Lejos de los ruidos urbanos Santiago Schneider desde hace 25 años lleva adelante el proyecto de su vida. Más de 1.700 especies vegetales se combinan con una fauna que se cuida y respeta. Su dese es que en algún momento alguien tome el guante y continúe con lo que da en llamar el proyecto de su vida.
La tarde esta pesada, el aire es caliente y los sonidos y colores de la naturaleza se combinan para ofrecer vida, diversidad y paz. Como todos los días, Santiago salió a recorrer, mientras va adivinando caminos que se entre cruzan en medio de una vegetación rica, espesa y variada. Los árboles con sus sombras ayudan a hacer más llevadero el calor imperante. Paralelamente tal vez usted en ese momento corra detrás de sus horarios, cumpla con sus obligaciones cotidianas y esté desbordado por los ruidos urbanos ensordecedores. Justamente alejarse de la vorágine que la civilización impone a cada paso fue lo que motivó a nuestro protagonista a construir su propio sitio natural.
Inspirado en sus vivencias de chico lejos de estas tierras, desde hace 25 años ha estado creando “su lugar en el mundo”, plagado de vida y diversidad. En 13 hectáreas ubicadas en el kilómetro 51.500 de la ruta 90 y a poco más de 50 de Paysandú crecen árboles, arbustos, bulbosas, palmeras, orquídeas, bromeliáceas y muchos frutales. Se trata de Paraíso Esmeralda, un lugar al cual Santiago Schneider lo considera un oasis en medio de la forestación, que fue construyendo con los años, recreando la abundancia que la selva chilena le ofreció en sus primeros años de vida.
Mientras camina por la vegetación abundante y multicolor en esta parte del año, se detiene ante un Zapirandí, árbol nativo de flores blancas como hélices. Disfruta de las tonalidades naranjas y verdes de un Sangre de Drago, especie que crece en las costas del río Uruguay. Se maravilla ante la perfumada floración de un Sombra de Toro o le describe a La Mañana con orgullo la belleza de los Lapachos que tiene frente a sí.
“La idea fue siempre construir el futuro de mi vida para poder gozar en etapas dónde empezamos a aflojar por razones obvias y encontrar aquello que nos retroalimente”. Está convencido que “calidad de vida” es lo que necesita el ser humano en esta época de la historia.
Las huellas de una infancia marcada por la naturaleza
Haber crecido y nacido en medio de la selva lejos de la civilización dejó huellas muy profundas en su ser que se transformaron con los años en la búsqueda de su gran proyecto personal. Hijo de intelectuales argentinos, su padre Eugenio, profesor de filosofía y letras, empresario y emprendedor y de Leticia docente de Bellas Artes, en 1978 llegaron al país desde Chile donde se habían instalado en medio de la selva. “A pesar que yo quería mi selva”, con 14 años debió acompañar a sus padres que comenzaban nuevos proyectos en estas tierras.
Siempre teniendo presente el vínculo que había forjado desde sus primeros años de vida en un mundo verde y espeso, en 1997 compró el predio donde actualmente combina apicultura, producción ganadera y Paraíso Esmeralda, un lugar donde comparten espacio más de 1.700 especies vegetales de las más variadas características.
Los primeros tiempos se tornaron todo un desafío porque había que producir para afrontar el endeudamiento generado con la compra de esas tierras. Lejos de lo que uno puede suponer, esas rutinas laborales nunca le quitaron tiempo para dedicarle a sus plantas.
Desde el momento de elegir el lugar donde se establecería definitivamente tuvo la idea de crear un ámbito “parecido a donde yo nací”. “La idea es vivir en un lugar con muchísima biodiversidad” donde se pueda preservar muchas especies vegetales.
En su momento el lugar era una chacra de maní, un sitio muy esquilmado que la intensificación de esa producción terminó empobreciendo. Hoy gracias al trabajo paciente y pertinaz de su propietario, el panorama es totalmente diferente, con mucha vegetación que ha vuelto a enriquecer esos suelos.
Lejos de tener un orden específico, el diseño del parque se fue creando al libre albedrío de su mentor. En ese proceso fue incorporando en el predio especies que conseguía por semillas, esquejes, plantines o que compraba en algunos de los viveros que del país. Como todo en la vida, en cada uno de los pasos que daba hubo margen para la prueba y error.
Se define como “bastante autosuficiente”. Y de hecho la elección de muchas de las especies que hoy se encuentran dan crédito a ello. Las cerca de trescientas fructíferas con las cuales se topa cada vez que recorre el lugar le ofrecen “siempre alguna fruta en esta época”. En esas recorridas va degustando sus sabores, que comparte obviamente con las aves que enriquecen el lugar.
Schneider se presenta como un gran defensor de todas las especies nativas. “Hay que poner la mirada en plantar lo nuestro” recomienda a sus amigos y conocidos cada vez que hay una oportunidad.
Y aunque siempre existe espacio para especies introducidas del exterior, también se corre el riesgo de que no prosperen por condiciones climáticas no aptas para su desarrollo. Entiende que hay que ser muy cuidadoso para prevenir la invasión de montes nativos, situación que ya tenido algunos antecedentes que provocaron un desastre sobre el complejo natural del país.
Un proceso largo y nada fácil
“No es fácil lograr esta cantidad de especies” que implica además de plantarlas y hacerle un seguimiento en su proceso, “estudiar” mucho. “Hay mucha gente que está en la misma que yo en el mundo”.
Schneider forma parte de una red al cual denomina “banda verde”, que funciona en todo el mundo, cuyo interés es proteger y preservar la naturaleza. “Lamentablemente nosotros visualizamos todo el daño que se está haciendo permanentemente destruyendo el hábitat”, cuya finalidad es producir sin mirar la sustentabilidad que es la base “que nos va a permitir sostenernos en el mundo por mucho más tiempo”.
Lejos de lo que puede suponer esta mirada, ni Schneider ni los otros integrantes de esa red tienen una postura contraria a la producción de alimentos. Uruguay tiene una capacidad enorme de producción y con posibilidades para todos los rubros. “Lo que nunca podés negociar es el cuidado de nuestros sitios”. Una de las alternativas es dar herramientas “a la gente para que se vuelque hacia la producción orgánica”.
Aun no es tiempo de compartir ese espacio
Las puertas aún no están abiertas para un público masivo o por lo menos para aquellas personas que tengan cierto interés por la flora. Dentro de sus planes inmediatos aún no está la posibilidad de recibir visitas grupales, algo que no descarta para cuando estén dadas algunas condiciones. Pero sí ha recibido amigos, conocidos e integrantes de la Asociación de Nativos del Uruguay con los cuales han desarrollado interesantes jornadas de intercambio.
Cualquier momento es oportuno para dedicarle a sus plantas. No hay día que no se encuentre recorriendo, observando y disfrutando de su proyecto. Con una fauna que anda a sus anchas en un hábitat que también es para ella. Es que tanto uno puede observar una bandada de pájaros ocupando su lugar entre la copa de los arboles como una Yara que también es parte de esa familia y que como tal se respeta.
Dentro de sus planes aparece en el horizonte la posibilidad educativa como forma de transmitir conocimientos y que sirva como excusa para “acortar el camino” para inspirar a más personas a seguir su camino. Su deseo es que alguien tome el guante y continúe con este proyecto que “es muy caro a mis sentimientos”.
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