Cada vez son más frecuentes los actos propagandísticos dirigidos contra obras de arte expuestas en museos. En el Reino Unido ya habían aparecido grupos de activistas medioambientales que estaban dispuestos a asumir, en pro de la causa, actos de vandalismo. Se trataba y trata de alcanzar la notoriedad, la transmisión del mensaje a través de actos violentos dirigidos contra bienes culturales, cuanto más icónicos mejor; es indudable que se alcanzan los fines de comunicación pretendidos cuando se atenta contra obras universales.
Insulate Britain y Extinction Rebellion respondían a la preocupación por salvar el planeta y no dudaban en que había que realizar acciones directas de protesta efectiva, capaces de alcanzar la mayor notoriedad, la mayor difusión. A estos nombres hay que añadir los más nuevos como, Última Generación, Futuro Vegetal, Just Stop Oil… Son grupos de acción cuyo éxito es promover el vandalismo para llamar la atención. Llevan apenas unos meses actuando y se han convertido en la sensación del momento. La realidad es que estos actos no han hecho más que empezar. Anuncian que seguirán actuando… Quieren demostrarnos que en el mundo futuro nada sobrevivirá, ni siquiera las obras inmortales…
La oleada de ataques activistas contra obras de arte empezó en mayo pasado, cuando un hombre lanzó una tarta contra el cristal que protege “La Gioconda” en el Museo del Louvre. En agosto, “Les Meules” (Los Pajares) de Monet en el Museo Barberini en Postdam, recibió un bote con puré de papa y gritaron eslóganes contra el cambio climático y las energías fósiles. El 14 de octubre, dos activistas de Just Stop Oil lanzaron una lata de tomate contra el cristal que protege la obra “Los Girasoles” de Vincent Van Gogh en la National Gallery. Una de las activistas razonó su acción con argumentos más básicos: “¿Qué vale más, el arte o la vida? ¿Vale más que la comida? ¿Vale más que la justicia?”. Como si el dinero que se invierte en proteger y promover las obras de arte fuera el culpable de las dolencias del mundo.
“La joven de la Perla” de Vermeer de Delft, del Museo de La Haya, fue intervenida con pegamento, poniendo de manifiesto su fragilidad ante la destrucción, análoga a la del planeta. El Museo del Prado de Madrid tampoco se libró recientemente de una intervención. Los activistas pegaron sus manos a los marcos de los cuadros de “La maja desnuda” y de “La maja vestida” de Francisco de Goya. En la pared, entre las dos pinturas, escribieron el mensaje: “+1,5º ” para “alertar sobre la subida de temperatura mundial que provocará un clima inestable y graves consecuencias en todo el planeta”.
Hasta el momento, estas protestas se han producido con daños materiales muy leves, pero pueden acabar algún día en tragedia ante la destrucción de una obra de arte. Si proliferaran este tipo de actuaciones los museos tendrían que tomar medidas extraordinarias de protección y el resultado sería que acabaríamos contemplando solo réplicas. Nos vamos a tener que acostumbrar a ver las obras maestras a través de un cristal blindado. Únicamente una minoría selecta tendría entonces acceso a los originales. Solo eso ya sería una pérdida difícilmente reparable para nuestra cultura.
La cultura lleva décadas involucrada en la concienciación sobre la crisis climática. Las propias instituciones culturales suelen estar comprometidas para reducir la huella destructiva de una sociedad irresponsable. El museo Mauritshuis de La Haya, donde está la obra de Vermeer atacada, desarrolla un programa de sostenibilidad para operar sin emisiones de carbono a partir del 2024.
Se conocen las fuentes de financiación de este vandalismo. Las grandes fortunas del planeta sustentan con su dinero a los grupos ecologistas. Dos Rockefeller, una Kennedy, Aileen Gatty y Abigail, nieta de los Disney, “pagan” estos ataques a los museos. Estas actuaciones no dejan en buen lugar a sus promotores. Han escogido un sector de amplia repercusión en los medios. El afán de notoriedad supera la nobleza de un apoyo a proyectos eficientes sin la teatralidad de los actos vandálicos. ¿De verdad no existen otros escenarios más propicios para el activismo climático que el indefenso ámbito de los museos? Deben situar su foco de acción fuera del arte. Hay sectores mucho más irresponsables cuando se trata de enfrentarse al calentamiento global. Deberían dirigir su financiación a empresas que son sensibles a proyectos de ayuda al medio ambiente. A impedir la deforestación, a sustentar la agricultura ecológica, a promover las energías limpias, a muchos proyectos más, para impedir la degradación del planeta…
A los ciudadanos nos apremian para que vayamos en transporte público, a que compartamos el transporte privado, a que utilicemos la bicicleta en las ciudades, reduzcamos calefacción o aire acondicionado, mientras los precios de la energía se multiplican y aumenta el riesgo de pobreza… ¿Han pensado en la degradación que producen los vuelos de los jets privados? Sin ir más lejos, la reunión de la 27º Cumbre Mundial del Clima que se está celebrando en Egipto, al abrigo de “eficientes” aparatos de aire acondicionado y a la que han asistido los líderes mundiales, excepto los de los países más contaminantes, Estados Unidos, China, India y Rusia, que enviaron un representante, ¿no ha sido ejemplo de agresión al medio ambiente?; ¿ha sido algo más que un carísimo acto de propaganda? Menos propaganda vandálica a costa del arte y más cumplimiento de los acuerdos alcanzados durante las anteriores cumbres, como los Acuerdos de París, que no solo no se cumplen, sino que cada vez estamos más lejos de alcanzar sus objetivos.
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