Decíamos hace poco, que una de las ideologías más perversas de nuestro tiempo, es el relativismo. A primera vista, puede parecer inocuo y hasta razonable para quienes nacimos en una cultura relativista: “todo es relativo”, “todo es según el color del cristal con que se mira”, “cada cual tiene su verdad” …
Ahora bien, quien afirma que “todo es relativo”, hace una afirmación tan absoluta como contradictoria. Además, las cosas son lo que son, independientemente del cristal con que se miren: una tostada es una tostada, no un bife de bacalao. Y si bien cada uno puede tener su opinión, la verdad es esa adecuación del entendimiento a la realidad que nos lleva a tomar la sopa con cuchara, y no con tenedor. Por eso, el relativismo, al negar la capacidad de la razón para conocer la verdad, ha dado lugar a una cantidad de ideologías que adolecen, además, de un subjetivismo rampante.
Por ejemplo, un ómnibus, lo podemos ver de adelante, pararlo y tomarlo; o verlo desde atrás, correrlo y perderlo… Pero sigue siendo el mismo ómnibus y no podemos crear un ómnibus con nuestra mente para no tener que esperar el siguiente. Cuando llegue, hará exactamente el mismo recorrido que el anterior. Afortunadamente, las rutas de los ómnibus no dependen de la subjetividad o de los sentimientos de quienes los manejan, sino de un plan preestablecido, que brinda certeza a los usuarios: por algo los esperan donde los esperan y no en otro lado.
Otro ejemplo: si el servicio meteorológico anuncia abundantes lluvias, lo razonable será que, al salir a la calle, llevemos un impermeable. Porque si la lluvia nos agarra desprevenidos –aunque nos autopercibamos secos–, el agua nos calará los huesos. Sería irracional enfrentar la lluvia sin tener en cuenta una verdad evidente: el agua, moja.
Parece mentira tener que explicar estas cosas, pero el relativismo –y el subjetivismo– nos obligan, como profetizó Chesterton, a desenvainar la espada para demostrar que el pasto es verde. En “La taberna errante”, el gran escritor inglés dice: “No hay mal irreparable en el teórico que inventa una nueva teoría para cada nuevo fenómeno. Pero el teórico que primero elabora una nueva teoría y después ve pruebas de dicha teoría en todo, es el más peligroso enemigo de la razón humana”. Esto es lo que ha pasado con prácticamente todas las ideologías modernas, y particularmente, con la ideología de género.
Para los ideólogos de género, los impulsos o tendencias sexuales, no parten de la naturaleza humana, sino de la mente: todo lo explican mediante “construcciones culturales”. Paradójicamente… ¿nadie se pregunta si el problema de quienes se autoperciben de otro sexo –o de otra especie–, podría no estar en el cuerpo del sujeto, sino en su mente?
En algunos países, plantear esta hipótesis, se considera delito. Pero… ¿acaso para llegar a la verdad, no hay que considerar diversas hipótesis? En otro tiempo, el punto de partida de la ciencia era la duda metódica cartesiana. Ahora, el punto de partida de los pseudocientíficos “estudios de género”, parecen ser ciertos dogmas ideológicos… que no se pueden cuestionar, so pena de dar con los huesos en la cárcel.
En la actualidad, no son pocos los que niegan la existencia de una naturaleza, de una esencia humana. Pero… ¿acaso podemos respirar por las orejas, mirar con la nariz u oír con la lengua? ¿Acaso es razonable utilizar nuestros órganos y sentidos para funciones distintas de las que por naturaleza tienen? ¿No es cierto que si nos tiramos de un avión sin paracaídas, o si nos sumergimos en el mar sin un dispositivo que nos permita respirar bajo el agua, moriremos, porque nuestra naturaleza no está hecha ni para volar, ni para vivir en el fondo del mar? ¿Por qué es tan difícil entonces, entender que la naturaleza sexuada de la persona está determinada por el ADN, y que las teorías de “género” son contrarias a la naturaleza?
La única verdad, es la realidad. Y la realidad nos dice que, si se niega la naturaleza humana, no solo se niega lo evidente: se niega la capacidad de la razón para conocer verdades evidentes, y para encauzar los instintos y sentimientos del hombre. Y un hombre que se siente incapaz de conocer la verdad, que deja de guiarse por la razón y empieza a guiarse por sus instintos y sus sentimientos, se animaliza. ¿Acaso no esto lo que estamos viendo a diario, una suerte de animalización del hombre occidental? Al fin y al cabo, parecería que no es tan inocuo el relativismo…
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