezas.
De los tres pensadores, Montesquieu era el que más me atraía porque era claro en sus conceptos, no tenía nada de rebuscado, me parecía que era a la vez un hombre bastante práctico además de pensador y, naturalmente, porque todos los profesores hacían especial hincapié sobre la separación de poderes. Ese era y es un aspecto fundamental en su obra “El espíritu de las leyes”, cosa indiscutible, aunque claro, no podía adivinar los poderes actuales de los organismos internacionales y de las grandes corporaciones. Pero ese no era su único pensamiento, muchas veces se enseña solo lo que más conviene, que no significa que existan otras ideas menos conocidas, entre ellas la de que no todos los grupos humanos o países se puedan manejar con los mismos conceptos. Se debe tratar de profundizar en este aspecto de una manera accesible dado que una publicación no puede ser un curso de ciencia política.
En el trabajo “Montesquieu y la Ilustración” (14 de mayo de 2020), Juan Jaramillo Antillón analiza el pensamiento del barón y considera que era un filósofo que aplicaba el relativismo a las leyes. Este es un punto importante que suele omitirse ya que, en su opinión, los pueblos crean las leyes que creen buenas para ellos, pero esas leyes pueden ser diferentes según cada sociedad. Lo que es bueno para uno puede no serlo para otro y viceversa, ello depende del desarrollo particular de cada sociedad, coincidiendo en ello con Pitágoras. Gran reflexión que la realidad ha puesto de manifiesto más de una vez dándole la razón al barón. Y si no, veamos algunos pocos ejemplos. A partir de 1960 más o menos comenzó la descolonización de África –con agrado por parte de Estados Unidos– pero los pueblos africanos estaban lejísimos de aplicar el “american way of life” ya que, entre otras cosas, no se agrupaban en partidos o grupos políticos, sino en etnias y tribus y por tanto los más fuertes aplicaban sus soluciones, como en el ex Congo Belga y ya mucho más cerca en el tiempo en Ruanda, en donde se produjeron horribles masacres. Por lo demás y como ha dicho el escritor español Arturo Pérez Reverte, excorresponsal de guerra, tratar de aplicar el parlamentarismo y la democracia en pueblos que se rigen radicalmente por el Corán es absolutamente imposible (Saudi Arabia y otros Estados del Golfo Pérsico).
¿Y cómo estamos por América del Sur? Bueno, a pesar de la separación de poderes tenemos un presidente que hablaba con un pájaro, otro que casi no sabe hablar y usa un ridículo sombrero, un país que quería “abrumadoramente” reformar la Constitución y luego rechazó “abrumadoramente” el proyecto de reforma, otro país en donde una mujer concentra aún una enorme cuota de poder a pesar de estar procesada –y no por robar gallinas–, un país muy grande donde eligen a un partido para presidente y a otro para el Parlamento y las gobernaciones tornando dificilísimo el gobierno y la guinda de la torta, un país donde fue varias veces presidente un señor que desaconsejaba comer pollo porque aparejaba homosexualidad (!). El tema da para mucho más pero por lo menos quienes se llenan la boca con la separación de poderes sepan que no es pa’ todos la bota e’ potro como diría el paisano.
E. M. Vidal
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